El Adiós Que Nunca Quise

Capítulo 39

Capítulo 39

DALIA

Jamás había llorado tanto cómo lo hice en el auto, camino a casa de mi abuelo.

El camino fue largo y el chófer manejaba lento porqué a mi abuelo jamás le gustó la velocidad cuando viajaba en auto, así que, me dió el tiempo de contarle todo lo que pasó desde el accidente hasta ésta noche.

Por supuesto, que ese "todo" no incluía a John. Aún no estaba lista para mencionarlo cómo parte del porqué de mi dolor. Aún no.

Con pesar comencé a abrir mis ojos, poco a poco fui recordando que esta vez no había amanecido en la habitación de John, junto a él, en su casa. No, esta vez una habitación un poco más grande (solitaria). Fui sentándome en la cama.

Agradecí que las gruesas cortinas oscuras en los ventanales no permitieran que los rayos solares se colaran, sin embargo, al no ver los rayos solares no puedo calcular qué hora es.

Mis ojos ardían, mi garganta era un desierto que dolía, mi cabeza estaba a punto de explotar, el frío me estaba comiendo viva desde el exterior y las desilusiones, tristeza y furia estaban acabando con cada parte de mí en mi interior. Ojalá me hubiera quedado dormida un poco más. Dormida es la única manera indolora de sobrevivir.

Comencé a masajear la cabeza pero me detuve en seco cuándo la puerta se abrió. Un rostro preocupante encontré observándome, luego un pequeño alivio se surcó junto con la sonrisa en sus labios; quería correr a él y abrazarlo, pero fuerzas físicas es lo que más necesito y menos encuentro.

—Creí que te dolería la cabeza —dijo acercándose a pasos lentos a mi estancia en la cama—, te traje la pastilla que te calmará el dolor. Toma.

Obedecí.

Aún no sabía cómo mi abuelo reaccionó a lo que en él desahogué ayer, lo único que hacía era escuchar sin mencionar palabra alguna y hasta el momento lo continúa haciendo. Bueno, lo continuaba, hasta que...

—Tu madre ha hablado —soltó de repente, su mirada triste puesta en mí. Odiaba verlo así de triste cuándo me mira, pero ver a su única nieta hecha un desastre emocional y mentalmente no le deja otra opción.

Además, mi madre era otra persona con la que menos quería hablar en estos momentos. Si ella me hubiera ofrecido su ayuda sin condiciones, sin pedirme algo a cambio, yo jamás habría asistido a la fiesta de los Von.

«No quiero hablar con ella, ni verla. No quiero nada de ella». Estaba lista para decir lo anterior, pero mi abuelo pareció captar mis intenciones y habló:

—Hablo sólo para pedirme que te avise que los cargos con los que se te acusó han sido retirados —dijo en un sólo hilo de voz, rápido, cómo si no quisiera que preguntará más al respecto.

Obviamente preguntaré más.

—¿Ella ha hablado con mi padre?

—No sé.

Gruñí.

—¿De qué manera se deshizo de los cargos?

—Tampoco lo sé.

—¿Cuáles fueron las pruebas o argumentos que ella presentó a mi favor?

Mi abuelo suspiró, derrotado, me observó.

—Quieres respuestas, lo sé, pero en estos momentos no creo que sea lo mejor para que estés preguntándome.

Lo observé confundida.

¿Habían 'otras cosas' que tenía que preguntar? ¿Qué tengo que saber?

—El anciano aquí soy yo, pero déjame refrescarte un poco la memoria —tomó una pausa, una bocanada de aire corta mirando al espacio y de nuevo su mirada sobre mí—. Cabello desordenado, castaño claro, piel de tez blanca y un par de ojos azules.

¿Acaso...?

Sentí el tamaño de mi corazón de la garganta al estómago.

John.

Pero una especie de temor por enfrentar ese dolor en estos momentos me hundió en cuestión de segundos, y éste aumentó cuándo observé que mi abuelo aún quería decir algo.

Cómo si lo tuviera en la punta de la lengua, pero no lo deja salir.

—No quiero ver a nadie —dije en lo bajo, comencé a tomar con fuerza las sábanas en el interior de mis puños lista para volver a la 'tranquilidad' qué tal vez encuentre estando en cama bajo sábanas.

—Dalia, no sé nada al respecto, pero observé cómo tú y ése chico terminaron afectados por las bombas que se soltaron ayer, pero...

—No quiero—

—Déjame intentarlo —pide—, por favor.

Silencio.

Él prosigue.

—Dalia, en ésta vida todos tenemos miedo a perder lo que amamos. Tú lo tienes, tienes lo que amas pero también tienes miedo a perderlo porqué en lugar de estar aquí deberías enfrentar ese miedo, ir a hablar con él, solucionar las cosas antes de que empeoren.

—Él me mintió —balbuceé sin ánimos.

—Y tú no escuchaste su razón. Todos mentimos por una razón, no es correcto, pero tal vez su razón haya sido más fuerte que su sentido común.

Silencio.

—Dalia, ¿lo amas de verdad?

Sí. Pensé de inmediato.

—¿En serio dejarás la oportunidad de solucionar las cosas con la única persona con la que realmente lograste sentir la definición de felicidad? Porqué en la manera en que logré observar cómo se miraban, cómo se conectaban y lamentablemente cómo terminaron destruidos..., el fuerte efecto de esas emociones no se logran tener dos veces en la vida, Dalia. Jamás.

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Tres golpes secos en la puerta. Me balanceo sobre mis pies, adelante y hacia atrás. La puerta se abre, una sonrisa en su rostro me recibe, observa a mis lados, a mi alrededor..., la sonrisa se combinó con la duda en su rostro.

—¿John? —Preguntó—. ¿Dónde está?

La preocupación no era leve en el tono de la madre y eso encendió las alarmas.

¿Dónde está John?

¿Por qué no volvió a casa anoche?

¿A dónde fue?

Esperaba venir a su casa y hablar con él, solucionar las cosas con él. Definitivamente no esperaba saber que él no estaba en su casa, y ahora -gracias a Jack-, todos saben que él es un fugitivo.




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