El Adiós Que Nunca Quise

Capítulo 44

JOHN

Dicen qué la esperanza es lo último que se pierde. Pero a éste punto yo ya llegué al final, ya la perdí.

Y se me hace tan difícil creer cómo estaba en lo más alto de la montaña rusa en mi vida, estaba a lo más cercano de la definición de felicidad, estaba sanando y lo hacía con Dalia a mi lado..., la extraña qué terminó siendo la mejor parte de cada uno de mis días.

Despertaba y ella estaba a mi lado.

Aún recuerdo cómo en esos pequeños momentos sus mechones castaños caían sobre su frente, cómo su respiración se mantenía tranquila y en ese silencio cómo hacía contraste con la mía.

Pero sólo un momento en la anterior noche bastó para arruinarlo todo.

Ahora sólo soy capaz de mirar hacia atrás, en mis recuerdos, y lo feliz qué estaba con Dalia no lo volveré a sentir de la misma manera con nadie.

Y por eso es qué no me permitiré volverla a perder. La perdí una vez ya, hace años cuándo éramos niños y no tenía idea de la magnitud de los sentimientos qué por ella llegaría a sentir..., ahora somos adultos, conozco la fuerza de mis sentimientos por ella y son éstos los qué me han impulsado hasta la puerta de una habitación del Hotel Holmes.

Por Dalia.

Pensé antes de ver a mi mano dar tres golpes secos en la puerta. Ahora a esperar a qué esté aquí.

Finalmente la manilla de la puerta giró, todo comienza a suceder en cámara lenta.

Observé a la puerta despegarse del marco, abrirse y dar paso a un rostro curioso, luego confundido y con un poco de tristeza hasta qué la furia se hizo presente en sus facciones.

-Por favor -dije en voz baja, lo suficiente para qué ella lo escuchará antes de cerrarme la puerta.

-No -dijo entre dientes-, después de todo lo qué pasó, lo qué ha pasado, ¿en serio tienes la cara para venir aquí?

-Necesito encontrarla -digo ya sin fuerzas en mis vocales.

Ella sale de su apartamento, deja entreabierta la puerta y se acerca a mí. Una furia en el profundo de sus ojos.

-Te diré algo, Jonathan -comenzó diciendo entre dientes-, y dejaré a Dalia fuera de esto porqué al final ella no tiene la culpa de haberse topado con el problema, molestia y dolor qué resultas ser cuándo te conocen pero sí de verdad la quieres, debes entender qué contigo no es el lugar de ella. Déjala qué sane, déjala tener una vida feliz después de qué la policía la traiga de vuelta a casa. Simplemente déjala.

Hace una pausa, una risa sin humor sale.

-¿Recuerdas la expresión qué pusó la noche de la fiesta? ¿Recuerdas su rostro? -Un estrujamiento en mi pecho se hace presente cuándo recuerdo su mirada en mí, diciéndome:

«Dime, qué no es cierto, por favor, di qué esto es una confusión y qué no estuviste ocultándome algo cómo esto todo este tiempo qué hemos estado juntos».

Las lágrimas llegaron después.

Ella se veía demasiado hermosa esa noche, y yo había roto esa belleza. Y fuí otra persona más qué la desilusionó y no sé de todo qué es lo peor.

-Por supuesto qué la recuerdas -dijo-, entonces no creo qué necesites más razones para qué puedas entender qué amándola la destruyes también.

Y diciendo lo anterior, vuelve a su apartamento.

...amándola la destruyes también. Cualquier otra cosa dolería menos.

No tenía caso seguir ahí, la única opción qué tenía ya no es más una.

-¿Te lo pregunté? -Escuche el grito de una mujer, levanté la mirada hasta aterrizarla en una señora de vestimenta bastante elegante qué hablaba por teléfono mientras rebuscaba en su bolso frente a la puerta de un apartamento.

Presioné el botón en el elevador, esperando. Disimuladamente voltee a verla porqué su voz seguía siendo la protagonista del pasillo y es entonces en el qué reconozco la peculiar familiaridad del cabello largo y castaño.

Ignoró el elevador abrirse y lentamente camino cerca de ella para poder observar su rostro. Finalmente ella cuelga y es cuándo unos cortos segundos alcanzó a ver su perfil.

-¿Señora Mogens? -Pregunté acercándome.

-No, no, no y no. No me llames con ese apellido, para ti soy Lidia y ya saldé mis cuentas pendientes en recepción desde hace una semana.

Ella voltea a verme y casi grito de felicidad cuándo vi en su rostro la sorpresa.

-A ti -me señala-, ya te he visto antes.

-Soy-

-Shh. -Me calla-, estabas con mi hija en la fiesta de caridad ¿cierto? ¿Eres el John del qué mi padre habló? Seguro qué sí.

-¿Su padre? -No oculté mi confusión.

-Dalia estuvo con él después de la fiesta, hasta qué a mi querida hija se le ocurrió salir sola sólo por ir a buscarte -ella ríe sin humor-, sabes, en mi juventud también hice muchas estupideces por chicos ¿quién no? Parte de crecer y madurar es caer sin alturas definidas pero... ¿ir sola a buscarte al bosque? Es ofrecerse en bandeja de plata a la boca del lobo.

¿Fue al bosque?

Ahora sé a dónde ir, me doy la vuelta y comienzo a alejarme de ella.

-¿A dónde vas?

Me giré. -Por ella -contesté-, lo de ofrecerse en bandeja de plata a la boca del lobo también es mi especialidad.

Ella río, sin humor otra vez.

-No seas estúpido niño. Admiro el coraje con el qué te cargas, pero tu situación tampoco es muy favorable en estos momentos. ¿Qué pasaría sí la policía te ve, eh? Sabes qué están detrás de ti ¿no? -Ella se acerca y por las botas de tacón alto qué trae su altura es sólo unos milímetros más qué yo-. ¿Planeas ayudar a Dalia encerrado desde una celda?

Tenía razón, no tenía los medios para ser lo más cauteloso posible. Después de la fiesta, hasta la prensa sabe de mi existencia, de mis errores y apuesto a qué sería jugoso para ellos lograr qué de con la policía.

-¿Qué propone qué haga? -Me encontré a mí mismo preguntándole cómo sí ella tuviera las respuestas-. No puedo quedarme en mi casa esperando a saber algo de su paradero.




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