El Admirador de las Estrellas.

VI.

Aquel había sido el miedo más estúpido del mundo. Cuando se desataron los infiernos y todo en mí quedó carbonizado, ese pánico ridículo terminó siendo el menos importante de todos.

Al otro día, cuando llegó el prometido “hasta mañana” y el sol alumbró en todo ese dichoso liceo, no vi a Danny por ninguna parte. Quizás porque empecé a buscarlo del modo más discreto posible.

La salvada (en vez de la esperada salvajada) de ayer en la noche, cuando llegué a la casa, me hizo extremar las precauciones que debo observar con respecto al “buenecito” de Danny.

Con quien si me encontré fue a su guillotina. La conseguí afiladita como una hojilla, lo que no impidió que me doliera el limpio y severo corte que me hizo por el cuello. Al contrario, me dolió y muchísimo.

Tal cuál como las guillotinas reales, me llegó por detrás sin que yo lo sintiera, ese aliento letal y mortífero que quién sabe desde dónde me venía acechando.

“Buenos días.”, me dijo muy suavemente la voz de Cindy Miller, que me hizo voltear sobresaltada, siendo tomada por sorpresa de ese modo tan soterrado.

“¡Buenos días!”, le respondí yo, sobresaltada, sorprendida de que la popularísima Cindy Miller me estuviera dirigiendo la palabra dentro de las instalaciones del liceo. Aquí adentro es muy distinto de allá afuera. Dirigirme la palabra aquí puede menoscabar su reputación. Pero hoy, por razones que yo no tardaría en conocer, ella estaba haciendo de tripas corazón para venir a hablarme.

“¿Te tomarías un café conmigo, Selena?”, me invitó muy amablemente la dulce seductora, a la que no pude negarle su cortés invitación.

Como tampoco pude negarle que dirigiera sus pasos, conmigo a sus espaldas, hacia el banquito más alejado de la cafetería, llevándome a un terreno donde escaseaban los oídos indiscretos, y a donde me daba la peor de las espinas que me apartara del mismo modo que lo hace un gato con su presa.

“¿Cómo te terminó de ir anoche, cielo?”, me preguntó, penetrando su azulada mirada en mis pupilas y haciendo que me dolieran por el impacto. Pestañear como lo hice solo acentuó mi vulnerabilidad, y esas son las clases de cosas que le fascinan a las depredadoras como ella.

“Bien, me fue bien.”

“Claro, claro que te fue bien.”

El modo como lo dijo, casi sin abrir la boca, apretando los dientes como si contuviese una rabia inaudita, me disparó las alarmas. Me vi delante de un peligro angustiante, presa de la fiera, que ya aguantó demasiado para lanzarse sobre mí. Se veía que tenía las ganas represadas desde anoche.

“Tanto diste y diste hasta que al fin lo lograste. Al fin tuviste a Danny para ti sola, ¿verdad?”

“¿Qué?”

“No creas que me has tomado por sorpresa, Selenita. Hacía meses que te venía cazando.”

Mi aterrado corazón se me quería salir por la boca. ¿Meses? ¿De qué está hablando?

“Quien te viera la carita, tan inocente que te ves.”

¿Qué le está pasando? ¿Cómo que “meses”? Hace solo dos semanas que oí hablar del Danny “retrasado” por primera vez, y ha sido así como ha llamado mi atención. ¿A qué se refiere esta tipa con “meses”?

Cindy es más bonita que yo, más atractiva que yo. Además, ya tiene novio, nada menos que ese primo de Danny. ¿Por qué demonios soy su problema ahora? ¿Qué fue lo que le hice?

“No sé cómo lo lograste, pero al fin diste con el punto débil de Danny, y lo aprovechaste en la primera oportunidad que te se presentó. Eres una zángana, ¿sabes? No me lo esperaba de ti.”

¿Zángana? ¿Me ha llamado “zángana”?

“¿De qué estás hablando?”, le dije, tiritando, y de inmediato me hizo arrepentirme de haber abierto la boca.

Con suavidad, Cindy puso su mano sobre el banquito, madera vetusta por los años de uso, pero que en absoluto era una madera suave. Por eso me sorprendió tanto cuando ella clavó sus uñas sobre el travesaño, e hizo crujir la madera bajo el peso de su rabia, que cedió con más tersura que un trozo de carne bajo la zarpa del gato.

Las astillas, volando bajo el peso de esas garras, no hicieron ninguna mella en esas largas uñas de acero. No sé cómo hice para no salir corriendo del miedo que me produjo haber visto aquello.

“Te aconsejo, muy encarecidamente, Selena querida, que no me tomes por pendeja.”

Yo tenía tanto miedo que empecé a pestañear como loca, tratando de contener esas lágrimas que pugnaban por llorar. Mis ojos vidriosos creo que lograron el efecto, pues, sin más ni más, y de repente, Cindy se decidió, de mala gana sin duda, a dejarme en paz.

Con su sutil elegancia muy a la francesa, café au lait de por medio, la guillotina terminó de cortarme de la forma más limpia y sarcástica que se le pudo ocurrir:

“Bien, querida, fue un placer haber compartido este instante contigo. Muchas gracias, y que sigas pasando un día bonito.”

Apaciblemente, Cindy se tomó su café de un solo trago, arrugó el vasito y lo tiró al piso con un desprecio inconmensurable.




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