El Admirador de las Estrellas.

III.

Con los días me fui olvidando del asunto. Pero estos a su vez se encargaron de traer de vuelta al Sr. Ricardo, quien llegó esa tarde a mi casa a seguir destruyendo reputaciones mientras dejaba su saliva viperina pegada a nuestras tazas.

“¿Te acuerdas, Nilda, del lunes en que se fue la luz a eso de las siete? Allí vi otra vez al retardadito ese, el hijo de Altuve, el ferretero.”

“Ese pendejo estaba de lo más extasiado viendo pa’las estrellas como quien ve una botija de oro. ¡Qué locos están los muchachos de hoy en día! Se rompen la cervical por estar pegados a los celulares, y él es el único al que la cervical se le va a romper, pero de tanto mirar pa’rriba.”

Me acordé de ese apagón, y eso fue lo que me terminó de condenar. Me volví loca de amor por un tramposo huele beldades que mira a todo y a todas menos a mí.

Mi papá no me deja salir a la calle a ver el cielo y su belleza durante un apagón, y menos si es de madrugada. No puedo darme los lujos que se da Daniel, y así es como evitamos que el Sr. Ricardo me meta de espaldas dentro de su saco de difamaciones ni pueda tildarme de loca entre sus amigos.

Por eso tuve que ver ese bello cielo desde mi arboleado patio, donde la negra silueta de los árboles en medio se vio mejor que las estrellas. Con todo, me gustó mucho lo que logré ver de ese cielo sin luna tan negro como un sueño, tachonando de escarchas plateadas. La franja brillante de la Vía Láctea se vio en todo su esplendor.

¿Danny Altuve vio lo mismo? ¿Tan apartada yo de él, y estábamos viendo lo mismo a esa misma hora mientras los demás estaban pegados a la luz artificial de sus luminosos celulares?

Entonces Danny es, en todo este vecindario infeccioso, el único bicho que es de mi misma especie, y lo tengo así de cerca. ¿Qué estamos esperando para apelotonarnos a ver las estrellas juntos?

La única Luna, sin dudas, tenía que ser yo.  Porque solo una lunática sin remedio como yo, decide que cuando se vaya la luz, esa será la noche en que Danny Altuve me vea por primera vez.

Por desgracia, había aparecido otra vez la Selena llena de ilusiones, la boba que se enamora de todo lo que brille como una estrella, así la tenga de cartón pegada al rostro como en el video de Aurora.

Si Danny, en ese sentido, es tan parecido a mí, entonces vale la pena que ande es conmigo, para que todos digan quienes somos: “Los miradores de estrellas.”

Me parece que va a ser un buen compañero. Espero, en mi ingenuidad, no estrellarme en el intento.




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