El Adiós Que Nunca Quise

Capítulo 11

Capítulo 11

John

Sigo observando su rostro, y se que lo que tengo es curiosidad. Por toda ella.

¿Por qué no puedo ser el que era antes? Ante las chicas, siempre he sido el «chico frío, popular, atractivo y un gran reto para ellas». Solamente ante ellas…

Viejos y buenos tiempos, antes de terminar aquí. Con Dalia.

¿Acaso, deje de ser un gran reto para las chicas? O, ¿Dalia es mi gran reto ahora?

¡No! ¡Me rehúso a pensar en eso!

Lo único que siento por ella, es curiosidad. Y ya.

Nunca será más que eso.

—Eres una extraña a la que le tengo curiosidad, Dalia —confesé.

—Me pregunto porque no me sorprende —sonríe.

—¿También tienes curiosidad por mí? —pregunte en tono burlón.

—Tal vez —contestó.

—¿Eso fue un sí… o un no? —pregunto.

—No lo sé. Pero debes aprender a pensar solo para ti, no porque alguien finja estar dormido significa que puedes pensar en voz alta —explicó.

—¿Así que lo escuchaste todo? —pregunte, aun con los nervios en mi voz.

Eran pensamientos reales, pero ella no merecía escucharlos.

Y siempre tenía esa clase de problemas… de pensar en voz alta. Y jamás me había pasado antes, con alguna chica.

—Sí, lo escuche todo —dijo.

Se dio la vuelta. Dirigí mi mirada al techo, pensando en qué más puedo decir para saber si realmente escucho mis pensamientos sobre ella.

Dalia

Creí que me dormiría pensando en lo que descubrí en el despacho de mi padre. Y por un momento así fue.

Pero cuando vi a John acostado al otro lado del que yo estaba lo pude haber dejado ahí e irme a la otra habitación.

Pero preferí tener un motivo para no llorar en el silencio de la noche.

Y John lo es.

Y verlo sonriendo, mientras me veía… me dio un sentimiento imposible de dejar de lado.

Es decir, a las personas siempre les resultaba «interesante» cuando usaba ropa de marca, maquillaje y cuando estaba peinada.

En John despierto curiosidad, cuando estoy al natural. Sin maquillaje, mi ropa sucia y mi cabello. No imagina cómo debe estar.

Y justo ahora, mi mente tiene una distracción.

Mi estado: Riéndome de John. Sabía que estaba pensando porque su mirada lo delató. Eso, y la sonrisa que no se dio cuenta que estaba en sus labios.

Así que, decidí jugar un poco haciéndole creer que estaba pensando en voz alta.

Lo cual no fue cierto.

Y ahora, saber qué era lo que estaba pensando se añade a mi lista de todo por lo que tengo curiosidad de el.

—¿Y qué es lo que piensas? —después de un silencio, lo escuche preguntarme.

—¿De? —pregunte.

—Dices haber escuchado mis pensamientos, entonces, ¿qué es lo que piensas de ellos?

—Eso me lo guardaré yo —dije.

Sin saber de qué era lo que se trataban sus pensamientos, lo único que puedo decir es que le preocupa que sepa de ellos.

Lo que puede significar, que no sean buenos.

¿Para quién? Ni idea.

—¿Realmente los escuchaste? —pregunto—, porque solía pensar en voz alta, pero ya no lo hago más.

Me di la vuelta, encontrándome con sus azules océanos traspasando en mi simple mirada oscura, —Los repetiría con mucho gusto, si quieres, pero realmente quiero descansar.

Mentira.

No los repetiría con mucho gusto, porque no sabía nada.

Y tampoco quería descansar. Quería seguir hablando. Dormirme hasta no poder más.

—¿Entonces no te incomoda mi presencia, después de haberme escuchado?

No creo que eso sea un problema, por lo que contesté:

—No. No me incomodas tu, ni tus pensamientos.

No creo que me llegue a arrepentirme de eso.

Volví a darme la vuelta, aceptando el hecho que él no se va sabiendo que yo estoy a su lado en una cama.

De una habitación oscura.

Los dos solos.

—¿Por qué te afectó tanto ver ese ultrasonido? —lo escuché preguntar.

Y a estos momentos, tengo dos opciones a seguir:

Ignorarlo, ir a mi habitación y dormir.

O decir el porqué en voz alta, tal vez así deje de afectarme tanto.

Y uno de estos días, cada quien tomará su camino y jamás volveremos a vernos. Por lo que jamás podrá afectarme que sepa o no hechos personales de mi pasado.

—Ese era el de la novia de mi papá. Iba a ser mi hermanito. O hermanita —hice una pausa, sin darme la vuelta—, ahora jamás lo sabré.

—¿Tu querías tener uno? —me pregunta.

—Sí.

—¿Querías tener constantes peleas, compartir todo con esa persona, discutir en el supermercado frente a las personas, estar castigada con ella o por ella… en serio quieres uno?

—Iba a tener todo eso, y compañía. Tendría a quién gritarle, en lugar de llamar a alguien para hacerlo. Compartiría todo con esa persona, hubiera tenido pijamadas en lugar de quedarme dormida esperando un “Buenas Noches” de mis padres.

—Lo siento mucho, Dalia —su voz es suave.

—Esta bien. No lo estaba antes, ahora ya tengo un avance —comienzo a sentir el frío de la noche así que tomo la sabana.

—¡Yo también, tengo frío! —lo escuché exclamar.

Por segunda vez, me doy la vuelta. Noto su sonrisa, esta vez no es pequeña y no está tratando de ocultarla lo que provoca que también surja una en mi.

—Pero tú ya has pasado por este frío, yo no. Y no lo quiero hacer —dije.

—Y precisamente, porque yo ya pase frío no quiero tenerlo esta noche —dice, no en modo serio.

—Usaré la que está sobre el sofá —dije, levantándome.

Toma mi mano, y volteo: —No quieres dejar la almohada y sofá sin sábana ¿o si? —el tono juguetón que utiliza me hace reir.

—Esta noche, ellos estarán bien, seré yo quien moriré de frío si no voy por la sabana —dije.

—Dalia… —susurró sentándose—, lamento mucho lo jodida que puede estar tu vida por personas que te hicieron daño sin darse cuenta —no estoy entendiendo nada, pero decidí no interrumpir porque quiero ver en qué terminará esto—. Yo tengo una hermana, 14 años. Siempre que ella está triste, enojada o deprimida la mantengo abrazada hasta que se quede dormida.




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