El abuelo volvió hambriento

Materialización

Hacía dos años que Ricardo había perdido a su abuelo. Ahora estaba sentado en el living de su casa recordándolo melancólicamente.

—Como te extraño abuelo…—dijo Ricardo, en voz alta.

El abuelo había sido como un padre para Ricardo. Siempre lo recordaba con cariño. Había muerto de un infarto masivo. Lo reconfortaba saber que había pasado mientras el “viejo” dormía (así lo llamaba Ricardo, cariñosamente), no podía pensar una mejor muerte para alguien tan bueno y querido como lo era su abuelo.

—Ya dos años que te fuiste viejo…—sonó abrumado.

Ricardo estaba acomodando, en la mesa ratona del living, la foto enmarcada de su abuelo al lado de la urna que contenía sus cenizas. Además de haberle salido más barato cremar al abuelo, le parecía correcto tener la urna en su casa. Se sentía, de alguna forma, más “cerca” de él.

Ricardo había comprado dos velas, una negra y otra roja. La señora regordeta de la santería le había dicho que, una era para atraer los espíritus de personas queridas o allegadas y la otra para guiarlos hacia la luz en paz. Ricardo no le había creído nada, obviamente, pero las compró igual porque le gustaba la idea de prenderle una vela al abuelo. A los santos se les prendían velas, y para él su abuelo había sido un santo, no veía diferencia alguna. Prendió la vela roja y la colocó entre la urna y la foto del abuelo.

Se fue a su habitación, se calzó los pijamas, encendió el velador de la mesita de luz y, como todas las noches, se puso a leer un rato antes de dormirse. En este momento estaba leyendo una novela de terror (le gustaba el género). En seguida se abstrajo en su lectura.

Sobre la mesa ratona se consumía la vela roja. La urna, súbitamente y sin explicación, comenzó a rajarse, por las rajaduras comenzaron a salir en finas tiras y a flotar por el aire las cenizas del abuelo. La vela, de pronto disparó una llamarada de fuego como si le hubieran inyectado oxígeno con un fuelle a presión. Los hilos de cenizas que sobrevolaban el living comenzaron a juntarse y a formar una figura humana. La urna se había roto totalmente, el portarretratos había caído al piso y también se había roto, dejando suelta la foto del abuelo a un lado de los restos de la urna. Al ritmo de un leve silbido como de una pava a punto de hervir, la figura humana terminó de formarse. En segundos y en medio del living apareció parado, andrajoso, cadavérico y hediondo; el abuelo de Ricardo. Estiró los brazos como desperezándose de un largo sueño (quien podría negárselo), y su movimiento torpe hizo caer la vela al piso, al lado de la pata del sillón quedó tendida la vela prendida a pesar de la caída. La tapizada pata del aposento comenzó a agarrar fuego rápidamente.

—¡Ups! —resonó con voz de ultratumba, el abuelo.

Mientras el sillón se prendía fuego, el abuelo se dirigió hacia el televisor con el control remoto en mano, encendió la televisión y comenzó a pasar los canales frenéticamente; totalmente indiferente al fuego que avanzaba a sus espaldas.



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En el texto hay: demonios, humor negro, accion

Editado: 24.01.2019

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