El Adiós Que Nunca Quise

Capítulo 33

Capítulo 33

JOHN

Razones por las que siempre he odiado despertarme en las mañanas y siempre lo haré: el frío externo a mi cálida cama.

Me gustan las temperaturas frías, sí, pero eso cambia cuando se trata a la hora de despertarme.

—¿Extraña? —Murmuré dándome la vuelta lentamente para encontrarme con el lado vacío de la cama, lado en el que el cuerpo de Dalia tendría que estar—. ¡DALIA!

Exclamando, me levanto de la cama y me dirijo al pequeño baño de mi cuarto, en la esquina, con la esperanza de encontrarla dormida sobre el retrete o en el piso. 

Jamás me había levantado tan rápido, cómo ahora.

—¡Maldita sea! —Vuelvo a exclamar cuándo no veo al cabello castaño desordenado y a los ojos cafés claros en el baño. Salgo de mi habitación en silencio con el cuidado de no despertar a mi madre y hermana, en caso de que sigan dormidas, y me dirijo al baño del pasillo.

Siento cómo hay destrucción y colapso en cada una de mis partículas, cómo el miedo, el pánico, terror, de que Dalia se haya ido y puesto en peligro a sí misma. 

Con poco balance  en mi cuerpo, y con las fuertes emociones nublando mi pensamiento crítico me dirijo a largos pasos a la puerta principal. 

Aún estando en pijamas y en las últimas semanas de la temporada de invierno, estoy decidido a ir a cada rincón de las calles en Los Ángeles con tal de encontrarla y…

Me detengo al instante. 

Saliendo de mi casa, me detengo, pero no por la fría nieve atacando a mis descalzos pies…, sino por el hecho de ver su figura. Frente a mí. 

—¿Qué demonios? ¿Dalia? —Susurré en un hilo de voz que terminó siendo sordo para ella. Me acerqué a su estancia, estaba sentada sobre el columpio, con la mirada fija o pérdida al anaranjado del horizonte (el amanecer). Sus piernas están siendo abrazadas y flexionadas a manera que sus rodillas son apoyo para su mentón. 

—¿Qué haces en pijama y descalzo? —Preguntó sin mirarme. 

—Me asusté, Dalia —ella voltea a verme—, tú me asustaste. Creí que habías salido a hacer una locura, del tipo con las que tú sientes el peligro por tu vida y yo el terror a perderte en esta.

Noté los secos de sus labios, sus ojos rojos e hinchados, varios caminos secos de lágrimas dibujados en sus mejillas y su piel erizada. 

—Ella ha llamado ayer, y me ha ofrecido una solución para salir de la mierda empalagosa de mi padre —dijo con un ácido en su tono—, el caso es que intenté ir a donde se que está pero no fui capaz de hablar con ella. Simplemente llegué al condominio en el que se hospeda con la idea de entrar, hablar y enfrentarla.

Toma una fuerte respiración, aún con su mirada al frente, abraza con mayor fuerza sus piernas. 

—No pude, así que volví dónde estoy llorando mientras pienso cómo salir de los problemas sin tomar malas decisiones, creo. 

Me senté a su lado, y con mi brazo rodeándola sobre sus hombros la atraje a mí. 

—¿Ella…, es tú mamá cierto? —Pregunté con mi mentón apoyado sobre su frente, mientras siento el leve peso de su cabeza sobre mi pecho. 

Ella asiente.

—¿Y qué fue lo que te propuso? —Volví a inquirir.

Ella voltea a verme con brillo en su mirada, las lágrimas que amenazan con salir le generan éste triste brillo aún más visible en estos momentos.  

—Es sin ti, John —dice limpiando los rastros de sus lágrimas de nariz y ojos—, no quiero salir de problemas legales sabiendo que tengo que alejarme de ti, es…—

Sabía que algún día llegaría este momento. 

No es ningún secreto que si alguno de la familia al que Dalia pertenece la quiere sacar de algún problema, sólo tienen que mover un par de músculos y hacer llamadas para hacerlo posible en cuestión de horas cómo máximo. 

Sin embargo, yo, necesito por esfuerzo propio y el de alguna representación legal si es necesario, salir del problema legal en el que estoy. Yo necesito esforzarme, hacer hasta lo imposible, porqué yo no tengo a nadie que por mí limpie mis errores. 

—Dalia.

—Pero estuve pensando…

—Dalia.

—Sí logramos que la persona que puso la demanda en contra de ti la retiré, estarías fuera del blanco de la policía. Yo acudiría a mi madre para que también esté fuera, y luego nos vamos lejos de toda la mierda de aquí. 

Un hermoso destello de esperanza y felicidad me golpea. El imaginar que podríamos estar juntos sin ninguna clase de problemas, pero esto es la realidad y no una maldita ficción digna de las pantallas grandes. 

Sí ella sí tiene la posibilidad de salir de sus problemas, tiene que hacerlo, no por culpa de los míos ella se quedará atrapada conmigo.

—¿Por qué no dices nada? —Pregunta evaluándome y no sé por cuántos segundos he estado así.

—Dalia —suspiro y tomo sus manos entre las mías, ligeramente frías—, no quieres esto. 

—¿El qué?

Un rayo de inseguridad continúa golpeándome. 

Dalia, ella es tan…, no lo sé, todo de ella te hace pensar que es una de las que nació para mantenerse en los estándares de belleza más altos, y ¡Joder! Lo anterior, es una de las razones por la que el constante miedo me hace siempre esperar lo peor estando con ella: ser yo quién termine con el corazón roto. 

Por qué según mi lógica, pesimista o realista, es definitivo que va a llegar al punto en el que ella se cansará de mí, mientras yo ¡Já! Yo seguiré encontrando más razones para amarla. Cada día. 

—No quieres esto —repito—, no quieres quedarte conmigo. 

—Sí, sí quiero —dice sonriendo dudosa. Seguramente porque no tiene la capacidad de escuchar lo que mis pensamientos pesimistas me están taladrando en el interior de mi cabeza. 

—¿Estás escuchándote o has fumado alguna hierba? 

Ella ríe mientras yo me permito admirarla. 

Es normal que después de haberla visto reír conmigo tantas veces…, ¿aún me sigue pareciendo ver a una perfecta obra de arte por primera vez?




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