El Adiós Que Nunca Quise

Capítulo 46

John

«—Pase lo que pase no te sueltes de mí, Dalia, por favor.

—No cometería el mismo error dos veces, John, por nada del mundo.».

«—Pase lo que pase no te sueltes de mí, Dalia, por favor.

Un destello blanco.

«—No cometería el mismo error dos veces, John, por nada del mundo.».

Otro destello.

«—...no te sueltes de mí, Dalia, por favor.».

Otro destello blanco, cada vez más fuerte cómo si me estuvieran llegando para quedarme ciego.

Intentó apartar la mirada pero todo es blanco, arriba, abajo, a mi derecha y a mi izquierda. Cierro los ojos con fuerza pero esos fuertes ecos no me lo permiten.

«—No cometería el mismo error dos veces, John.».

Silencio.

Todo queda en absoluto silencio.

Un silencio demasiado ruidoso comienza a ser reemplazado por un ruido chillón.

«Pi, pi, pi, pi, pi …» y continúa al mismo tiempo que otra luz blanca aparece con pesadez, esta vez es más pálida que la anterior. Luego observé un fondo grisáceo a lo que después reconocí cómo un techo y después las paredes, unas máquinas a mi costado, las sábanas cubriéndome…, estaba…

«—¿Dalia?» quise preguntar pero no había fuerzas en mis cuerdas vocales y aunque lo hiciera no tendría respuestas.

Seguí observando a mi alrededor, estaba en un hospital. Dolía tan solo pensarlo. Mi ropa no estaba conmigo, los colores blanco y gris nunca me habían parecido tan tristes y solitarios.

La puerta se abrió y un rayo de alegría de que la posibilidad de que fuera mi Dalia me cruzó fugazmente, pero pese a lo nublado de mi vista observé a una señora de uniforme, medias y zapatos blancos.

—Buenas noches —hizo pausa mientras abría su folder y buscaba—, Jonathan. Me alegra que hayas despertado, reviso unas cosas y el doctor vendrá a revisarte ¿sí?

Se dirigió a las máquinas a mis costados y mi vista iba con ella. No era Dalia, pero podía tener respuestas de dónde podría estar o decirle que ya puede venir a verme.

—Ella —solté y me escuché a mí mismo decirlo muy bajito, pero ella se percató de mi intento y se acercó un poco más, confundida.

—¿Qué dices?

Tenía su atención. No podía dejarla ir.

—¿Dónde…, está?

—¿Enfermera? —Otra voz, esta vez masculina, se instala en el ambiente. Un señor con un par de canas y una bata blanca cubriendo sus prendas la observa y luego a mí.

—Estaba hablando —dijo atónita.

¿Qué acaso soy un pequeño niño que acaba de decir sus primeras palabras o qué? Lo dijo cómo si lo maravilloso acaba de ocurrir.

El señor rápidamente se acercó a mí y colocó su instrumento sobre mi pecho, moviéndolo y prestando atención.

—¿Hace cuánto despertó?

—No mucho, como máximo 5 minutos.

—Eres fuerte muchacho —dijo observándome—, fuerte y algo tonto.

—¿Dónde? —Pregunté otra vez, ¿porque me estaba costando hablar?

—¿Dónde qué? —Preguntó el señor de la bata después de colocar una linterna frente a cada uno de mis ojos.

—Creo… —comienza la chica dudosa—, creo que se refiere a la chica, señor.

—¿A quién?

—A —la chica pausó y me miró mientras elegía si proseguir o no—, a la chica que venía con él, señor.

—Oh —el señor de la bata, el doctor, pareció recordar—. ¿Cuál es su estado?

—Eeemm —la chica se aclaró la garganta—, sigue allá arriba.

¿Allá arriba? ¿Qué significaba?

Tal vez se referían al piso de arriba, una sala de espera o una cafetería.

Lo bueno es que pronto vendrá a verme.

—Iré a ver cómo va la situación —dijo el médico—, ¿Podrías encargarte de llenar el reporte? Pediré que lo mantengan en observación por tres días a lo mucho, veremos cómo evoluciona.

—Está bien.

Ellos siguieron charlando mientras observaban el folder entre manos hasta que finalmente el señor se retiró y la enfermera volvió escribir en los papeles y mirar las máquinas.

—Quiero —volví a intentarlo, no me rendiría ahora.

—¿Qué quiere señor? —preguntó con amabilidad.

—Verla —dije y ella comprendió lo que le quise dar a entender entre palabras, pero yo no comprendí el porqué su rostro se constrasionó de amabilidad a ¿pena? No estaba seguro.

—Ya habrá tiempo para que la vea, ahorita descanse. Le avisaré a sus familiares que ha despertado ya, ¿está de acuerdo?

Asentí, no me quedaba de otra.

Siguió un momento más anotando, finalmente se retiró y al cabo de unos minutos la puerta volvió a abrirse siendo mi mamá la primera en entrar.

Mientras ella apresuró su paso para llegar a mí y acariciarme toda la cara mientras hacía el esfuerzo de hacer silenciosos sus “snif-snif”, yo solo me mantuve quieto con mi mirada fija a la puerta esperando a que Dalia también entrará. En lugar de eso, sólo entró mi hermana y la puerta se cerró.

—¿Dalia?

Mi mamá se detuvo y sólo me miró, después miró a mi hermana y sólo pronunció en voz baja un “Estará bien”.

Sin embargo, eso no me alivió en absoluto.

Lo peor es qué no sé porque, y esa incertidumbre me comienza a invadir y pesar demasiado en mi pecho. 




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