El Abismo de Vasíliev

Capítulo 05

5
ALGUIEN ENTRE NOSOTROS.

Si todo fuera diferente, si mi vida fuera diferente, ¿qué estaría haciendo en este momento?
Posiblemente estaría sentada junto con mis padres y quizá un hermano, al rededor de la mesa, disfrutando de una cena familiar y compartiendo conversaciones acerca de cómo fue nuestro día. Mi madre estaría con una ropa más cómoda que la que suele llevar al trabajo, al igual que mi padre, yo aún usaría la ropa con la que fui en la tarde a la universidad, mi hermano imaginario usaría unos jeans y chaqueta de cuero, dispuesto a escaparse con sus amigos por la noche rumbo hacia alguna tonta fiesta de adolescentes. Yo simplemente me y iría a dormir luego de cenar, para despertar por la mañana, ayudarle a mis padres a hacer el desayuno y seguir una rutina bastante tranquila de mi vida. Quizá tendría uno de esos novios con el cual saldría por las noches al cine y luego iríamos por un helado.
Pero las cosas no son así, nunca lo han sido, nunca tuve un hermano problemático al cual había que vigilar por las noches, nunca tuve una madre que me preparara desayunos amenos por la mañana, tampoco un padre responsable con un trabajo normal. Mucho menos amigos.
Viví en una casa, a las afueras de Venecia, resguardada entre muros enormes de metal, para que nadie pueda ver lo que sucedía en esa casa. La escuela la recibí a domicilio, mi padre pagó a un maestro para que fuera ciertos días a ciertas horas.
Cuando empezó la etapa del colegio la mitad la pude llevar en un colegio, pero no podía socializar con otros adolescentes, tenía prohibido llevarlos a casa, incluso no podía ir a la de ellos. Había un guardaespaldas cerca de mi todo el día.
Así fue todo hasta que tuve que huir a España, ha sido complicado inventar una vida, un nombre y una personalidad. También ha sido complicado vivir pensando que en algún momento alguien sabrá la verdad. Tenía dos opciones, o me asesinan por venganza o me rechazan por farsante. Esperaba en el fondo que al menos una tercera opción me pudiese salvar. Que Sara y Sam me acepten con todo lo que les he ocultado. Son las únicas personas que me importan en este momento. Las únicas que me han brindado un cálido lugar en sus vidas.
Deseaba con el alma nunca tener que irme de este país, al menos no para siempre.
Volviendo al presente, no me encontraba en mi casa con mi familia. En su lugar, una muy preocupada Sara se aproximaba hacia mi con una taza de té caliente. Lo deduje por el humo que ascendía desde el interior de la taza.
Había momentos en los que ella ayudaba a no sentir que estaba tan sola. 
—No puedo creer lo que te sucedió, Lena tienes una suerte increíble para meterte en problemas. 
—Te juro que las veces que he caminado por ahí ese camino ha estado solo, cuando menos me di cuenta lo tenía de frente y me estaba quitando las pocas pertenencias que llevaba.
Y sí, ahí estaba yo mintiendo como siempre, creo que ese era mi don, definitivamente.
—¿Recuerdas su rostro o algo sobre él?, así la policía nos puede ayudar a atraparlo.
He ahí el por qué estaba mintiendo. Conocía a Sara desde hace años, no eran muchos pero sí los suficientes como para saber que me haría ir a la delegación de policías si le contaba la verdad. Y yo no podría ir allí, me pedirían información y documentos, no puedo permitir que se enteren que mi nombre no está registrado correctamente.
—No, usaba un pasamontañas. Pero de todas formas ya no lo encuentran, así que no vale la pena llamar a nadie. 
Sara caminó al rededor del sillón y se sentó a mi lado. Tomó una manta de trapillo y la colocó sobre nuestros pies. 
Desde que la conocí me di cuenta que teníamos una conexión diferente, éramos como un complemento a eso que nos hacía falta. 
—Sabes que puedes quedarte hoy aquí, a mi madre no le va a molestar. De hecho le he puesto un mensaje para avisarle sobre ti. Estará aquí por la mañana. 
—Me gustaría pasar la noche aquí. Gracias Sara— dejé reposar mi cabeza en su hombro mientras terminaba de beber el té. Tenía un aroma agradable a menta. 
La madre de Sara es una de las doctoras cirujanas en el hospital central de Madrid. Por lo que casi no pasa en casa. Su padre trabaja en una empresa de contenedores, tampoco pasa mucho tiempo en casa. De una manera diferente ella y yo estábamos  solas. 
Al faltar una hora para media noche ambas nos encontrábamos en su habitación, me había prestado una de sus pijamas, así que ya estaba lista para dormir. 
La habitación de Sara era completamente distinta a la mía. Aquí todo era color rosa, desde las paredes hasta las alfombras. 
Aún así su personalidad es diferente, no es la típica chica fresa. La describiría como una versión muy femenina de Katnis Everdeen. 
La hora restante la pasamos viendo una película de ciencia ficción que desde hace tiempo Sara insistía en que teníamos que ver. 
A la mañana siguiente fuimos despertadas por el sonido de un auto aparcando en el garaje de la casa. La madre de Sara había llegado. Salimos de la habitación hacia la puerta principal, la cual fue abierta para que Marinee ingresara.
Nos saludó a ambas con un abrazo y fue directo a la cocina. Algo que admiraba mucho de la señora Marinee es el amor a su trabajo, por más cansada que llegara nunca lo demostraba, sabía que afuera habían muchas personas las cuáles su vida dependían de ella. 
—Sara me comentó lo que te sucedió ayer por la noche, fue una suerte que no te hizo daño. No tienen una idea de la noche que pasamos— Marinee colocó tres tazas de café en la barra y colocó una bolsa con repostería en un plato— Alguien encontró el cuerpo de un joven en el bosque del parque cerca de la avenida principal, estaba completamente hecho pedazos, no sé sabe qué fue lo que sucedió, los policías no encuentran pistas en la zona. Al parecer fue un animal, posiblemente un puma, solo que no encuentran al puma. 
El remordimiento interno era evidente en mi, quizá si pude hacer algo por el chico. Si tan solo lo hubiera sospechado. 
Todo iba bien hasta que mentalmente repasé las palabras que ella había dicho— «los policías no encuentran pistas en la zona». Justo en ese momento recordé que mi bolso había quedado tendido en el suelo. 
—¿Segura que no encontraron nada, Marinee?—podrían pensar que tuve algo que ver con el asesinato, es decir, nadie sabe que en realidad no fui asaltada. 
La vi dudar por unos segundos. Tomó asiento en la banquilla y comenzó a beber de su café. 
—Según lo que el oficial dijo no había nada, aunque encontraron sangre del mismo chico unos metros más allá de donde se encontraba. 
Si mis pertenencias no estaban en el lugar él se las había llevado, solo esperaba que nada con mi dirección estuviera dentro de ese bolso. 
—¿Llamaste a tus padres? Han de estar muy preocupados por ti— la madre de Sara es una buena persona, solo que a veces hacía preguntas que me ponían en conflicto. 
—Claro, sí. Se preocuparon mucho, pero quedaron más tranquilos cuando les dije que iba a pasar la noche con Sara—tomé uno de los postres con mi mano y empecé a comerlo.
—Por cierto, cariño, ¿les dijiste sobre la cena que quiero preparar? Sería bueno conocerlos. 
Me atraganté con el trozo de pan. Rápido bebí un sorbo de café para bajarlo. 
—Apenas puedan vendrán — le contesté con mi mejor sonrisa. 
Lo bueno es que nunca los iba a conocer, sería lo mejor para ella y su familia. Mi padre podría ser bastante complicado si eso sucediera. En algún momento voy a tener que inventar algo, un accidente automovilístico o algo así. Para que nunca más vuelvan a preguntar por ellos. 

Por la tarde ya me encontraba en mi casa, había avisado a la cafetería que me ausentaría por dos días, así que tampoco tenía que trabajar mañana, aprovecharía para ponerme al día con las clases. Pronto tendría que viajar a Italia, debía dejar todo ordenado. 
Todos los años hacía un viaje, justamente para el 12 de noviembre, solo me quedo un par de dias y regreso a España. Nadie e entera cuando voy, ni siquiera mi padre simplemente trato de mantenerme lejos del lugar, ya no recuerdo qué se siente vivir en Italia. 
Sin importar qué esté sucediendo yo tengo que ir a verle. 
En mi mano derecha, bajo la muñeca se encuentra un tatuaje con los números 12/11. Con eso lo recuerdo cada vez que lo veo. 
Me encontraba de nuevo observando el atardecer. Había movido el sofá frente a la ventana más amplia que había en la pequeña sala de estar. Miré el reloj en la pared, justo a un lado de la ventana. Era un viejo pero bien conservado péndulo. Lo había comprado en una venta de garaje justo un mes después de mudarme. Encontré algo en él que me hizo llevarlo a casa, desde ese día esconde algo muy importante para mí en su interior. Algo que nadie más sabe. 
Con un suave sonido el péndulo marcó las diecisiete horas. Al mismo tiempo el timbre de la puerta sonó con fuerza. «muy puntual» pensé con ironía, usualmente tardan mucho tiempo. 
De un salto me puse de pie y caminé hacia la puerta dispuesta a abrirla. Del otro lado me encontré con un chico delgado y con unas gigantes gafas cubriendo su rostro. Le entregué el dinero y le agradecí con un gesto amable. Tomé la bolsa de comida china y me senté de nuevo en el sillón. 
Mientras abría una de las cajas algo llamó mi atención. Abajo justo en la acera de al frente un hombre se detuvo y comenzó a mirar hacia el edificio donde yo estaba, sus labios se movían, más no parecía haber alguien a su alrededor. 
Un espía. 
Usaba un traje normal de oficina, obviamente debía pasar desapercibido. Pero la forma en que movía las solapas de su traje me indicaba que traía un micrófono dentro. Sencillamente buscaba a alguien. ¿Podría ser yo esa persona? 
Le observé durante un largo rato, el hombre se sentó en el banquillo de la acera y fingió leer un periódico. 
Cada pocos minutos miraba hacia el edificio y los callejones. Algo estaba esperando. 
No era un hombre joven, le podía calcular unos cuarenta y cinco años. Por lo que conocía sobre este mundo cuando un hombre mayor está a cargo de estos trabajos significa que alguien muy importante está detrás de la organización. 
Una hora después el hombre se fue. Pero antes colocó algo debajo de la banca, miró hacia ambos lados de la calle y desapareció del lugar. 
No lo pensé ni un segundo cuando ya me encontraba bajando las escaleras del edificio de dos en dos. La curiosidad por saber qué había dejado ahí oculto me hizo seguir avanzando hasta llegar a la puerta principal, con cuidado la abrí y revisé ambos lados de la acera, nadie parecía deparar en mi. 
Justo cuando está por cruzar la calle una motocicleta que venía a toda velocidad se detuvo frente a la banca, un joven se bajó de ella, tomó lo que sea que hubiese ahí oculto y se subió de nuevo a la moto, avanzó hasta girar en la esquina de la calle, cuando venía de vuelta me pareció ver que la velocidad disminuía. 
La moto se detuvo frente a mí, un hombre vestido de negro, con jeans y una chaqueta de motociclista me miró a través de un casco también negro. Pude ver que sonrió por las arrugas que se formaron al rededor de sus ojos color zafiro. No podía decir qué tipo de sonrisa era esa, pero algo me decía que no significaba nada bueno. 
Él se acomodó de nuevo en la moto y continuó con su camino acelerando lo más que podía mientras desaparecía por la carretera bajo la luz del anochecer. 
Fue hasta entonces cuando me di cuenta que esos ojos azules ya los había visto anteriormente. De esos mismos ojos azules que transmiten peligro cada vez que los miras. De esos mismo que parecen tener un abismo en su interior. 




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