El albino de pelo negro

Capítulo XVIII - Imprevisto

—Mañana te iré a buscar. Te lo prometo.

 

Entrada la noche, salí de la habitación y comencé a recorrer la casa. No había nadie, todos estaban durmiendo. Cuando salí al jardín y partí rumbo al descampado, me di cuenta de que la luna no me acompañaba. Hoy brillaba en todo su esplendor e iluminaba bastante el terreno. Eso era una pésima señal.

En el descampado no había nadie. Estaba oscuro, pero lo bastante iluminado como para ver la silueta de las personas. Mi visión ya se había adaptado a la noche. Cuando llegué a la abertura en el muro de troncos, me detuve.

Si hoy no encontraba nada incriminador, estaría en problemas. ¿Lo positivo? Había formulado varias teorías respecto al Alto Sacerdote, pero nada con pruebas suficientes como para removerlo de su cargo.

¿Lo peor? Me estaba quedando sin tiempo. El Obispo estaría de visita pasado mañana, y esa sería mi última oportunidad. Además, la sacerdotisa comenzaba a sospechar y el Alto Sacerdote se mostraba más cauto que antes.

Si no conseguía nada, ya no podría entrar al orfanato. La seguridad de Ana quedaría en manos de su propio grupo y esa unión era bastante frágil.

Solté un resoplido y me arrastré por la abertura. Al salir al otro lado, me dirigí hacia el patio sin prestarle atención a nada más. Como ese lugar se encontraba a cielo abierto, la luna lo iluminaba bastante, por lo que decidí caminar por los pasillos para camuflarme en la oscuridad.

Finalmente, llegué al despacho del Alto Sacerdote.

—¡¿Quien anda ahí?! —soltó una voz de un clérigo. Era Phanos.

Tragué saliva. Paralizado, no moví ni un dedo.

—¿Yio? —dijo la voz de una niña.

Cerré los ojos, conocía esa voz. Me di la vuelta para confirmar esa intuición.

—Sí, tú. ¿Por qué estás afuera, niña? —preguntó Phanos. Su voz sonaba rara, como si estuviese un poco borracho.

Miré a la niña, y sí, era Cizca. Me había seguido hasta el orfanato y ahora estaba en medio del patio. Tragué saliva. Esa niña nos había metido en un grave problema. ¿Por qué diablos me siguió?

—Sacerdote. Ella es nueva, le estaba enseñando el orfanato y nos perdimos —dije, mientras caminaba hacia donde estaba mi hermanita pequeña. Tuve que improvisar.

—¿Se perdieron?

Me interpuse entre Cizca y Phanos para que no viese la tunica de mi hermana pequeña. Por suerte, era de un color claro y por la noche, se camuflaba como si fuese del orfanato.

—Sí.

—¿Enseñiando? —preguntó Cizca—. Hedma…

Le tapé la boca antes de que dijera alguna estupidez y me acerqué a su oído.

—No digas nada, o estaremos en serios problemas —le susurré. Cizca me miró con los ojos muy abiertos y asintió.

El sacerdote Phanos frunció el ceño.

—¿Que le acabas de decir? —preguntó, soltando un hipo.

—Que debe ser más respetuosa con sus superiores. Eso le dije, sacerdote.

—Ah, bien hecho. Eso es muy importante —dijo Phanos. Noté como el sacerdote se esforzaba por hablar bien, pero a veces se le escapaban eructos o hipos—. ¿Y en qué sección están?

Tragué saliva. El sacerdote Phanos miró directamente a Cizca. Y de pronto, ella desató su llanto. No la culpo, esa mirada parecía una puñalada.

—¡Deja de llorar! —exclamó el sacerdote Phanos, tapándose los oídos con ambas manos—. Me duele la cabeza, niña. Basta.

—Yo me encargo —dije.

Me acerqué a Cizca y comencé a tranquilizarla. ¿Lo bueno de esta situación? Me dio tiempo para pensar.

—¿Y vuestras secciones?

—La mía es la tres. Y la sección de ella es la uno.

El sacerdote Phanos comenzó a caminar. Cizca abrió y ensanchó los ojos. Me acerqué a su oído.

—Si vuelves a llorar, te dejaré sola —le susurré, antes de que ella soltara otro llanto. Cuando vi que hizo todos los esfuerzos por no llorar, la empujé de la espalda para que comenzara a caminar y proseguí—. En la sección uno, hay una niña de pelo blanco. Dile que te envía Tarcus y que eres mi hermana pequeña. ¿Entendido? Háblale de Chuck, ella lo entenderá.

Cizca asintió mientras se tapaba la boca, pero aun así se le escapaban algunos sollozos.

Finalmente, llegamos a la sección tres. Le di un breve abrazo a Cizca.

—Recuerda, cuando llegues allá, pídele ayuda a la niña de pelo blanco. Esa niña se llama Ana. No lo olvides.

—Shí —contestó Cizca.

—Mañana te iré a buscar. Te lo prometo.

Mi hermanita pequeña asintió. Caminé a la habitación pero me detuve en la puerta, echando un último vistazo a Cizca. Mi corazón estaba acelerado, no me di el tiempo de revisar si alguien me seguía y eso provocó esta situación.

—Entra —ordenó Phanos.

Asentí y entré al dormitorio de la sección tres. Si llevaba a Cizca conmigo, no tendríamos donde dormir, pero ella podría compartir la cama con Ana o Danai. Por mi parte, puedo arreglármelas de alguna manera.



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En el texto hay: fin del mundo, elegidos, dioses artificiales

Editado: 20.08.2022

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