El albino de pelo negro

Capítulo X - Sanación forzada

—Impresionante. Así que puedes hacer todo esto escuchando a los demás.

 

Las clases matutinas finalizaron. Sin embargo, no pude estar tan atento como antes ya que no podía dejar de pensar en lo ocurrido en el orfanato. ¿Cómo podríamos recuperar los objetos?

Tenía a mi disposición un grupo de niños, el problema era mover las piezas dentro del tablero. ¿Qué podrían hacer? ¿Cómo lo van hacer? ¿Y por cuánto tiempo?

Aun así, me había formado un escenario básico en mi mente.

Primero, el Alto Sacerdote tenía la costumbre de dejar su despacho por un breve periodo de tiempo, quizás para ir al baño.

Segundo, cuando salía, tenía la costumbre de guardar su abrigo en el despacho. Aparte de dejar la puerta abierta.

Y por último, el grupo de niños podría desviar su atención. De esta manera, no tendría dificultad para hurgar en el despacho.

Sin embargo, había un problema. Necesitaba tiempo, al menos unos cuantos minutos para entrar y salir del despacho. Pero si lograba encontrar algo, lo que fuese, podría incriminar al Alto Sacerdote.

Solté un suspiro. No había caso pensar tanto. Aunque encontrara algo, no existía nadie superior al Alto Sacerdote en Nevrochi. Necesitaría mandar una carta a la sede central en Kolóna, y para un niño de seis años sería imposible. ¿Cómo conseguiría un sello? ¿La recepcionista aceptaría la solicitud de un niño? Y ni siquiera tenía dinero como para comprar la carta y el sello.

Al final, después de clases, Milios y Cizca fueron los encargados de alimentar a Chuck. Aunque mi hermanita pequeña lo hacía porque le gustaba jugar con el cachorro, pero para Milios, era un castigo impuesto por Kassani. Un problema menos del que preocuparme.

Llegué al sitio baldío. Ana estaba esperándome.

Después de saludarnos y contarle como se encontraba Chuck, y el nuevo nombre que mis hermanos le habían puesto al cachorro, partimos al orfanato.

Las cosas no cambiaron mucho en mi ausencia. Y al parecer, los niños estaban motivados. El problema era que aún no había encontrado una forma factible de recuperar los objetos.

Llegamos hasta la muralla de troncos. De pronto, escuchamos un grito, más bien un quejido de algún animal.

—Tarcus —dijo Ana, y me miró con ojos de súplica.

Asentí. No teníamos mucho tiempo, pero tampoco podía negarme.

—Está bien, iremos a echar un vistazo.

El grito del animal venía desde el descampado. Ana se adelantó, por lo que tuve acelerar el paso. Cuando finalmente llegamos, vi algo que me dejó paralizado por algunos segundos.

Después de mi primer encuentro con Ana, dejé de reunirme con el niño robusto y el niño Cardrillo, sin embargo, supe sus nombres gracias a Flodriz. Mi hermano de cinco años a veces se juntaba con ellos. Aunque me costaba imaginar a Flodriz jugando con otros niños, ya que es bastante tímido, casi como Sileia.

El niño robusto se llama Stavros, y el niño Cardrillo que rara vez dejaba de sonreír, se llama Agrapius.

Y ahora, ambos estaban golpeando a Chuck. ¿Por qué el cachorro estaba en este sitio? ¿Qué fue lo que pasó?

Ana, al ver que golpeaban a Chuck, corrió a interponerse entre el cachorro y el par de niños matones.

—¡Asquerosa albina! —gritó Stavros.

Sus golpes ahora se dirigían hacia Ana. Ella cubrió con su cuerpo al cachorro. El único que se detuvo fue Agrapius.

Corrí para detenerlos, y con el impulso, le di un bofetón a Stavros con el dorso de la mano. Éste cayó al suelo.

Miré a Ana.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Ella asintió, pero estaba más preocupada del cachorro. Chuck seguía soltando quejidos, y del susto, el animal se había orinado.

—¡Qué haces! ¡Maldito albino de pelo negro! —gritó Stavros, aunque había comenzado a gimotear.

Finalmente crucé esa línea. ¿Acababa de golpear a un niño? Tragué saliva, pero ya no había marcha atrás.

Mientras Stavros seguía en el suelo, me acerqué a él y lo miré desde arriba.

—Contesta. ¿Por qué estás haciendo esto?

Stavros dejó atrás su intento por ponerse de pie.

—¡Todos los albinos son malos!

—¿Y el cachorro tiene la culpa?

—¡Cállate! —gritó Stavros—. ¡Cállate! ¡Cállate!

Stavros estaba en completa negación. Miré a Agrapius.

—Y tú. ¿Por qué atacaste al cachorro?

Agrapius desvió la mirada al suelo.

—Porque Stavros me lo pidió. Dijo que era de la albina y que estábamos haciendo algo bueno para el pueblo.

Stavros intentó levantarse, pero le puse el pie encima y conseguí mantenerlo en el suelo. Éste gritó que lo soltara.

—Y tú. Respóndeme esta pregunta. ¿Tu padre atacaría a un animal indefenso?



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En el texto hay: fin del mundo, elegidos, dioses artificiales

Editado: 20.08.2022

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