El Alfa Enamorado.

Capítulo 1

 

 

2 días después... 

 

Los días no los recordaba tan fríos, México siempre había sido cálido en esa época del año, los pronósticos de lluvia habían sido nulos para este día, pero ella se sentía tan rota que el ambiente combinaba a la perfección con ella. 

— Madeleine ha venido un hombre a verte dice que es amigo de tu padre. — escuchó detrás de la puerta de su habitación, pero sin prestarle atención a su alrededor, solo a la ventana. Miró en esa dirección sin fijarse en un punto en específico, solamente sumergida en sus pensamientos. 

— Tía, bajo en un momento — atinó en decir en respuesta automática sin humor.  

Madeleine pasaba por un momento de agonía y dolor, se había quedado sola en ese mundo. Esa mujer a la cual le dice tía es solo una vecina con la que creció desde pequeña, su única familia era su padre y ahora lo había perdido a él también. Quería una explicación, no entendía cómo podía continuar respirando si sintió como su último aliento fue arrancado al escuchar las palabras del doctor, su compañero de vida y aventuras había caído de un infarto fulminante sin avisar, sin permiso, porque él le prometió toda una vida juntos pasara lo que pasara él estaría para ella.  

¿Cómo se atrevió a dejarla sola?, sin motivos de vida, sin ganas de existir. Inmersa en sus pensamientos no se percató que don Guillermo se había desesperado y se atrevió a subir a su habitación. La observó en silencio desde la puerta que abrió con gentileza para no asustarla, se imaginó por todo lo que ella pasaba y el miedo de que se hiciera daño le dio el impulso para atreverse a estar ahí. 

La habitación de la joven era cálida, la luz la iluminaba con sutileza y las lágrimas brillaban por el resplandor del sol que entraba colándose entre las cortinas gruesas. 

—¿Cómo estás pequeña Madeleine? — se animó a hablar después de unos minutos contemplándola. 

—Señor Itreque — volteó ella a mirarlo con lágrimas en los ojos, por fin una persona que quería tanto a su padre frente a ella. 

—Mi niña ven aquí.  

Ofreció sus brazos acercándose más y ella se acurrucó rompiendo en llanto, no se permitió llorar ante nadie de esa manera, solo en los brazos de alguien que realmente compartiera el dolor que ahogaba su corazón, porque él no era un desconocido como los rostros de esa funeraria que solo estaban ahí por compromiso, ya que ninguno conocía realmente a su padre, vio un par de rostro que jamás había visto antes, pero no eran muy familiares ni tampoco sintió empatía con ellos, al contrario, sintió miedo. 

—Me ha dejado sola — soltó entre llanto. — No sé qué haré ahora — habló entrecortadamente pasando el aire a sus pulmones sin delicadeza, a bocanadas desmedidas, limpió sus lágrimas con la palma de sus manos bruscamente. 

Madeleine siempre se había distinguido por ser una mujer sencilla, pero sobre todo de actuar recatado y con cierta elegancia, sonreía con disimulo y nunca hablaba en voz alta, aunque ahora ante Guillermo era un manojo de nervios, desprolija, un desastre entre lágrimas, fluidos nasales y palabras. 

—Por eso he venido, quiero que vengas conmigo, le he hecho una promesa a tu padre por eso hoy estoy aquí, cuidaré de ti, no tienes por qué estar sola, en mi casa tendrás una familia, por favor, ven conmigo. 

Se alejó un poco de ella para verla a los ojos, entendía que sentía duda, pero una leve sonrisa le dio la posibilidad de que aceptaría. 

Madeleine no quería seguir ahí donde todo dolía, cuando observaba por la ventana estaba buscando una salida a su dolor y aquí la tenía como mandada hacer para ella; parecía la salida perfecta.  

Pensó en su padre que nunca dejaba ningún cabo suelto, por ese motivo vio esa invitación con seguridad, y horas después se alistaba para huir del pasado.  

Creyó conveniente no llenar las maletas, solamente con lo necesario, su ropa, una fotografía de su padre y un par de libros, los especiales, los que él le regaló, olvidó las demás cosas que no tenían sentido, se preparó para comenzar de nuevo, quien sabe en donde, porque lo que le esperaba ni ella misma lo sabía. 

Madeleine ya no era una niña, era una joven con un rostro hermoso, cabello color castaño lacio sin gracia, así lo describía ella a quien le decía que era hermoso tenerlo así de lacio, ya que no necesitaba peinarlo mucho para que se viera bien. Dotada de unos ojos expresivos con abundantes pestañas que adornaban ese color miel tan característico, esa mirada que por años fue elogiada por quien le mirase por primera vez. 

Ahora tiene 24 años, había terminado una carrera como chef en un colegio privado que su padre se esmeró por pagar, era empleada en un pequeño restaurante que no explotaban todos sus conocimientos y habilidades. De cuerpo era un poco robusta, no encajaba en los estándares de gorda y tampoco de flaca, ella llamaba su cuerpo poco delicado por ser alta y de caderas pronunciadas igual que su madre.  

Madeleine no había tenido suerte en el amor, como su madre que encontró a alguien como su padre, ella al contrario había sido engañada por el último de sus novios, agobiada por ello se alejó de las relaciones, Madeleine de trato era dócil, pero guardaba un carácter fuerte que solo sacaba en momento necesario, era alegre, jovial, muy sonriente y sobre todo independiente, tal vez ese fue el motivo por el cual aceptó la invitación de don Guillermo sin dudar.  




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