El Abismo y la Estrella

El inicio

El cielo estaba roto, no en sentido figurado, sino literalmente: una lineal gris, como una grieta en un vidrio antiguo, se extendía de horizonte a horizonte, esteban se pregunto si este universo estaba a punto de colapsar, como todo los demás

¿Creen que el amor puede romper el espacio y el tiempo?

Esteban nunca se habría preguntado algo así. A sus siente años, sus mayores preocupaciones eran si mañana habria clases o si abria postre. Aunque, si le preguntabas, seguro te diría que el amor era lo que sentia cuando comia o cuando no tenia que ir a clases.

-hasta ese dia

!mama¡ no quiero ir ala escuela no le caigo bien a nadie y me miran raro

—Su mama lo mira con una exprecion enfadada.

—tienes que ir y no quiero una paralabra mas, exclamo su madre isabel

Lo unico que pudo hacer Esteban fue callar y irse con su padre

Esteban apretó los labios, conteniendo las lágrimas que querían salir a toda costa. Caminaba en silencio junto a su padre, arrastrando la mochila por el camino polvoriento. Su papá, alto y siempre con la frente fruncida, le echó una mirada rápida.

—Tienes que ser fuerte, Esteban. Los hombres no lloran.

Esteban bajó la mirada. Lo había escuchado antes, en la tele, en la voz de su abuelo, incluso en la cancha de fútbol. Pero por dentro algo no encajaba. Si no podía llorar, ¿cómo se deshacía del nudo en su garganta?

El portón oxidado de la escuela se abrió frente a ellos. Ni un "hasta luego", ni un abrazo. Solo el sonido de los pasos de su padre alejándose. Y ahí estaba él, de nuevo en ese lugar donde todos lo miraban raro.

El día comenzó mal para Esteban. Apenas cruzó el portón de la escuela, los murmullos y las miradas pesadas lo rodearon. Como siempre, los mismos chicos que lo molestaban se acercaron con sonrisas burlonas. Trató de esquivarlos, pero no fue suficiente.

—¿Qué pasa, Esteban? ¿Te crees mejor que nosotros? —dijo uno de ellos empujándolo.

—¡Déjenme en paz! —pidió, buscando a la profesora que estaba de pie cerca del salón. Pero ella, con la vista fija en algún papel imaginario, ignoró la escena.

En cuestión de segundos, Esteban se encontró en el suelo, empapado en un charco de agua sucia. La risa de los demás resonaba como una campana rota en sus oídos. Apretó los puños, tragándose la humillación, y se levantó. Nadie iba a ayudarlo, lo sabía.

Con la ropa pegada al cuerpo y el barro en las rodillas, entró al salón justo cuando la profesora cerraba la puerta.

—Tomen asiento, clase. Hoy tenemos una sorpresa —anunció con voz seca—. Quiero presentarles a una nueva compañera.

Todos voltearon hacia la entrada. Esteban, sin mucho interés, levantó la mirada.

Y ahí estaba ella.

Su cabello largo caía sobre los hombros, llevaba lentes que brillaban bajo la luz del aula, y su piel era blanca, casi tan clara como las hojas de su cuaderno. Por un instante, algo se encendió dentro de él, una chispa que iluminó su día nublado.

—Preséntate, por favor —dijo la profesora.

La chica dio un paso al frente. Con voz tranquila y una sonrisa amable, dijo:

—Hola, mi nombre es Star. Un gusto conocerlos.

El salón quedó en silencio. No era común ver a una chica como ella en la escuela, y todos parecían igual de sorprendidos. Incluso Esteban, que no podía apartar la vista de su nueva compañera, pensó para sí mismo: Es hermosa.

Esteban pensó para sí mismo: ¿Por qué estoy pensando eso? Seguro se va a reír de mí igual que todos los demás. Su mente se nubló por un momento, pero antes de que pudiera pensar más, vio cómo la nueva chica, Star, se sentaba a su lado. Su presencia era como un soplo de aire fresco, pero Esteban no dijo nada. Se quedó en su lugar, mirando al frente, casi sin atreverse a moverse.

El timbre sonó, como siempre, el último en salir era él, para evitar empujones y miradas. Pero esta vez algo era diferente. Mientras todos se apresuraban hacia la puerta, Star se levantó y caminó hasta él.

—Hola, perdón por la molestia. ¿Puedes decirme dónde está la cafetería? —preguntó con una sonrisa tímida.

Antes de que Esteban pudiera responder, un chico que siempre se burlaba de él saltó hacia ellos.

—¡No hables con ese raro! Ven, yo te llevo a la cafetería —gritó el chico, empujando a Esteban a un lado.

Esteban bajó la cabeza, sintiendo cómo todo lo que había soñado se desmoronaba en un segundo. Pensó que Star lo ignoraría, que se iría con el chico que la había interrumpido. Pero algo inesperado sucedió.

—No te pregunté a ti —dijo Star, mirando al chico con firmeza—. A él le pregunté.

El chico se quedó en silencio, sorprendido por la respuesta. Esteban, atónito, no sabía qué hacer. Star volvió a mirarlo y, con una voz suave, preguntó:

—¿Cuál es tu nombre?

Esteban, completamente aturdido por la situación, tardó unos segundos en responder. Finalmente, murmuró:

—Esteban… y… y un gusto.

Star sonrió.

—El gusto es mío, Esteban.

Y así, por primera vez en mucho tiempo, Esteban sintió que alguien realmente lo veía.

Esteban, como todo niño que no tenía amigos, caminaba al lado de Star hacia la cafetería. No decía nada; iba en completo silencio, con el corazón latiéndole fuerte y las manos sudorosas. Star, en cambio, solo lo miraba de reojo con una sonrisa suave, como si disfrutara de su compañía.

A su alrededor, los murmullos no tardaron en llegar. Los otros niños observaban a Esteban con la misma expresión de siempre: burla, desprecio, incluso asombro. Pero esta vez las miradas también iban dirigidas a Star, la nueva chica que caminaba junto a él.

Cuando llegaron a la cafetería, había un problema: una multitud de niños se apretujaba frente al mostrador. Star suspiró y dijo:



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En el texto hay: amigos infancia burlas dolor amor

Editado: 24.02.2025

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