El abuelo volvió hambriento

¡Kabloom!

Ricardo estaba parado en medio del living, con su abuelo resucitado al lado, desahuciado se lamentaba mirando a su abuelo. Afuera los bomberos tranquilamente acomodaban sus cosas.

—Ay Dios, mire como quedó esto abuelo —comentó Ricardo.

—Bueno un poquito mojado, algo roto por allá, otro poco quemado por acá, qué más da… —agregó el viejo casi risueño.

—¡Si!, tiene razón abuelo, esto, al lado del milagro que sucedió con usted hoy, ¡no es nada! —afirmó Ricardo, volviendo a tomar conciencia de que hablaba con su fallecido abuelo, no lo podía creer aún.

—Sí, sí. ¿Ahora, vamo´ a comer te parece? —dijo el viejo, restando importancia al comentario de su nieto.

—Si claro abuelo, vaya a la cocina que yo acomodo un poco y le hago algo de comer en seguida —comentó Ricardo, mientras salía de la casa a agradecer al bombero por la ayuda (si se le puede llamar así, a la masiva destrucción que impartió el susodicho).

En tanto hablaba Ricardo con el bombero afuera, el viejo ya estaba en la cocina buscando comida. Abrió la heladera y encontró un bife de costilla crudo y un sachet de leche, tomó el bife y buscó un plato. La leche también la sacó y agarró un jarro para servirse. Puso el bife en el plato junto con un cuchillo y un tenedor que sacó del cajón de los cubiertos. Con el plato en una mano, y el jarro de aluminio con leche en la otra, encaró un horno microondas que vio sobre la mesada. Lo miró pensativo.

—Esto debe ser pa´ calentar… —dijo mientras metía el plato y el jarro de leche en el microondas.

Ricardo le agradecía amablemente al bombero su asistencia, mientras pensaba que ni loco vuelve a llamarlos antes de terminar de pagar el decorado destrozado y conseguir otra puerta para su casa.

—Eh bueno, gracias amigo —casi se lamentó Ricardo.

—No hay de que, Sr. Ciudadano, cualquier cosa ya sabe eh, nos llama —anunció el bombero.

Antes de que Ricardo conteste (irónicamente seguro) al bombero se escuchó una terrible explosión.

—¡¡¡KABLOOMM!!! —Estalló el microondas de la cocina en mil pedazos. El viejo salió volando por la ventana de la cocina hacia el frente de la casa, estilo paracaidista pero sin paracaídas. Cayó al piso entre los vidrios estallados. Nadie entendía nada. El bombero fue el primero en darse cuenta.

—¡A la mieerrrdaa! —gritó el viejo, mientras planeaba por el aire.

—¡Desenrollen la manguera! ¡Fuego! ¡¡Siii!! —volvía a excitarse el bombero.

Ricardo ve al abuelo despatarrado en el piso y corre desesperadamente hacia él. El bombero con cara de felicidad orgásmica ya estaba inundando toda la cocina, a través de la ventana estallada.

—¡¡¡Abuelo!!! —gritó Ricardo extremadamente preocupado.

—¡Sii tomá fueguito! —se excitaba más el bombero.

—¡Ouch! —articuló el viejo. Estaba todo cortado y con pequeñas esquirlas de vidrio incrustadas por el cuerpo y cara, pero asombrosamente no sangraba.

Al lado del abuelo, Ricardo desconsolado le hablaba.

—¡Abuelo! ¿Está bien? ¿Llamo a la ambulancia? —consultaba Ricardo.

—¡Que ambulancia ni que mierda! Ya estoy muerto que me van a hacer —por primera vez, el viejo reconocía su estado actual— No, buscame una venda y listo. ¡Ta´ que lo parió se me arruinó el bifecito!

Ricardo, con celeridad, corrió a la casa y volvía con una venda y tela adhesiva en mano. El abuelo no estaba en el piso ya. Con sorpresa Ricardo se quedó mirando el autobomba que se alejaba por la calle con un fuerte rugido del motor y la sirena encendida.

—¡¿Eh?! —Ricardo.

—¡Viejo!, ¿que hace?, ¡bájese del autobomba ya! —bombero.

—¡En un rato te lo traigo, che! —el viejo.



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En el texto hay: demonios, humor negro, accion

Editado: 24.01.2019

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