—Tú —lo señalé, incapaz de disimular mi fastidio. La sorpresa se transformó en molestia al verlo.
—Sí, soy yo —dijo Ángel, arqueando una ceja con aire divertido—. Y, para tu amable información, está es mi fiesta, muñeca.
Rodé los ojos, ignorando su comentario. El insistente sonido del teléfono me distrajo, así que me apresuré a contestar la llamada.
—¡Papá!
—¡Milagro! ¿Dónde te has metido? —La preocupación en la voz de mi padre era palpable.
—Estoy en una fiesta, papá —le dije, intentando calmarlo.
—¿En una fiesta? ¿Qué clase de fiesta? —su voz denotaba un creciente nerviosismo.
Siempre habían sido así, mis padres eran protectores hasta la exageración. Según ellos, era por mi seguridad.
—Es una fiesta del colegio, papá. Vine con Adela, ella me llevará a casa —expliqué intentando sonar paciente.
—Ah, eso me tranquiliza. Tu madre estaba preocupada porque no respondías las llamadas.
—Dile que volveré enseguida.
—De acuerdo, hija. Cuídate mucho y regresa sana y salva —dijo mi padre antes de colgar.
Suspiré con calma mientras guardaba mi teléfono en la cartera. No les había dicho que estaba en un club, porque ya era mayor y no tenían que estar siempre encima de mí.
Me di la vuelta para buscar a Adela, pero, como si estuviera destinada a chocar con la gente, volví a tropezar con alguien. «¡Qué torpe soy!», pensé.
—¿Te gusta chocar conmigo? —preguntó Ángel, con una sonrisa que no me gustaba.
—¡No!, para nada —respondí tratando de sonar firme.
—Dos veces en poco tiempo. Pareces no poder resistirte —dijo, acercándose demasiado. Su presencia me incomodaba.
—Me asustaste, pensé que te habías ido —dije, sintiendo mi corazón acelerarse.
Una sonrisa se dibujó en sus labios, y por un instante me quedé mirando su boca.
—Soy irresistible, lo sé. ¿Por qué tú no caes rendida, muñeca? ¿Hay alguien más? —preguntó guiñándome un ojo y riendo al ver mi reacción.
Sentí un escalofrío. Ese chico me daba mucho miedo. Su energía era densa, oscura. Intenté pasar a su lado, pero me bloqueó el camino.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó.
—Suéltame —le dije, intentando sonar valiente, mientras me sostenía por el brazo.
—¿Y quién me compensará por el daño que me causaste? —preguntó Ángel con una sonrisa burlona. Lo miré. Era muy guapo, sí, pero algo en él me repelía.
—¿Qué daño? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.
—Arruinaste mi momento con una chica preciosa. Ahora me debes una —dijo, acercándose peligrosamente. Su cercanía me hizo sentir vulnerable.
Me estremecí cuando Ángel se acercó; casi podía sentir su aliento, y vi la escritura en su pecho desnudo. La curiosidad me invadió, pero antes de que pudiera descifrar las palabras, lo empujé con fuerza.
—¡No te me acerques! —le advertí, mientras corría lejos de él.
Por ir tan deprisa, volví a tropezar con alguien. ¿Qué me ocurría ese día? Estaba hecha un desastre. Suspiré molesta, y me quejé en voz baja. Para mi sorpresa, era Daniel. Su rostro mostró asombro, hizo una mueca al mirar detrás de mí, y finalmente, su expresión se enfrió.
Ángel apareció, sonriendo a su hermano, quien lo miró con odio. La tensión entre ellos era palpable.
—Discúlpame —le dije a Daniel, y me escabullí hacia la pista de baile.
Adela no estaba a la vista. La busqué entre la multitud; me sentía cada vez más ansiosa. De pronto, alguien me agarró del brazo y me arrastró fuera del gentío.
—¡Al fin! ¿Dónde estabas? —exclamó Adela, con un resoplido de alivio y enojo.
—Mi padre me llamó, tuve que contestarle —le dije, tratando de calmarla.
—Creí que te habías perdido —agregó, abrazándome—. Me tenías con el corazón en la boca. Ya, vámonos —me dijo, llevándome hacia la salida.
El aire nocturno me golpeó como una bocanada de libertad. Me había sentido atrapada ahí dentro. Afuera, me sentía yo misma. Las fiestas y los ambientes cargados no eran para mí. Mi felicidad estaba en la tranquilidad y en la naturaleza. Esas personas vivían en un mundo aparte.
Me subí al coche de Adela y ella arrancó de inmediato.
—Adela, ¿no crees que es peligroso conducir ebria? —le pregunté con cautela.
—No te preocupes, soy loba. El alcohol no me hacía ni cosquillas. Solo fueron cinco cervezas, estoy perfecta —me aseguró—. Ahora, ¿qué te pasa? ¿Por qué esa cara larga? —preguntó con curiosidad.
—Conocí a un tipo —le dije con un suspiro.
—¡¿Qué?! ¡No me digas! ¿Lo conozco? ¿Hubo beso? ¡Suelta la sopa! —cuestionó con una sonrisa pícara. No pude evitar reírme.
—No, es un idiota que se dedica a fastidiar a las chicas —le expliqué con fastidio.
—¿Te molestó? ¿Te hizo algo? ¡Dime, y le doy su merecido! —dijo, con tono protector.
—Es Ángel. ¡Ese hombre me poní de los nervios! —hablé con frustración.
—¿El hijo menor del Alfa? —indagó Adela.
—¡No grites! ¡Conduce! No quiero morir, ¡y menos siendo virgen! Y sin haber besado a un chico —le dije con sarcasmo.
—Perdón, perdón. Pero cuéntame, ¿qué te hizo ese imbécil? —insistió mi amiga.
—Interrumpí su momento especial con una chica y me pidió que la reemplazara. ¿Te parece normal eso? —le pregunté, indignada.
—¡Qué! Ese tipo esta desquiciado. ¡Huye de él! Ángel tiene fama de ser un mujeriego. En su otra escuela era un donjuán. Solo quería… —informó Teresa.
—¡Basta! Ya entendí —la interrumpí, molesta—. No quería oír más.
Adela guardó silencio y siguió conduciendo. Llegamos a mi casa en paz, aunque mi incomodidad era notable.
—Amiga, lo siento. No debí pedirte que me acompañaras. Solo logré aburrirte y molestarte —dijo Adela, con un tono triste.
—No te preocupes, está todo bien. Gracias por todo. Me gustó salir contigo. Fue una experiencia nueva —hablé sonriendo. Teresa me devolvió la sonrisa y me dio un abrazo.
El despertador no sonó, seguro me olvidé programarlo, pensé mirando a través de la ventana.