El albino de pelo negro

Capítulo IV - Negociación familiar

—Creo que quiere venderte al mercado de esclavos.

 

—¡NO! —exclamó Kassani.

Primero, para entender la situación actual es necesario un poco de contexto. Esa respuesta negativa no significa que me hayan negado comida para la niña albina. De hecho, resolví ese problema con bastante facilidad.

¿Qué sucedió entonces? La albina me esperó afuera escondiéndose entre los árboles. De hecho, estuve tentado a presentarla, pero no conocía el pensamiento de mis padres sobre los semi-albinos, y eso es algo que necesitaba saber para planificar un primer encuentro entre ellos. Aunque lo haría solo si fuese necesario.

Volviendo al tema, la situación fue la siguiente. Primero, mi padre me vio ensangrentado y su reacción fue largarse a reír como un subnormal.

¿Ves a tu hijo todo magullado, sangrando en los brazos y lo primero que haces es reírte? ¿En serio te consideras un padre? Al menos tuvo la decencia de ir a buscar unas cuantas vendas y un desinfectante.

Antes de que llegara mi padre con los vendajes, fui a ver a mi madre. Al verme, ella actuó con exagerada preocupación. Así es.  La dama de las manos de acero se notaba intranquila porque su hijo estaba sangrando un poco. La misma persona que me había nalgueado al punto de ser incapaz de sentarme por casi dos días.

Cuando mi madre logró calmarse, me aplicaron las respectivas curaciones. Y por cierto, el “desinfectante” era una bebida alcohólica barata. Sí, cuando me aplicaron el líquido en los cortes dolió como nunca, pero con mi conocimiento previo, prefiero esto a sufrir una grave infección que acabe con uno de mis dos brazos amputado.

Además, descubrí la palabra favorita de mi madre. Cuando le pedí que me diera una doble ración o al menos una mitad más, ella me lo negó por completo, argumentando que no podían gastar más en comida ya que se acercaba el invierno y las provisiones no eran ilimitadas.

La única solución que se me ocurrió, fue pedir que me adelantaran mi porción.

Me alegré de que no me hubiesen castigado por rasgar parte de la ropa y que aceptaran mi explicación, sin pedirme más detalles.

Se me ocurrió el plan de decirles que me había atacado una jauría de perros y que escapé por los pelos corriendo por los matorrales. De esa manera irían a cazar a los perros y dejarían a cargo a algún sirviente. Si era uno o dos de ellos, podría engañarlos y sacar un poco de comida de la alacena. Por otra parte, perdí mi cena.

También había pensado en más excusas para dejarme el paso libre a la bodega, como por ejemplo, decir que me encontré un nido de Diábonos, una colonia de Cardrillos o que me intentaron secuestrar una banda de esclavistas, pero todas esas opciones movilizarían a las tropas del pueblo.

Si comprobaban que era una mentira, Faidon perdería toda credibilidad ante la gente del pueblo y además, mi familia ya no volvería a confiar en mí.

Sin embargo, lobos y perros hay en todas partes, sobre todo al adentrarse en el bosque. En fin, no fue necesario mentir.

Y así, salí de casa y junto a la elegida albina, nos fuimos al sitio baldío.

Le di mi porción pero ella insistió en compartirlo conmigo. Estaba consciente de que si la niña sentía hambre, se metería a la bodega de la Eclesia a robar un poco de comida y eso le causaría un grave problema.

Aunque al final, toda esa preocupación no sirvió de nada, ya que terminamos compartiendo la cena con el cachorro.

Después de pensarlo, decidí aceptar menos de un cuarto de la porción. ¿Qué estábamos comiendo? Un pan duro con mantequilla. Al menos, teníamos la suerte de comer algo con el pan. Todo eso junto con una taza de leche fría que le di para que bebiera.

Después de comer, quedó una interrogante. ¿Y qué le iba a pasar al cachorro? Era peligroso que siguiera escondido en el terreno baldío.

Ella me pidió que lo cuidara. No pude negarme. La niña comenzó a gimotear otra vez cuando guardé silencio, pero la frené al instante, diciéndole que si se ponía a llorar, entonces no lo cuidaría.

Al pensar en la situación, llegué a una conclusión precipitada. Mi familia tenía animales, más bien ganado. Por lógica, tener uno más no debería ser motivo de problemas.

Lo sé, la razón de llegar a una lógica fallida fue más por pereza que otra cosa. Bueno, también por cansancio y un poco de hambre.

Y así fue como llegamos a la situación actual, con un rotundo NO por parte de mi madre.

Cuando recibí la negativa, estábamos en la cena familiar. Antes de la conversación había convencido a tres de mis hermanos. Cizca, Yianni y Milios.

Sin embargo, faltaban Flavia, Sileia y Flodriz. Esto se debía a que en algunas ocasiones, éramos obligados a ir a sesiones de enseñanza particular. Todo dependía de la materia en la que estuviésemos fallando.

Volviendo al tema; Cizca, Milios y Yianni, se habían entusiasmado con la posibilidad de tener una mascota y fue fácil persuadirlos. Casi al instante se encariñaron con el cachorro. De esta manera, tenía un plan B en caso de recibir una negativa, aunque era bastante frágil.

Mis hermanos comenzaron a protestar ante la respuesta negativa de nuestra madre, sobre todo Cizca que parecía ser la más interesada en adoptarlo.



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En el texto hay: fin del mundo, elegidos, dioses artificiales

Editado: 20.08.2022

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