El Alfa supremo y la Omega

Capítulo 4: Compañeros de clase.

Todos mis compañeros murmuraron al verme hablar con Ángel. Afortunadamente, no habían oído que yo era la hija del beta. No quería llamar la atención ni ser popular; mi única intención era estudiar tranquila, sin atraer amigos interesados por ser la hija del beta.

—¡Quítate! —le espeté, mis ojos se estrecharon y la mirada la fijé en Ángel con una intensidad que podría cortar el aire. Un suspiro pesado escapó de mis labios.

—Respóndeme, ¿por qué no me dijiste quién eres? —Su voz se elevó ligeramente, y sus manos se abrieron en un gesto de frustración. Sus ojos reflejaban impaciencia.

—Tú y yo no somos amigos, así que no vi la necesidad de contarte sobre mí —solté, cruzándome de brazos. La brusquedad de mis palabras me sorprendió un poco, pero la intención era clara: quería que se alejara.

Aunque, a juzgar por su reacción, creía que este chico tenía un tornillo suelto; soltó una carcajada que me crispó los nervios. Me dieron ganas de borrarle esa estúpida sonrisa de un puñetazo.

—¡Ángel! ¿Qué haces con ella? —La voz de Antonia nos irrumpió. La hija del delta se abrió paso entre los estudiantes, su cabello lacio ondulado hasta la cintura y su minifalda balanceándose con cada paso la hacían lucir como toda una princesa.

Todos en la escuela sabían quién era, por eso se creía la reina de ese lugar. Hace tiempo había estado detrás de Daniel, pero él no le prestó la atención que ella deseaba. Ángel se volteó hacia ella, dejándome respirar con calma.

—Estaba saludando a una vieja amiga —soltó Ángel, guiñándome un ojo con una sonrisa traviesa.

—¿Te gustaría conocer la escuela? —preguntó Antonia, sacudiendo su melena con coquetería.

El grupo de chicas a mi alrededor suspiró, sus ojos estaban fijos en Ángel con adoración. No entendía el revuelo; para mí, no era más que un chico arrogante, probablemente acostumbrado a usar a las chicas a su antojo. Quizás a ellas no les importaba ser juguetes en sus manos, buscando solo una noche de placer.

—¡Muñeca! —la voz de Ángel resonó en mis oídos, y mi corazón se aceleró con un vuelco de pánico. ¿Acaso iba a revelar mi identidad? No soportaría ser el centro de atención constante—. ¡Encantado de conocerte! —añadió, con una risa que me heló la sangre. Tomó a Antonia del brazo y se alejaron, dejando tras de sí un murmullo de voces curiosas.

—¡Amiga! ¿Qué pasa? Cuéntame —Adela se plantó frente a mí, con los ojos llenos de preocupación.

—Ese imbécil me estaba molestando otra vez —mascullé, sintiendo la rabia hervir en mis venas. Acababa de darles a todos una razón para clavarme la mirada, justo lo que más detestaba.

—¿Estás bien? —preguntó, escrutando mi rostro en busca de alguna señal de angustia. Abrí mi casillero con brusquedad y saqué mis libros.

—¿Quieren una foto? ¡Dejen de mirarnos! —espetó Adela, liberando su aura de beta.

Las miradas se desviaron al instante. Mi amiga recogió sus libros con rapidez, y juntas nos dirigimos a clase, dejando atrás el murmullo de la multitud.

Adela no tenía ninguna clase conmigo ese día, así que me tocó sentarme sola, apartada de todos. Me repetía que estaba bien así, que prefería la soledad, aunque una punzada de duda me atravesó.

Esa última clase era una combinada, con estudiantes de todos los grados reunidos en el aula más grande del colegio.

Daniel y Julia estaban sentados juntos al fondo, y a su lado había dos asientos vacíos. Me mordí el labio inferior y pasé rápido a su lado, intentando no llamar la atención. Me dejé caer en un asiento junto a la ventana.

Evitaba mirar al frente, donde estaban Daniel y Julia, pero su presencia me pesaba como una losa. La tristeza me invadía al recordar cómo me había tratado Daniel, como si nuestros años de amistad no hubieran significado nada.

El cielo estaba despejado, y el sol entraba por la ventana, bañando mi asiento con su luz cálida.

—Señor Sullivan, llega tarde —la voz del profesor Carlos resonó en el aula, me giré para ver a Ángel apoyado en el marco de la puerta.

—Estaba ocupado… explorando el campus —respondió con desdén, ignorando las miradas que se clavaban en él. Creía que no era consciente del temperamento explosivo del profesor Carlos; si Daniel no recibía tratos preferenciales, Ángel mucho menos.

—Pase, y que sea la última vez. De lo contrario… —advirtió el profesor, con un tono que prometía consecuencias.

—Está bien, puede descontarme puntos o castigarme por llegar tarde. Le daré un consejo: relájese, profesor —lo interrumpió Ángel con una arrogancia que encendió la chispa de la rebelión en el ambiente. La forma en que Ángel interrumpió al profesor provocó un murmullo de sorpresa en el aula.

Ángel sonrió a la multitud, y de repente, su mirada se detuvo en mí.

—¡Aquí estás! Te he estado buscando, muñeca —anunció. Todas las cabezas se giraron hacia mí, incluso Daniel me observó, y me escondí entre mis brazos, ocultando mi rostro en el pupitre. Sentí el calor subir por mis mejillas, mientras escuchaba las risas del aula—. Deja de esconderte, no eres muy buena en eso. Ven, te cubro con mi chaqueta —añadió con una voz suave.

—¡Atención, todos! —exclamó el profesor, intentando recuperar el control de la clase.

Tras unos minutos, me levanté de mi escondite y vi a Ángel sentado a mi lado. Las miradas de las chicas me atravesaban como dagas. Asumían que estábamos juntos, que éramos novios. Era absurdo. Apenas había llegado ayer. ¿Cómo podría ser su novia? Ni siquiera lo conocía.

—Oye, concéntrate, ¿o quieres que vayamos juntos al castigo? —susurró Ángel en mi oído.

Un rubor cálido tiñó mis mejillas, y aparté la mirada, mis hombros se tensaron. Ese chico me sacaba de quicio. Por su culpa, era el centro de todas las miradas.

No nos conocíamos, ¿por qué actuaba con tanta familiaridad? Apenas habíamos jugado un par de veces cuando éramos niños, y eso fue todo. Intenté ignorarlo, fijando la vista en el profesor.




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