El Admirador de las Estrellas.

V.

“Así que viendo las estrellas.”, me dijo Danny con voz de sorna, como si eso fuese algo digno de ser castigado con burlas. Como si no fuese por eso mismo que el Sr. Ricardo lo tilda de loco y retrasado.

Aun así, sabiendo eso, me sentí intimidada, como si un bully implacable me hubiera agarrado con las manos en la masa, haciendo cosas juvenilmente reprobables.

Si, Danny el bully se veía tan superficial y vacío como se ve en el liceo.

Apocada, le respondí que sí, ya sintiendo sobre mi ese tsunami de burlas que iba a surgir de las sombras para hundirme.

Pero no, solo su silencio acompañó al fuerte rugido de mi ventrículo izquierdo, que bombeaba sangre con el ímpetu de un toro enjaulado. El sonido que éste hacía se podía escuchar a kilómetros, lo que me abochornaba todavía más, si tal cupiera aún en la imaginación. Pero Danny, estando ahí parado tan cerca de mí, no pareció notarlo.

Las luces encendidas de un carro que venía a lo lejos ayudaron a dar más relieve a nuestras siluetas. Fue así como pude ver a Danny mejor, detallarlo por primera vez. Si, me pillaste, bully. Yo estaba viendo una estrella, y qué hermosa era.

Esa sonrisa, que duró tan solo un segundo, muy pausadamente se apartó de mí para dirigirse otra vez hacia el cielo. Se deshizo finalmente cuando ésta se transformó en palabras:

“Todavía faltan horas para que aparezca la Cruz del sur.”, me dijo con voz melancólica, y luego añadió, “Es mi constelación favorita.”

Abrió su enigmática boca frente a mí, y dijo palabras que yo jamás esperé de un ser tan enigmático como él. Me desarmó. Esta era una emergencia, y yo necesitaba con urgencia darme valor. Ánimo, Selena, no te vayas a desmayar.

Aproveché la oscuridad para que mi estupidez no se viera. Respiré hondo, pensé en Wendy, la indomable, mi tutora de las estrellas, mi cayado y mi socorro en horas tan negras como esta (y eso era literalmente hablando) y entonces mi mente mutó. Me volví tan sagaz e inteligente como la Wendy original, lo que yo era, ahora que ella no está. Y mi primer pensamiento como chica sagaz fue este: Con razón sale de madrugada a ver las estrellas. A esas horas es que “Crux” asoma por el horizonte. Pero claro, no le diré que sé su “secreto”.

Podía escuchar clarito la voz de Wendy, cuando su voz era tan plena y segura como la de un trueno: “Bien, Selena, ya subió el telón. Da lo mejor de ti. Esperaré con ansias para aplaudirte cuando baje el telón. ¡Animo! Da lo mejor de ti.”

Así será, Wendy. Te quiero mucho, y te extraño tanto, que da terror. Aquí voy.

“¡Qué contradictorio!”, le respondí a Danny, pero con voz más bien cantarina, en vez de la melancólica que él usó. “La mía es la constelación de Cisne…”, pero ahí me contuve. Cuando me emociono, tiendo a explayarme mucho en el asunto que me apasiona. Pero, en presencia de un bully, es mejor mantener la boca subrayada.

Igual que con la policía, todo cuanto hable puede ser usado en mi contra. Casi metí la pata. ¡Animo, Selena, tú puedes!

Pero, en lo que dije lo que dije, Danny volteó hacia mí con su mirada sorprendida, sonrisa resucitada y, si cabe decirlo, hasta más iluminada, y no creo que haya sido por la luz de aquel carro que ya se aproximaba.

Otra vez me sentí atrapada como una tonta, y viéndome así acorralada, solo se me ocurrió decir una gigantesca pendejada: “In hoc Cygnus Vinces.”

Vi la reacción de Danny. Jamás vi antes en mi vida tanta estupefacción, y eso fue, porque la chorreé. ¡Maldita sea! No estuve ni dos segundos en escena, cuando ya la chorreé. Típico de Selena.

Como una genuina estúpida, me reí yo sola de mi extraño chiste, y para taponar mi espantoso bochorno, solo supe agregar: “Es lo que siempre dice mi papá cuando yo hablo de las estrellas.”

No era cierto. Involucré a mi papá en mi solitario pasatiempo para no tener que tragarme esa vergüenza yo sola. El orgullo pendejo que me punzaba por dentro me impedía reconocer la gran influencia que tuvo en mí aquella cuyo nombre que no se podía decir: la oveja negra, Wendy.

En eso pasó el carro detrás de Danny, cuyos ojos brotados brillaron como los de un aye – aye solitario de la jungla. Me asustó esa mirada, lo confieso. Me sentí atrapada, sentenciada y a punto de ser ejecutada. Un bully no tiene compasión y ya puedo ir redactando mi testamento. De mañana al mediodía no paso.

En ese preciso instante, cuando yo menos lo necesitaba, llegó la luz. El apagón al fin había terminado, y todos los faroles se encendieron al mismo tiempo, entrando en nuestras pupilas como chorros de sol y cegándonos por diez segundos, cuando nuestros ojos se habituaron de nuevo a la claridad. Cuando pude volver a ver, ya Danny se había repuesto y portaba de nuevo su mirada depravada y taciturna de siempre.

“Ven, será mejor que te acompañe a tu casa.”, me dijo sin abandonar su sonrisa intimidante. Lógicamente, me negué en redondo. No solo me daba una vergüenza enorme, sino que ya me asustaba estar en presencia de ese gigante que medía doce metros ante mis ojos, del miedo que me daba.

“Selena, en serio no quieres cruzar esta calle tú sola. Tienes que dejar que yo te acompañe.”

Si, claro. No me quieres dejar a merced de los malosos de esta calle. Me quieres guardar para ti solo, para darte el placer de cuando me despedaces mañana, lo hagas con toda la saña del mundo.

Maldito lobo – bully del infierno, cómo lamento haber caído en tu juego miserable. Creí que eras un corazón tan solitario como el mío, solo porque salías a aullarle a la luna cuando ésta estaba llena. ¿Cómo pude ser tan ingenua?

Por cierto; dijo mi nombre, ¿verdad? ¿Por qué sabe él mi nombre? Ah, porque lo oyó de su “primita” Cindy Miller. Otra vez estuve a punto de caer como una estúpida. ¿Cómo voy yo a creer que sabe mi nombre, si ni siquiera me mira cuando estamos en el liceo?




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