El Adiós Que Nunca Quise

Capítulo 30

Capítulo 30

DALIA

—¿Se quedará en la habitación? —Preguntó el botones que estaba en la recepción, mientras yo firmaba mi asistencia en el hotel.

—Sí —contesté caminando al elevador. Mi salida.

—Feliz noche, entonces —dijo con una sonrisa cortés antes que su imagen saliera de mi campo visual debido a las puertas del elevador cerrándose frente a mí. Le correspondí por amabilidad.

Salí del elevador, y caminé hasta la última habitación del último pasillo, la 38. Dejé la puerta irse detrás de mí, retiré la calidez de las botas de mis pies y caminé directamente al sofá.

En absoluto el estar sola, acostada en el sofá de una habitación, en un hotel de mi ciudad -Los Ángeles- y con el maratón de películas navideñas en la pantalla plana no era la manera en la que planeaba pasar la Noche Buena.

De hecho, no tenía ninguna expectativa al respecto. No imaginaba escenarios de mi, disfrutando la Navidad.

Los últimos días han sido cálidos, llenos de cariño y afecto, de sonrisas que  han sido genuinas, de abrazos por los que  vale la pena preferir el calor antes que al frío...y eso sólo se lo debo a él. A John. Jonathan Holden. A mí extraño.

Porque de no ser por él, su carisma, su afecto, sus acciones, sus palabras, su cercanía, su existencia en mi vida...entonces sí estaría sola. Entonces y sólo entonces, sería yo conmigo misma.

La primera película del maratón comienza. Mientras se reproducen los créditos, me levanto del sofá y camino a la cocina para consentirme con un chocolate caliente en plena noche solitaria de invierno. Otra más de diciembre.

Vuelvo al sofá con la taza casi llena y colocando ésta sobre la mesa de estar, vuelvo a acostarme sobre el sofá y acurrucándome conmigo misma para mantener conmigo el poco calor.

#-#

«Mi Pobre Angelito» ya ha avanzado sus primeros 40 minutos y a pesar de lo entretenida que me resulta esta película, el amargo sentimiento de la soledad física comienza a opacar y reducir a mis optimistas pensamientos:

«Ya vendrán otras Navidades con compañía. Para todo, siempre hay una primera vez...tu primera Navidad sola se irá más rápido que las tendencias».

Y los golpes secos en la puerta de entrada del apartamento interrumpen mi duelo con mis pensamientos. Uno. Dos. Tres.

—Buenas noches, señorita —dice una voz masculina del otro lado—, ¿hola?

—Buenas noches —dije apurada en contra de la puerta—, ¿desea algo?

—En la recepción, han dejado un paquete para usted —explica dubitativo y decido abrir un poco la puerta para encontrarme con el botones de la recepción, esta vez, con una caja mediana en uno de sus brazos y leyendo un papel desde el otro—. Al no dar nombre, dejó un recado.

Me entrega la caja, y colocándola en el suelo, junto a mis pies, vuelvo mi vista al despistado botones. —¿Cuál es el recado?

—Dejaron dicho lo siguiente: «Navidad es la perfecta excusa para que recibas un pequeño regalo de mi parte. Sabrás que es de mi parte cuando lo abras. Te lo envío con mucho cariño».

Dicho lo anterior, me entregó lo que al fin había encontrado en medio de sus papeles.

Una pequeña tarjeta, del tamaño de una tarjeta de presentación, con lo que él me leyó impreso en medianas letras negras. La persona que me ha enviado este paquete, se tomó la molestia de imprimir el recado para mí.

—¿Quién lo dejó en recepción? —Pregunté al saber que mi mente no me enviaba nombres de quién puede ser.

—No lo sé. Estoy de turno. ¿Quiere que le averigüe con mis compañeros?

Abriré el paquete, sabré quién es.

—No —sonreí de manera cortés—, está bien. Gracias.

Cerré la puerta y tomando la caja entre manos la llevé a la mesa de la cocina. Con una tijera encontrada en una de las gavetas de la cocina, jalé de las alas de la caja y retiré el papel periódico que estaba encima.

Esperaba lo peor, lo juro, desde una rata muerta a una serpiente viva comiéndose una rata muerta...sin embargo, encontré múltiples fotografías enmarcadas. Fotografías que sólo estaban en un lugar: la casa de mi padre.

La última en la que estuve viviendo antes que el accidente me dejará atrapada en el bosque.

Las fotografías eran "familiares". La novia de papá, papá y yo sonriendo felices en diferentes paisajes: Hollywood, New York, Washington, París, Londres, Moscú y en una playa de Tailandia.

Todas eran conocidas, porque ya las había visto antes: colgadas en las profundas paredes blancas de una de las mansiones de mi padre.

Y cómo dicen, «Lo mejor para el final». La última fotografía enmarcada fue la nueva. La que no había visto antes.

Sobre esta, un Post-It celeste pegado: «Casi creo que te ves feliz...hasta que recordé que él es tu siguiente víctima».

Retiré el Post-It sin comprender el porqué de tal mensaje, la fotografía enmarcada éramos John y yo. Reconocí el lugar y el día en el que fue tomada: Frente a la casa de la madre de John. Hoy.

Las fotografías propias de una de las mansiones en la ciudad de Los Ángeles de mi padre, el estilo y diseño del marco de esta última foto, y las demás...no hay duda que mi papá es quién me envió esté pequeño regalo.

Arrugué el Post-It en la palma de mi mano y tirándolo al suelo tomé la caja, caminé y abrí la puerta.

—¡Disculpe! —El botones que estaba al final del pasillo reparó en mi leve grito y llegando a mí, antes que él hablará lo interrumpí—: ¿Puede hacerme un favor? Lleve esta caja al basurero, y la próxima vez que alguien pida que me entreguen algo no obedezca. No estoy esperando y tampoco necesito recibir sorpresas de nadie. Se lo hace saber a los demás trabajadores y al recepcionista, por favor y gracias.

Volví a entrar a la habitación y cerré la puerta detrás de mí antes de escuchar cualquier tipo de respuesta por parte del botones.




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