El Alba

Capítulo 2: Los otros

"Lee con calma, querido lector"

Punto de vista de Zane:

Zane. Ese era el nombre que me puso mi padre.
Él era un soldado de Rango 2, el nivel más bajo dentro del ejército de Sperans. A muchos les avergonzaría, pero para mí significaba una ventaja: los soldados de Rango 2 rara vez eran enviados a la guerra.
Era casi una garantía de seguir con vida.

Pronto una guerra hiba a comenzar. Una guerra que consumiría años y que marcaría a generaciones enteras.

Yo, desde niño, estaba destinado a seguir los pasos de mi padre. Servir a Sperans. Y morir si era necesario. Nos repetían que ese era el mayor orgullo que podíamos ofrecer a nuestra familia.

Yo también lo creía… hasta que la conocí a ella.
Ese pensamiento dejó de echar raíces desde el primer momento en que la vi.

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Recuerdo claramente aquel día. Caminaba por los pasillos metálicos de la nave principal. Todavía era un niño, demasiado pequeño para participar en combates, pero no lo suficiente para escapar del adoctrinamiento.

Mi padre insistía en que la guerra era necesaria… “normal”. Por eso, cuando llegamos a aquel planeta oscuro, me pusieron junto a otros niños en primera fila para observar cómo ejecutaban a los nativos: los Miluxs.

Aunque ya había presenciado esta práctica antes, esta vez algo dentro de mí se resistía. No desarrollé la frialdad que ellos buscaban. Y no podía evitar sentir lástima.

Vi cómo capturaban a los más pequeños y los encerraban en jaulas, como animales. Uno de los generales dio la orden con la voz más fría que recuerdo haber escuchado:

General Michel: —Llévense a los pequeños. A los demás… matenlos.
Soldado: —¡Sí, mi general!

Lo que siguió después fue una escena sangrienta. Y yo solo quería huir.

Pero entonces la vi a ella.
Una Miluxs pequeña, asustada, que era arrastrada hacia una jaula. Algo en mi cuerpo se movió sin permiso. Corrí detrás del soldado para ver a dónde la llevaban. La encerraron en uno de los cuartos oscuros, no tan lejos del bullicio.

Cuando el soldado se retiró, me acerqué. Entré sin pensar en las consecuencias.

Y ahí estaba.

Pequeña. Temblando. Cubriéndose la cara con ambas manos.

No sabía qué decir, pero tampoco quería irme sin intentar tranquilizarla.

Zane:—¡Ey! ¿Cómo estás?

Fue una pregunta muy estúpida de mi parte. Pues su mirada lo decía todo.
Ella no entendía mis palabras, pero aun así seguí hablándole como si pudiera. Era una de las pocas veces en mi vida en las que yo hablaba tanto.

No pude quedarme más tiempo. Si alguien me descubría, probablemente me castigarían.
Y sucedió exactamente lo que temía.

Al día siguiente volví a buscarla, pero esta vez me encontraron. Justo antes de poder darle un pedazo de pan.

Mi padre me miró enojado, no me siguió, pero eso no duraría mucho, ya que después me sacó del lugar a empujones, furioso.

Soldado Mars:—¡No vuelvas a acercarte a ese alienígena! ¡Es peligrosa! ¿Me oíste?

¿Peligrosa? ¿En qué sentido? Me pregunté.
No veía en ella nada más que miedo… el mismo miedo que yo sentía por dentro.

No hice caso. Esa misma noche me escabullí mientras todos dormían. Caminé por los pasillos silenciosos hasta llegar al cuarto oscuro donde la tenían encerrada.

Abrí la puerta con cuidado y me acerqué con pasos lentos.
Ella estaba ahí, igual que antes: encogida, pero un poco mas tranquila.

Saqué un pedazo de pan que me había guardado en la cena. El mismo que no pude entregarle anteriormente. Y lo acerqué a su boca.

Ella lo mordió con suavidad. Sus pupilas se dilataron. Yo supuse que le había gustado… pues no conocía sus expresiones, por lo quise creer que era un gesto bueno.

Me retiré sin hacer ruido, cerrando la puerta con cuidado.

Lo último que vi antes de que la oscuridad la envolviera… fueron sus grandes ojos azules.

No todo fue bueno, por que cuando apenas salía del cuarto escuche pasos fuertes y pesados, claramente eran los de un soldado acercándose. Rápidamente busque donde esconderme, el soldado que se hacercaba era mi padre.

El se dirigió al cuarto donde estaba ella, pero no entró. El se quedó viendo por el vidrio de la puerta por un momento y luego se retiró. Yo me escabullí por los pasillos hasta entrar en mi habitación, el corazón me latía fuertemente, pero antes de poder calmarme escuché voces fuertes de dos personas discutiendo, no alcance a escuchar que decían, tampoco distinguí las voces, solo esperaba que no sea nada malo.

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Al día siguiente, los fuertes ruidos de las máquinas me despertaron. Asomé la cabeza por la ventana y vi a los robots Maks: máquinas enormes, con cuatro piernas y dos brazos metálicos capaces de construir edificios avanzados en cuestión de días. Al parecer estaban levantando algo grande, mientras otras máquinas despejaban el terreno alrededor.

Había algo que siempre me resultó extraño en este planeta: aquí no amanecía. O al menos, no como los humanos estábamos acostumbrados. Me habían explicado que el planeta tenía su propio modo de marcar un nuevo día.
De “noche” todo era oscuro, y las únicas luces provenían de las plantas luminiscentes del bosque e incluso de los animales de la zona. De “día” seguía habiendo oscuridad, pero el cielo cambiaba: una aurora boreal se extendía sobre nosotros, tiñendo la atmósfera de colores celestes fríos. Las hojas del bosque brillaban con pequeños puntos azules, como si alguien las hubiera decorado a mano.

Era hermoso. Y tan extraño como todo lo que nos rodeaba.

Pero bueno… me estaba distrayendo.

Salí de mi habitación, decidido a descubrir qué estaban construyendo. Me acerqué a uno de los soldados en la zona de trabajo, y le pregunté:

Zane — Disculpa… ¿qué construyen aquí?
Soldado — Mmm… otro de esos laboratorios de los científicos.
Zane — ¿Laboratorio? ¿Eso para qué?
Soldado — ¡No lo sé, niño! Y no creo que sea asunto tuyo.




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