El eco de los latidos de mi corazón siempre fueron más fuerte que el rugido de la manada. Era condenada a ser invisible, a pasar desapercibida, me había convertido en la sombra de mi propia vida.
Mis padres, eran hilos invisibles que manejaban mi destino, habían tejido una jaula de obediencia a mi alrededor. Desde muy pequeña, mi padre me inculcó que debía ver a Daniel como alguien especial, y eso hice, convirtiéndolo en el centro de mi mundo.
Mis ojos siempre estaban puestos en Daniel, aunque para él yo era invisible e insignificante.
Cada vez que Daniel aparecía en mi campo de visión, mi corazón palpitaba con fuerza, y un calor extraño me subía por el cuerpo.
No sabía si lo que sentía por él era obsesión, y tampoco sabía cómo manejar aquellos sentimientos. Así que lo único que podía hacer era observar cada uno de sus pasos, incapaz de actuar sin saber si era correspondida.
—Se va a dar cuenta de que estás babeando por él, disimula un poco, por favor —me decía mi mejor amiga Adela. Yo negaba con la cabeza y continuaba mirándolo de vez en cuando, disimuladamente.
Daniel estaba sentado junto a sus amigos del equipo de fútbol; sus camisetas deportivas se mezclaban con los uniformes escolares, creando un mosaico de colores y estilos.
El aire estaba impregnado de una mezcla de olores: el aroma dulce de los bollos recién horneados, el olor salado de las frituras y el aroma fuerte del café recién hecho. Todos desayunábamos deprisa para llegar a tiempo a la primera clase del día.
Nuestro comedor estaba lleno de estudiantes de todas las edades, desde los novatos de primer año hasta los veteranos de último curso. Todos se reunían con sus grupos de amigos, cada uno con su propia dinámica y conversaciones. Los estudiantes se movían con una energía contagiosa, llenando el comedor de vitalidad.
Daniel era el futuro alfa de la manada Estrella, y yo era Milagro, una omega común y corriente. Por ese motivo, todos en la escuela, excluyendo a mi amiga Adela, me consideraban débil y fracasada. A causa de eso, era incapaz de sostener la mirada a alguien y siempre trataba de pasar desapercibida entre la multitud.
Estábamos sentadas en el comedor del instituto universitario Nordeto Moncada, donde estudiábamos administración de empresas. Aunque mi amiga y yo estábamos en salones diferentes, aprovechábamos la hora del receso para ponernos al día.
—Yo estaba… —suspiré mientras giraba la cabeza hacia donde estaba Adela.
—Ahora seguro me vas a decir que estabas mirando a tu alrededor y de repente tus ojos se posaron en él, ¿cierto? —dijo Adela entre risas. Rodé los ojos con rabia. Ella me conocía más que yo misma, y eso me molestaba un poco.
—Tú eres la hija del beta de esta manada, no entiendo por qué no se lo dices a todos. Así nadie te menospreciaría por ser una omega común —me dijo Adela, mientras mis manos empezaban a temblar ligeramente al sostener mi sándwich de jamón y queso.
—No quiero que nadie me tema o me respete por ser hija de mi padre. Quiero seguir siendo una chica normal y pasar desapercibida.
—Niña tonta, si todos supieran quién eres, las cosas para ti serían más fáciles. Podrías estar en su grupito, sentada junto a él, y así tendrías la oportunidad de enamorarlo fácilmente.
—Baja la voz, todos te escucharán si sigues hablando así —la joven frente a mí era rubia, de ojos miel y sonrisa maliciosa. Presioné su boca con mis manos para que se callara de una vez.
La hora de empezar la primera clase había llegado; era la clase de gestión financiera. Varios estudiantes de los semestres más avanzados también participaban en esta clase, así que todas las chicas del segundo semestre —donde estábamos Adela y yo— estaban muy emocionadas.
Observé cómo Daniel entraba al salón de clases, y mi corazón empezó a palpitar por la emoción de tener la oportunidad de sentarme a su lado. Entré detrás de él.
Mientras entraba, un empujón me hizo tropezar y caer, así que sin querer caí sobre Daniel, quien estaba a punto de sentarse. Él reaccionó rápidamente, tomó mi cintura con una mano y jaló mi brazo con la otra para enderezar mi cuerpo. Con su brazo musculoso y su mano me rodeó. Sentí que no podía respirar, mis piernas temblaban y mis manos sudaban. La falta de aire y la taquicardia aumentaban. Estaba segura de que ya se había dado cuenta de todo lo que me provocaba su contacto.
El calor de Daniel me envolvía por completo. Estaba perdida en mis pensamientos, mi cuerpo se erizaba y una corriente eléctrica lo recorría todo, haciéndome sentir vulnerable y expuesta.
Me fijé en su cara blanca y en ese lunar que tenía debajo del labio. Con mis ojos delineé su nariz perfilada y observé con devoción esos ojos verdes que me miraban sin expresión alguna.
—¿Estás bien? —me preguntó con voz ronca.
—¡Eh!, bu… —tartamudeé un poco al ver que se había quedado mirándome fijamente.
Daniel estaba en su cuarto año de administración, a punto de graduarse, mientras yo apenas cursaba el segundo semestre.
—Sí, sí, gracias —respondí tratando de aclarar mi garganta. Di un paso hacia atrás al notar que todos en el salón me miraban con odio, en especial las chicas, todas locamente enamoradas de él, ya que era el chico más guapo, más popular y el futuro alfa.
A mí no me gustaba Daniel por su atractivo físico, sino porque una vez, cuando estuve en peligro, me salvó la vida, y por estar tan agradecida terminé enamorándome de mi salvador. Siempre lo había visto como un superhéroe sin capucha.
—¿Ey, qué fue eso? —oí el susurro de Adela. Volteé y golpeé el brazo de mi amiga.
—¡Qué grosera eres! Yo esperaba por lo menos un beso en la mejilla, un abrazo, pero me pagas el favor que te hice golpeándome —susurró mi amiga con una chispa traviesa en los ojos.
Adela había intentado que me acercara más a Daniel, por eso fue que metió el pie para que me cayera.
—No vuelvas a hacer eso nunca más. Sabes que él es muy delicado, y si se enfada, la que va a pagar soy yo. —Mi única amiga suspiró y puso los ojos en blanco.