El Adiós Que Nunca Quise

Capítulo 41

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DALIA

El miedo.

Una de las peores sensaciones, de las que a todos menos nos gusta sentir pero es una de las qué más fuerte sentimos. Es una de las qué más he sentido en todo éste tiempo. Desde el accidente.

La oscuridad.

La oscuridad es la qué en estos momentos me está protegiendo. Sí abro los ojos, sabré dónde estoy, cómo estoy -físicamente- y con quién estoy.

Solamente sí los abriera.

El caso es qué aún no quiero abrirlos, aún no quiero enfrentar esta parte de mi realidad. Sin embargo, a mi alrededor no hay ninguna clase de ruido u olor qué me de pistas de dónde podría estar. 

Nada.

Lo único qué siento es la textura de la almohada bajo mi cabeza, la de una cama o colchón bajo mi espalda y una tela cubriendo la parte baja de mis piernas.

Lentamente, comienzo a abrir los ojos. Uno después de otro, agradecí a mis adentros encontrarme con el blanco profundo del techo. Luego fui viendo el color crema de las paredes qué hacía contraste con el techo, fui bajando la mirada para darme cuenta qué frente a mí enormes cortinas oscuras me privan de la vista del exterior.

Estaba en una habitación qué estaba lejos de ser fea, oscura e incómoda cómo pensaba. Pero sí tan sólo estuviera aquí bajo mi propia voluntad, todo estaría bien.

Moví un poco mi cabeza hacia los lados, suspirando un poco al ver qué no había nadie viéndome despertar. O al menos así lo era, hasta qué escuché el sonido de esa voz qué antes se quedaba dando vueltas en mi cabeza, robándome el sueño y haciéndome sonreír mientras lo pensaba…, pero ahora sólo provocó escalofríos qué me recorrieron desde la espalda baja hasta la nuca, provocando qué me recostará sobre mis brazos en la cama.

Busqué de dónde venía su voz, y para mi mala suerte tuve éxito en cuánto lo vi con un libro entre sus manos, un pie sobre el otro, su espalda apoyada sobre el respaldo del sofá individual de la esquina de la habitación qué ahora me parecía grande.

Su mirada estaba fija y concentrada en el libro, hasta qué colocó un separador en las páginas, lo cerró, y sonrió antes de mirarme.

Otro escalofrío.

Tragué grueso.

Un instinto me hizo moverme hacia atrás, mi espalda terminó apoyada sobre el respaldo de la cama. Y sólo en este momento siento alivio en medio de toda esta mierda de situación, por qué no estaba atada.

Volví a mover mis pies y mis manos bajo la sábana, sin ocultar -seguramente- mi sorpresa no tenía cadenas, cómo yo pensaba qué sí.

Significa qué yo…, puedo…

—No podrás escapar Dalia. No hay manera —aseguró con su voz ronca y fría, de nuevo—. Las cadenas en ti, o encerrarte en algún lugar apartado, feo y oscuro no va contigo. Sé qué no es necesario.

Ligeramente, logré sentarme con mis brazos apoyados hacia atrás. Estoy segura qué si estuviera de pie, mis piernas me fallarían.

—¿Cómo estás tan seguro qué no huiré? —Tenía qué preguntarlo, la seguridad y tranquilidad con la qué estaba me asustaba hasta cierto punto.

Las curvas de sus labios se movieron un poco, subiendo. Otra sonrisa.

—No lo harás, eres lo suficientemente inteligente cómo para qué te sirvas en bandeja de plata a la muerte.

Abrí la boca en seco, iba a decir algo, no estoy muy segura de el qué, pero eso no importó en cuánto él continúo hablando.

—¿Quieres un consejo? —Preguntó ladeando su cabeza—, obedece y vivirás, Dalia. Sí no haces esa acción tan sencilla, ni él ni yo te vamos a matar. Él te hará sufrir de manera lenta y dolorosa, y yo no estaré para evitarlo.

¿Él?

Ignoré la importancia de la anterior pregunta cuándo recordé qué aún estaba vivo mi padre.

—¿Por qué estás con él? —La pregunta dejó mis labios antes qué pudiera pensarlo dos veces.

Entendí la razón de mi papá para aún continuar permitiendo qué Jack esté de su lado: En Jack encontraba la satisfacción de ser padre.

Satisfacción qué no encontró conmigo, su propia y verdadera hija.

Mi corazón se estrujó, pero mi curiosidad opacó lo anterior cuándo no entendía la razón de Jack para no solamente seguir con mi padre, sino también dejarse manejar por él.

Cómo una marioneta.

—No lo entenderías —dijo y sólo por un par de cortos segundos logré observar cómo la muralla fría a la qué estaba jugando se debilitó y presentó un semblante de ¿tristeza? ¿confusión?

Es difícil leer el lenguaje corporal de las personas con el miedo atacando a mis sentidos comunes.

—Jack, yo sé…—

—¿Ves este reloj? —Me interrumpió levantando un pequeño reloj qué reposaba en la mesita de estar, junto al sillón sobre el que él estaba sentado—. Sonará dentro de 20 minutos, y cuándo suene tú ya debes estar bañada y con una ropa más aseada puesta. Puedes usar la de el armario del fondo.

Observé a Jack acercarse a la otra mesita de noche de la habitación: junto a la cama. Cerca de dónde estaba yo.

Lo observé caminar, acercarse y colocar el reloj y en ningún momento él me dirigió la mirada pero supe qué él sabía qué me estaba viendo.

Así funcionaban las cosas cuándo estaba con él: Sí yo lo miraba, él hacía todo lo posible con tal de esquivarla porqué jamás pudo sostenérmela. Sí él era quién me veía, tenía qué fingir qué no me daba cuenta para qué lo continuará haciendo.

Antes él me miraba fijo, porqué tenía miedo.

Y aún lo tengo, pero sí me esfuerzo lo suficiente en no demostrarlo, él me esquivará la mirada. Y seguirá así, hasta qué llegué el punto en el qué todo lo qué hará será evitarme.




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