El Adiós Que Nunca Quise

Capítulo 36

Capítulo 36

DALIA

No estoy nerviosa.

No tengo miedo de lo que pueda pasar.

Estoy tranquila.

Mi autocontrol está conmigo.

Mentira.

Sí estoy nerviosa.

Sí tengo miedo de lo que pueda pasar.

No estoy tranquila.

Y mi autocontrol me abandonó en el momento en el que crucé el marco de la puerta. Me abandonó desde qué el frío de la ciudad fue reemplazado por el frío del aire acondicionado del salón principal en el que se está desarrollando la fiesta.

Hace años, mucho años ya, que no vengo a la casa de los Von. Y ésta noche, sólo estando en el salón principal siento que la casa ha crecido a grandes proporciones.

Me siento tan pequeña aquí.

Dentro de toda ésta multitud de personas con vestidos y trajes elegantes.

En medio de todas éstas personas que con elegancia beben el champagne de sus copas y ríen ante cualquier estupidez que les digan.

Estando entre todas éstas personas que con sonrisas aparentan que se la están pasando de lo mejor y que vienen a disfrutar de la noche, cuándo en realidad fingir ya les está pasando factura a sus estados de ánimos y vienen con un objetivo propuesto a cumplir..., así cómo yo.

—¿Nerviosa, extraña? —Pregunta John. Aún caminando junto a mí, lo veo mezclarse con los demás muy bien. Un mesero pasa con una bandeja de copas sobre su vino y cómo todo un experto John toma una y se la bebe echando hacia atrás su cabeza. Su manzana de Edén resaltándose ante ese acto.

Dios. Hasta tomando de una copa le encuentro atractivo a John.

—Comienzo a pensar que no fue buena idea venir —digo con mis dedos entrelazándose y desentrelazándose, un juego nervioso y delatador. Bajo la mirada para notarlo, John me sigue, y sin dudarlo tomó una de mis manos.

—¿Ayuda a qué te sientas mejor? —Preguntó acercándose a mi oído, susurrándome, sentí un escalofrío que recorrió cada milímetro de mi espina dorsal.

Observe la imagen de nuestras manos unidas. Sonreí al ver que su mano era más grande que la mía, el doble o hasta el triple más.

—Mejor. —Contesté.

—Me dirás ya a que venimos —me dice sin saber a dónde mirar se centra en mí, mientras yo sólo busco a un señor de avanzada edad, canoso y alto.

—Aquí no. —Le dije para dejar el tema.

—Me trajiste a un lugar, en medio de personas que no conozco —John toma mi mentón obligándome a mirarlo, la búsqueda de mi abuelo se pausó cuándo en el azulino de sus ojos noté una ligera molestia combinada con algo de decepción—. No me gusta sentirme fuera de lugar, extraña.

Suspiré.

—Vamos —dije tomando la mano con la que sostenía mi mentón lo comencé a guiar fuera del salón principal—. Sí te explicaré, pero no en un lugar con demasiadas personas a nuestro alrededor.

Miré por encima de mi hombro. Su actitud de impasible y relajado estaba encendida. Su mano seguía con la mía, mientras que la otra estaba hundida en uno de sus bolsillos. Su cabeza en alto.

Dios, éste hombre es...

Mis pensamientos acabaron ahí.

Era yo quién tenía el control de a dónde ir: la terraza. Pero, en un repentino e inesperado movimiento fue John quién me hizo dar la vuelta y ser yo quién lo seguía a él.

—¿Qué—

—He visto cómo son éste tipo de casas —dijo mirando a su alrededor—, digo mansiones, y creo saber hacia dónde tenemos que ir si queremos hablar sin que nadie nos interrumpa.

—John...—

—Habla una vez que lleguemos —dijo seguro. Decidido. Con una determinación que pocas veces había visto salir..., una de ellas fue cuándo estuvimos en la cabaña del bosque.

Estábamos dejando atrás al grupo de personas falsamente elegantes, y comenzamos a adentrarnos en un pasillo con varias puertas. Varias. El diseño minimalista de la mansión era hermoso, sin lugar a dudas, los diferentes tonos de grises fusionándose con el impasible blanco y negro mientras algunas plantas, pinturas, candelabros en el techo y paredes con tramas lineales acompañaban haciendo un conjunto de una perfecta decoración de un lugar tan grande cómo resultó ser la mansión de los Von.

¿A dónde vamos? Iba a preguntar pero él ya había soltado mi mano para abrir una de las puertas. Lo miré confundida, pero pasé al interior de lo que resultó ser un despacho.

Lo sé, porqué mi papá también tenía uno.

Escuché la puerta cerrarse a mis espaldas mientras analizaba todo. Hay dos libreros a los costados, todos los libros de estos ordenados por ramas. Al centro, estaba la silla de cuero que frente a ésta un escritorio de madera con cuero. Una alfombra negra extendiéndose por todo el lugar.

Caminé hacia el escritorio, me di la vuelta y me senté sobre este. Mis brazos a mis costados con mis manos agarradas al borde del escritorio.

John se veía tan..., aparte de hermoso e irrevocablemente sexy, lucía demasiado indescifrable. Apoyado sobre la pared, sus brazos cruzados sobre su pecho y su cabeza ladeada de lado.

Por supuesto, que no puedo adivinar lo que está pensando en estos momentos, pero el hecho de verlo frío, inmóvil cómo una roca y sin mencionar palabra desde que caminábamos a este lugar comienza a encender mis alarmas.

¿Se ha enojado?

¿Decepcionado?

¿Y si vió a otra chica por la que se sintió atraído y ahora quiere decirme que la prefiere a ella?

Dios, sueno paranoica. En mi defensa, es su culpa. Le dije sí tenía traje de gala. En ningún momento le dije que veníamos a una fiesta de disfraces para que se vistiera cómo el hombre que fue hecho por los mismos dioses.

—¿Te has enojado? —Pregunté y él sólo movió la cabeza en negación.

—¿Te has decepcionado? —Volví a preguntar y él sólo se limitó a negarlo. Sin palabra alguna.

—¿Has visto a otra chica por la que te sentiste atraído y ahora quieres decirme qué la prefieres a ella? —Él frunció el ceño, y creí que sólo negaría cómo lo estaba haciendo, sin embargó soltó una risa. Pequeña, breve, y grave.




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