El Abismo de Vasíliev

Capítulo 04

UN ASESINO DE OJOS AZULES . 

 

LENA 
Nunca he sido el tipo de persona que cree en el destino, en eso de que todo está escrito y nada lo puede cambiar, quizá todo se deba a que este nunca ha sido bueno conmigo. He aprendido a que las decisiones que tomamos son las que nos hacen un camino por la vida, las que nos cierran y abren puertas. En resumen, el destino es complicado, y no se crea solo. 
Me encontraba justo detrás de la barra, limpiando con un paño la mesa desteñida de madera oscura y algunas cosas sobre esta, la mayoría eran recipientes con dulces extras para los postres.
Cada unos cuantos minutos le observaba, no quitaba la mirada de la computadora y llevaba más de media hora con el ceño fruncido. Él tenía un aura extraña, algo no iba de acuerdo con su apariencia. 
O quizá solo era yo la que observaba demasiado a las personas, lo suficiente como para analizar cual sería su siguiente movimiento. 
Mi turno estaba pronto a terminar, cada cinco minutos miraba hacia el reloj de la pared para ver el tiempo acortarse. Ordené mi bolso y lo coloqué en el espacio por debajo de la barra, caminé hacia los baños y de camino colgué el pequeño delantal del uniforme en la percha de los empleados. 
Cuando estuve lista con mi ropa usual cerré la caja y le dejé el puesto a Jason, quien la mayoría de los días trabaja el turno de noche. 
Pasé frente a Gabriel y salí por la puerta principal. El frío aire golpeó mi cuerpo haciendo que urgara dentro de mi bolso en busca de un abrigo. A estas horas de la noche la calle aún no estaba desierta, se podía ver algunas personas caminando hacia los bares o hacia sus propias casas, la mayoría se podía ver que eran universitarios, algunos los reconocía de la facultad y otros nunca los había visto. 
Encendí mi celular para escuchar música durante el camino, conecté los audífonos y di paso a una canción de the neighborhood. 
Me encontraba muy cansada así que me detuve al final de la cuadra a pensar sobre qué camino tomaría para llegar más de prisa a los departamentos. 
Habían dos caminos que me llevaban directo a casa, el primero era cruzando toda la avenida principal, me tomaba veinte minutos o un poco más para llegar a casa, usualmente ese tomaba, pero hoy no quería caminar tanto, deseaba llegar a casa y trabajar en algunas fotografías que tenía pendientes. Así que decidí tomar el segundo camino, solo debía cruzar algunos callejones y salía al otro lado del parque, cruzando unos metros del bosque, ya había tomado esa ruta varias veces, nunca había visto nada fuera de lo normal. 
Un poco más decidida apresuré mi paso por las aceras, la falta de farolas dentro de algunos callejones dificultaba la vista. Cuando llegué a mitad del camino me desvíe hacia el tercer callejón, las lámparas de los departamentos me brindaban un poco de luz, habían varias cajas de cartón vacías en los bordes del camino, así como varias botellas de licor esparcidas por el suelo. La temperatura empezaba a descender y el pequeño abrigo no era suficientemente cálido para mi cuerpo. 
Avancé más rápido por los callejones, a lo lejos se podía ver la densidad del parque. Ajusté el gorro de lana sobre mi cabeza, desde hace unos días empecé a usarlo, el color rubio de mi cabello empezaba a notarse más, ya era hora de arreglarlo.
Las piedras sueltas del pavimento reemplazaron los adoquines de las calles. Estaba a trescientos metros de la salida del bosque. A este punto las luces eran muy escasas. La batería de mi celular estaba a punto de descargarse, apagué la música y metí el aparato dentro del bolsillo de mi pantalón, a tientas empecé a avanzar por la oscuridad. 
Empecé a cuestionar mi idea de acortar el camino, el ambiente se estaba volviendo un poco tenebroso. Hacía unos minutos se había escondido el sol, por lo que sólo se podía observar una línea rosada de atardecer en el horizonte. 
Me apoyé sobre un grueso árbol para descansar unos segundos y apaciguar mi ritmo, mi corazón palpitaba muy veloz por el miedo. Sentimiento que es totalmente normal percibir durante la noche, más aún si me encontraba fuera de casa en medio del bosque con sonidos extraños. 
Me enderecé para ponerme de pie y seguir con mi camino, cuando el crujido de una rama me hizo quedar inmóvil y volver a mi antigua posición, durante la oscuridad los sentidos se vuelven más agudos, por lo que en ese momento me encontraba muy alerta. 
Los crujidos se hicieron más rápidos dejándome saber que eran pasos lo que los provocaba, a tal punto que pude reconocer que no era solo una persona. Giré mi cuerpo hacia la derecha para poder mirar hacia atrás. 
«Recuerdo el pánico que recorrió mi cuerpo cuando  vi como un zorro salvaje se comía mi pequeño ratón blanco, era la única mascota que tenía. El color rojo cubrió por completo el pelaje del ratón mientra que veía como los colmillos del animal despedazaban al roedor. Eso fue cuando tenía unos seis años, no recuerdo bien, pero si recuerdo que mi cuerpo se quedó helado durante varios minutos mientras observaba la escena.» 
Ese mismo sentimiento empezó a recorrer mi cuerpo cuando mi visión logró ver a dos hombres en la oscuridad caminando hacia donde me entraba. Ambos hablaban entre sí. Por el tono fuerte de las voces supe que estaban discutiendo. Confiada por la oscuridad que había empezado a rodear el lugar me acuclillé bajo el árbol. 
Sentía que ellos podían escuchar el sonido de mi corazón palpitando fuerte contra mí pecho. 
Ambos hombres pasaron a un lado de donde me encontraba pero ninguno pareció deparar en mi, simplemente pasaron de largo. 
A unos metros más adelante se detuvieron, uno de los chicos el cual llevaba una camisa negra, se detuvo y empujó al otro chico haciendo que la capucha del abrigo se deslice de su cabeza. Por lo poco que la oscuridad me permitió ver ambos chicos no pasaban de los veinticinco años. 
Aprovechando que ellos estaban inmersos en una discusión, con cuidado me levanté del suelo, tomé el bolso contra mi pecho. Los dos chicos seguían discutiendo pero las voces se escuchaban más fuerte que al inicio. De repente ambos chicos se quedaron en silencio. Por segunda vez durante la noche me detuve en seco y miré hacia ellos pensando en que se habían dado cuenta de mi presencia en el bosque. Pero nuevamente me había equivocado. 
El chico con la camiseta se arrodilló frente al otro chico–el cuál la capucha aún le cubría el rostro–, agachó su cabeza hacia el suelo y llevó sus manos cruzadas hacia atrás de la espalda. Daba el presentimiento a que se estaba resignando a algo, ¿pero a qué? 
El chico de la capucha empezó a caminar al rededor de él golpeando con el pie la maleza del suelo, se detuvo por unos segundos, le susurró algo al oído y siguió caminado hasta estar frente a él de nuevo. La escena era un poco extraña, no lograba comprender lo que estaban haciendo. 
En cuestión de segundos el chico de la capucha tumbó con una patada al otro chico sobre el suelo, sacó algo del bolsillo de su pantalón y con fuerza se dejó caer sobre el chico clavando algo en su pecho. Un repentino rayo de luz me dejó ver que era algo similar a un arma blanca lo que sostenía entre sus manos. 
Mi cuerpo empezó a temblar sin control. En un descuido el bolso se soltó de mis manos cayendo sobre mis pies ocasionando un ruido que no pudo pasar desapercibido por el chico de la capucha. 
Él levantó su mirada hacia mí, de donde provenía el sonido. En cuestión de segundos se puso de pie caminando con rapidez hacia donde me encontraba. 
Cuando me di cuenta que aún sostenía en la mano lo que parecía ser una cuchilla mi cuerpo recobró el sentido y empecé a correr lejos de él, me olvidé que mis cosas habían quedado junto al árbol, con suerte luego las recuperaría. 
Sin tener idea hacia dónde me dirigía empecé a mezclarme en el bosque. Conforme me adentraba la luz se volvía más escasa ayudando a dificultar mi vista. Varias veces tropecé con troncos de los árboles. No me quería rendir tan pronto, unos metros más y estaría de vuelta al callejón. 
El aire quemaba fuerte en mi pecho mientras permitía a mis piernas correr lo más que podía. A lo lejos podía ver el brillo de las luces de los autos, ya debería estar cerca de la calle principal. 
En cuestión de segundos mi cuerpo cayó al suelo, una piedra se había interpuesto en mi camino. Traté de ponerme de pie pero unas manos halaron mis pies hacia atrás arrastrándome sobre la tierra, la blusa se arrolló en la parte de arriba de mi abdomen haciendo que mi piel se raspe contra las piedras. Un grito ahogado salió de mi garganta. Con fuerza me giró sobre mí cuerpo y colocó una mano sobre mi boca tratando de callar mis gritos. 
Una sonrisa extraña se hizo paso en su rostro. Colocó el cuchillo sobre mi mejilla derecha. El tacto era frío y viscoso. Por a lo que deduje que era sangre lo que manchaba mi piel. Sangre de otra persona, ya muerta. 
—Si te mueves te cortaré el cuello— Su sentencia hizo que me dejara de mover, por lo que me quedé quieta bajo la presión de su cuerpo. —Ahora me dirás tu nombre y el lugar donde vives. Sin mentir. 
No le iba a hacer caso a un desconocido, mucho menos a uno que podía ser un asesino en serie. Ya una vez había mentido sobre mi nombre, así que hacerlo una vez más no era un problema realmente. 
Con la voz temblando le respondí. 
—Alessandra, n...no vivo aquí—El miedo me estaba matando, no sabía que haría conmigo. ¿Me asesinará también, como al otro chico? 
Sus ojos estaban fijos en mi, como hurgando dentro de mi memoria. Por un momento sentí que había descubierto todos mis miedos. Por un momento me sentí vulnerable. 
Deslizó el cuchillo por mi mejilla haciéndome un pequeño corte que no pasó desapercibido por mis sentidos, la piel ardió al contacto del filo. Aún podía sentir la sangre fresca sobre mi piel. Muy lentamente fue acercando su rostro al mío, de un golpe clavó el cuchillo en la tierra justo a un lado de mi cuello. Un pequeño sollozo escapó de mis labios al ver que me pudo haber cortado, con miedo cerré mis ojos con fuerza esperando que lo peor suceda. Como varios segundos pasaron y no escuché nada decidí abriste mis ojos y ver que se había hecho el asesino. 
Mi mirada chocó con unos misteriosos ojos tan azules como un zafiro que me miraban curiosos, pero no del tipo de curiosidad que te atrae hacia lo desconocido, sino de la curiosidad con la que un felino observa a su presa. 
Acercó su rostro al mío y de una manera extraña y perversa deslizó su lengua por mi mejilla, limpiando el rastro de sangre que él mismo había dejado. Mi respiración y corazón quedaron paralizados por completo, no sabía que hacrr, o tal vez sí sabía, quería correr y salir de este lugar lo más pronto posible. ¿Qué demonios había hecho? 
Levanté mi pie y con fuerza le propiné un golpe en el interior de su pierna, inmediatamente soltó un quejido cayendo a un lado de donde me encontraba. Me incorporé con fuerza y traté de ponerme de pie. Las piedras sueltas se incrustaron en las palmas de mis manos haciendo pequeños cortes, pero aún así continúe con mi plan, correr de ahí. 
Una mano se aferró a mi brazo deteniendome. 
—Tienes cinco segundos para salir de campo de visión, si no considérate muerta—Masculló mientras se trataba de poner en pie. 
No lo pensé ni un segundo y salí corriendo en dirección a la salida del parque, en busca de la avenida más cercana, dejando atrás el miedo y un posible asesino en serie. 
A quién esperaba no volver a ver nunca en mi vida. 




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