El acorralado defensor de la patria (el ciudadano del mundo)

El acorralado defensor de la patria

Estamos en espera de las siguientes órdenes.

 

Aquí, junto con mis colegas, estoy haciendo una barrera a lo ancho de un gran puente. Actualmente, este es el único que queda de pie y que nos da contacto terrestre con otros países. Los demás tuvimos que destruirlos nosotros por directivas del gran líder.

Adelante nuestro, casi como a dos metros de distancia, hay una multitud gigantesca de gente. Todos los habitantes allí protestan en contra de la situación actual.

¿Qué opino yo sobre la situación actual? Pues la verdad es que no me gusta hablar mucho al respecto y, sinceramente, trato de no mantenerme muy informado, pues hace más difícil mi trabajo. Sin embargo, a pesar de eso, los datos siempre se filtran: la población se está muriendo de hambre. Todos los supermercados ya fueron saqueados, y el que tuvo suerte de mantener sus productos a la venta, los vende a un valor que solo los ricos podrían adquirir. Aunque de más está decir que ellos se fueron de estas tierras hace mucho tiempo. Supongo que eso significa que ese alimento va a podrirse antes de que alguien pueda conseguirlo.

Lamentablemente, el hambre no es lo único que está matando al pueblo. Comida es una de las tantas cosas, pero en este país falta todo. Me animaría a decir que incluso la esperanza está comenzando a desaparecer, pero la gente que tengo al frente está demostrando exactamente lo contrario. Están eufóricos, enojados, gritan a más no poder, llenos de fuerzas para reclamarnos que debemos abrir paso al único puente con el que cuentan.

Oh, no. Claro que no, ellos no quieren huir. Sus corazones están llenos de pasión y sus cuerpos están envueltos con los colores de su bandera. Están dispuestos a luchar hasta el fin para sacar a su nación del infierno al que la han sometido. Lo que sucede está detrás de mí en realidad: además de tener compañeros al lado mío, también tengo una buena cantidad de ellos a mis espaldas, junto con camiones blindados, impidiendo el paso de grandes transportes de cargas que probablemente traen comida. Son del país vecino y están custodiados por varios grupos de personas, de seguro para que ninguno se acerque a quemar la mercadería o algo parecido, como ya ocurrió en las otras fronteras.

Por el intento de ingreso de estos camiones se nos había ordenado destruir los demás puentes que nos comunicaban con el exterior. Lo más seguro es que destruyan este también si la situación no merma, aunque eso signifique aislarnos totalmente.

 

No, parece que se va a poner cada vez peor. Un joven con la cara cubierta acaba de ser reprimido por atacar con un palo a uno de mis compañeros. Eso acaba de poner furiosa a la multitud y me obliga a mí y a mis colegas a ponernos más firmes, pues a pesar de tener un escudo antidisturbios, los manifestantes son muchísimos más que nosotros.

Mientras seguimos esperando las nuevas órdenes y hacemos lo que podemos, no escuchamos más que gritos de reclamos y piedad por parte de quienes están delante de nosotros, presionándonos y pidiendo por favor que actuemos a favor del pueblo.

 

“¡Ustedes son cómplices de todo esto!”

“¡Dejen de obedecer a ese asesino! ¡Malditas lacras!”

“¡Están condenando a su pueblo y a su país!”

“¡El pueblo está muriendo y ustedes no nos protegen!”

“¿¿Esto es lo que quieren para su familia y sus hijos??”

 

¿Saben? Es duro mantenerse firme ante una avalancha que grita y golpea tu conciencia. Ellos no entienden lo difícil que es, por lo menos para mí, tratar de seguir órdenes que no quiero cumplir. Creen que es tan fácil como revelarme al jefe y ya, pero no es tan sencillo. Ellos me reclaman que piense en mi familia, cuando eso es lo único que hago y, de hecho, es la única razón por la cual sigo obedeciendo al jefe.

¿Cómo crees tú que, a pesar de la hambruna, alguien como yo puede tener la fortaleza física para detener a una avalancha de personas? ¿Cómo crees tú que docenas de policías pueden hacerlo al igual que yo?

Esa es la razón. Seguimos órdenes. Y los que seguimos órdenes somos los únicos que podemos obtener algo de parte del gobierno nacional.

Pero no lo hago por puro egoísmo, como otros de mis colegas, fieles al líder de turno. Lo hago por mi familia, conformada por mi esposa  y mi pequeña hija de apenas un año ¿Cómo podría dejar yo a mi niña Lucía sin comida? ¿Cómo podría permitir que a mi niña se le noten más los huesos de la cara que sus hermosos cachetes llenos de ternura e inocencia?

Si esta gente que protesta  comprendiera que no hacemos esto por maldad…

Si supieran que no solo yo estoy acorralado, sino cientos de oficiales…

Si tan solo entendieran que aquellos que sí son fieles al líder son capaces de perseguirnos y matarnos por “traidores”…

A pesar de todo, no los culpo. Sé que ellos también tienen familia que proteger, y probablemente sean más grandes que la mía. También tengo claro, aunque lo haya enterrado en lo más profundo de mi conciencia, que mientras ellos luchan para liberar al país, yo estoy acomodado con la tiranía. Y tengo mucho más presente que a la vez que ellos quieren derribarnos, nosotros estamos haciendo lo posible para evitar que entre un camión con ayuda humanitaria al país.

Qué ironía ¿No? Digo que no lo hago por egoísta, pero solo me preocupo por mi familia y por evitar que muchas otras puedan obtener algo para comer.

Aunque creo que está más que claro para quién debería luchar, la decisión es dura ¿Qué clase de padre sería si dejo morir a mi familia?

Pero la patria me devuelve otra pregunta.

¿Qué clase de oficial soy si no puedo defender a mi pueblo? ¿Qué clase de oficial entrega su propia nación a un dirigente que solo la destruyó desde que está en el poder? ¿Cómo puedo velar por el país si soy yo mismo el que está ayudando a que se desmorone a pedazos?

No puedo. Me cuesta elegir. La manifestación está cada vez más tensa y yo sigo tratando de mantenerme firme, con el peso de miles de personas en mi escudo y el peso del gobierno sobre mis espaldas.




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