Esteban flotaba en el punto intermedio entre su dimensión y la siguiente. Un espacio sin forma, sin tiempo, donde todo se sentía irreal. Su viaje duraría apenas unos minutos, pero en ese abismo donde la lógica se desvanecía, el tiempo se sentía extraño…
Su mente divagaba.
Ansioso… no. Esto es algo más profundo, más voraz. Algo me devora desde dentro.
Las sombras se arrastran a mi alrededor, murmurando, tejiendo miedos con hilos invisibles que se enredan en mi conciencia.
La euforia que me sostenía se apaga… lento, con cada latido, como un eco lejano que se disuelve en la nada.
La oscuridad es fría, severa, inmensa… y me abraza como si siempre hubiera estado esperándome.
Star… ¿Dónde estás?
Sacudió la cabeza. No podía permitirse dudar ahora.
Apretó el Bolso Infinito contra su pecho y respiró hondo.
—Solo unos minutos más… —susurró para sí mismo.
Pero entonces, algo cambió.
El vacío a su alrededor se estremeció, como si algo estuviera… mirándolo.
De repente, Esteban cayó bruscamente entre unos arbustos cerca de su casa. El impacto le sacó el aire, pero apenas sintió el dolor. Se incorporó con dificultad, sacudiendo las hojas de su ropa mientras miraba a su alrededor.
—¿Funcionó…?
Su pregunta quedó en el aire, pero la respuesta llegó sola cuando vio salir a alguien de su casa.
Él mismo.
O al menos, una versión suya.
Este otro Esteban llevaba un uniforme elegante, su cabello estaba perfectamente acomodado, su postura era segura. Todo en él parecía… mejor cuidado.
Esteban estuvo a punto de levantarse y llamarlo, pero entonces la vio.
Como si fuera un fantasma, como si la realidad misma quisiera burlarse de él.
Ahí estaba Star.
Esperándolo.
Su otro yo se acercó a ella con una sonrisa radiante, y sin dudarlo, la abrazó y la besó. Ella le devolvió el beso con la misma calidez, como si aquel fuera el lugar al que pertenecía. Luego, tomados de la mano, comenzaron a caminar juntos hacia la escuela, hablando y riendo como si el mundo entero les perteneciera.
Esteban sintió un vacío en el estómago, como si le hubieran arrancado algo esencial.
¿Por qué?
¿Por qué él no había tenido esa oportunidad? ¿Por qué este otro Esteban tenía lo que a él le fue arrebatado?
Su mente comenzó a nublarse. Su respiración se volvió pesada.
Y entonces, una voz surgió en su cabeza.
Oscura. Tentadora.
"Si lo matas y tomas su lugar… serás feliz junto a ella."
El pensamiento lo atravesó como un rayo.
Por un momento, sintió la respuesta en su garganta.
"Sí."
Pero en cuanto esa palabra cruzó su mente, otra voz —su propia voz— le gritó de vuelta.
"¡No! No puedo…"
Su otro yo era feliz. Ella era feliz.
No podía hacerles eso.
No podía convertirse en un monstruo.
Respiró hondo y cerró los ojos con fuerza, intentando calmarse.
Lo seguiré. Quiero ver si realmente es suficiente para ella.
Y así, sin hacer ruido, comenzó a seguirlos, decidido a observar su día, a encontrar respuestas en la vida que pudo haber sido suya.
Esteban los siguió en silencio, ocultándose entre la multitud, observando cada detalle.
Vio cómo su otro yo hablaba con Star con una naturalidad que él jamás tuvo, cómo le cargaba la mochila sin que ella siquiera lo pidiera, cómo estaba atento a cada pequeña cosa que hacía. Se reían, se entendían sin palabras, compartían un mundo que parecía hecho solo para ellos dos.
Y en este universo, igual que en el suyo, no eran de muchos amigos. Solo ellos dos contra el mundo.
Pero aquí, las cosas eran distintas.
Star estaba terminando la secundaria y pronto entraría a una universidad prestigiosa… junto con el Esteban de este universo. Todo le iba bien. Todo les iba bien.
Ese día era perfecto, y a Esteban le dolía cada segundo que pasaba.
Sabía que no podía hacer nada.
No debía hacer nada.
Cuando las clases terminaron, vio cómo Star, agotada, apenas podía mantenerse en pie. Y sin dudarlo, su otro yo la cargó en brazos como si fuera lo más normal del mundo, como si siempre lo hiciera.
Ella rió, acurrucándose contra su pecho, y él la llevó hasta su casa, donde se despidieron con una sonrisa bajo el sol del atardecer.
Esteban sintió cómo su pecho se apretaba.
Era absurdo, pero por un segundo imaginó que si cerraba los ojos y volvía a abrirlos, todo desaparecería. Que la realidad no sería tan cruel.
Pero ahí seguían.
Felices.
Perfectos.
Y fue en ese instante cuando lo entendió.
El infeliz era él.
No su otro yo.
No Star.
Él.
Intentó contactar a Francis, pedirle que lo llevara de vuelta a casa. Pero no hubo respuesta.
Nadie contestó.
El aire comenzó a volverse sofocante. La garganta le ardía. Sentía que el universo entero lo aplastaba.
No tenía sentido quedarse más tiempo.
Con los dientes apretados y la mirada clavada en el suelo, activó el Bolso Infinito.
No miró atrás.
No podía.
Y cuando la luz lo envolvió, su único pensamiento fue que no estaba viajando por el multiverso.
Estaba huyendo.
Lo que Esteban no vio antes de huir de ese universo…
Es que la perfección es solo una mentira bien contada.
Ese otro "él", ese reflejo que parecía haberlo tenido todo, también escondía su tragedia.
Cuando el Esteban de ese mundo llegó a su casa, apenas sintió sus piernas. Pero sonrió al ver su celular vibrar con un mensaje de Star.
"¿Llegaste bien? ❤️"
La leía con el mismo amor de siempre, pero con el peso de una verdad que nunca le confesaría.
—Sí, todo bien —respondió, ignorando la punzada en su pecho y el sabor metálico en su boca.
Dio un paso más, arrastrando los pies con dificultad, cuando la voz de su madre lo sacó de su breve momento de calma.
—¿Eres tú, Esteban?
Él suspiró. No tenía fuerzas para esa conversación.