El Adiós Que Nunca Quise

Capítulo 45

Jhon

—Está tardando mucho —dije intentando abrir la puerta, pero el chofer ya había obedecido las órdenes de la señora Lidia de cerrarlas en caso de querer salir antes de tiempo. 

—Acepté qué vinieras sí te comportabas —dijo con un tono con el que una madre regañaría a su hijo por cualquier cosa con o sin sentido.

—¿Y sí la han visto salir? ¿Y sí no confía en las personas qué fueron por ella? Tal vez lo mejor hubiera sido ir yo por ella y así…—

Me detuve en seco cuándo las luces de un auto se acercaban y se detuvieron justo dónde era “la clave” que la señora Lidia les había indicado a sus hombres hace media hora. 

Un tornado de emociones, todas buenas, se instalaron de golpe pero cuándo las luces se apagaron y sólo 2 hombres salieron del auto me giré confundido a la señora Lidia. Se me fue imposible leer las emociones ahora plasmadas en su rostro, pero otro fuerte instinto me dijo que no eran buenas.

Volví a girarme al frente y las luces del auto en el que nosotros estábamos me permitieron identificar ese rostro que ya había visto antes: en la fiesta

—Hora del plan C —dijo sin dejar de mirar al frente con rabia y determinación.

—¿Y el plan B? —pregunté. 

El plan B era que los infiltrados de la señora Lidia reunieran a todos en alguna especie de salón para encerrarlos ahí mientras nos dejaban entrar a nosotros para llegar hasta mi Dalia. 

Y el anterior es mucho mejor que el plan C: ir solamente yo. 

Sí en algún momento pensé qué el plan C era el primero que teníamos que hacer porque sería más rápido salir de toda esta situación, ahora mis nervios me dicen lo contrario. 

—No puedo ir sólo —le solté—, algo puede salir mal o tal vez necesite qué alguien me cuide las espaldas porque en la casa pueden haber más hombres de él que los suyos y—

—Escucha —dijo rígida mirándome—, vas a ir solo y no se dice más. No puedo dejar a los peces gordos -el padre de Dalia y Jack- sin compañía porque entonces irán hacia ti. No puedo enviarte a un hombre de los qué estamos aquí, porque sola puedo pero si ellos tienen algo tramado mis hombres tienen que estar conmigo y además te moverás más rápido si no tienes que ir a la par de alguien. 

—Aún así yo—

—Dalia vino sola hasta aquí para buscarte Jonathan —dijo ya casi sin paciencia—, lo mínimo que puedes hacer es dejar de seguir perdiendo el tiempo.

Es cierto. 

Tenía miedo, sí, demasiado, pero el miedo de perder a Dalia era más fuerte. Y no podía permitirlo, menos por mi culpa. 

—Ahora saldrás, lleva esta linterna porque pronto oscurecerá, corres siguiendo el camino de las plantaciones de los dientes de león hasta que encuentres la casa. Uno de los míos te facilitará la entrada, pero hasta ahí, ellos tienen que ocuparse del resto de los hombres y tu de sacar a Dalia. ¿Entendido?

Asentí. 

Salí del auto con la linterna y corrí entre los árboles siguiendo a las plantaciones de dientes de león. 

Por Dalia. Me repetía constantemente para no detenerme aunque mi cuerpo me lo pidiera. 

Quiero seguir viendo esa sonrisa bonita que ella tiene. 

Quiero seguir acariciando su cabello mientras ella está recostada sobre mi pecho durmiendo plácidamente.

Quiero seguirla viendo de la manera en la que ella se sienta bonita o no, con o sin maquillaje, con vestido o con alguna de mis camisetas, despeinada o peinada, cabello suelto o en un moño desordenado y caído. 

Aún tengo mucho que decirle, que aclararle. 

Aún tenemos que terminar de ver las películas de Disney. 

Pero sobre todo, aún tengo muchos sentimientos que demostrar más allá de las palabras y el tiempo no parece ser suficiente cuándo estuve con ella y ahora que no lo estoy se siente cómo una muerte lenta y dolorosa, llena de agonía. 

-*-

Los pasillos eran demasiado largos y anchos, enormes ventanales con las cortinas abiertas permitían que la luz del atardecer se colarán dándole un tono anaranjado bonito a las tristes paredes blancas. 

Continúo caminando sobre las alfombras de los pasillos para evitar ser yo quién cree un ruido porque el silencio que inunda la casa sólo me envía corrientes de escalofríos pero fue el ruido de una puerta rechinar lo que hizo detenerme en seco. 

 Y luego fue el eco de susurros. 

—Confíe por favor señorita, su madre me ha enviado y no tenemos mucho tiempo ya. 

—Ya no quiero seguir con todo esto, por favor, ya no. 

Fue el escuchar a mi Dalia rota lo que me impulsó a correr hacia el final del pasillo hasta que mi vista se nubló cuando una mujer con uniforme de sirvienta intentaba sacarla. 

Seguí corriendo hasta llegar a ella, la mujer la soltó en cuánto Dalia reparó en mí e intentó llegar a mi dirección. 

—John…—sollozó una última vez antes de romperse, de liberarse en llanto sobre mi pecho al mismo tiempo que sus brazos me rodeaban con debilidad. 

Quería llorar, quería liberar en llanto todo el estrés y miedo que había estado acumulando. Pero no puedo.

Verla más delgada, con sus ojos rojos y húmedos, sus ojeras…, no puedo permitirme llorar cuándo lo que ella necesita es consuelo y apoyo. Necesito estar fuerte para ella. 

—¡Están en el ala oeste! —Escuché gritar a un hombre al inicio del pasillo.

—Sácalos —le dijo el hombre a la mujer que había estado con Dalia. 

—No te dejaré solo, vendrán más —le dijo a la mujer preparando su arma para defenderse. 

—Me dejarás solo porque los llevarás a la salida. Veré cómo me las ingenio para salir de esta. 

Una indescriptible emoción se instaló en el aura de la mujer, no la podía describir con palabras o darle un nombre…, pero sí podía entenderla porque me he visto reflejado en ella. En su deseo y anhelo de no querer perderlo a él. A su compañero o pareja, lo que sea este par, no lo quiere perder ni mucho menos dejarlo solo. 




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