El Alfa supremo y la Omega

Capítulo 9: El precio de una decisión.

Solo había pasado un momento…

Daniel soltó una carcajada burlona al escuchar la declaración de su hermano.

—Ella sabe de tu reputación de playboy. ¿De verdad crees que te elegiría a ti?

—Para mí, nada era imposible. Yo soy Ángel Sullivan —respondió con una confianza que rozaba la arrogancia.

—Te aseguraba que Federico jamás permitiría que su hija se relacionara con alguien como tú —replicó Daniel, intentando pinchar su ego.

—Te recuerdo que fuiste tú quien la rechazó. Cuando su padre se enteré, vendra por ti… y te hará pagar —sentenció Ángel, con una mirada fría y desafiante.

Daniel puso los ojos en blanco, ignorando la amenaza de su hermano.

—Como si Federico se atreviera —murmuró con desprecio.

—¿Y cuando nuestro padre, Héctor, se entere de que rechazaste a la hija del Beta...? ¿Cuál sera su reacción? —preguntó Ángel con una sonrisa burlona.

—Si quieres decírselo, adelante. No te detendré —respondió Daniel con indiferencia, intentando ocultar su inquietud.

—Deberías tener el valor de decírselo tú mismo a sus padres… y a los nuestros. Explicarles lo que hiciste —insistió Ángel, con un tono que rozaba la provocación.

Daniel giró la cabeza, mostrando la piel ya sanada gracias a su rápida regeneración de Alfa.

—Estoy hecho un lío. Déjame en paz y vete de mi habitación.

—¿No pareces muy feliz por haberla rechazado, hermanito? ¿Empiezas a arrepentirte? —Ángel lo observó con una sonrisa divertida.

—¿Arrepentirme de rechazar a una chica común y corriente como ella? No me interesa. ¿Acaso no lo entiendes? —respondió Daniel con desprecio.

Ángel soltó una carcajada y se dirigió a la puerta.

—¡Aléjate de ella! ¡No creas que será una de tus conquistas! —le gritó con furia Daniel antes de que su hermano saliera.

Ángel se rió aún más fuerte y cerró la puerta de golpe, dejando a Daniel sumido en su frustración.

Daniel se desplomó sobre la cama, pero el tormento mental no le dio tregua. El grito de Milagro, cargado de dolor y desesperación, resonaba en su cabeza como un eco persistente.

—El sufrimiento que le infligí… —pensó, apretando los puños con rabia, molesto consigo mismo por la punzada de culpa que le recorría el cuerpo.

—Debí haber esperado más, antes de rechazarla… —se reprochó, mientras una sombra de incertidumbre oscurecía su mirada—. Espero que no muera…

Sacudió la cabeza con fastidio, intentando alejar los pensamientos perturbadores.

—Deja de pensar en ella —se reprendió en voz baja—. Julia era la única digna de ser mi Luna. Ella era fuerte, independiente… capaz de defenderse, de defenderme, y de proteger a la manada.

Se aferró a esta idea, intentando convencerse de que su decisión había sido la correcta, de que la fragilidad de Milagro era un defecto imperdonable.

Ángel bajó las escaleras, encontrándose cara a cara con sus padres.

—Dime la verdad, ¿qué le hiciste a esa chica? —Héctor lo miró con una furia contenida.

Ángel se detuvo, plantando los pies con firmeza. La mirada de su padre lo atravesaba con ira, pero él le devolvió la mirada con el mismo desprecio. El odio entre ellos era palpable.

La Luna Ángela tragó saliva, nerviosa.

—Hijo, estabas con Daniel. ¿Por qué, entonces, trajiste a Milagro sola a su casa? —le preguntó nerviosa, tragando saliva.

Ángel se quedó atónito. ¿Mi propia madre dudaba de mí?, pensó, sintiendo una punzada de incredulidad.

Quiso contarles la verdad, revelarles lo que Daniel le había hecho a Milagro, destrozando la imagen del hijo perfecto. Abrió los labios, decidido a hablar, pero la voz de su padre lo interrumpió, defendiendo a Daniel:

—¡Te has vuelto loca, mujer! —gruñó Héctor, su voz cargada de incredulidad y furia—. ¿Crees que mi hijo Daniel le haría daño a una chica?

—Daniel es un hombre reservado y culto —continuó Héctor. Su voz se suavizó al hablar de Daniel, pero se endureció al referirse a Ángel—. Nunca se ha visto envuelto en un escándalo, a diferencia de este mocoso malcriado —señaló a Ángel con desprecio—, que siempre ha tenido problemas con mujeres.

—¿Qué le hiciste? Esa niña es importante para la familia. Es la hija de Federico, mi Beta y mi mejor amigo. ¡Cómo pudiste lastimarla! —le dijo Héctor a su hijo, mirándolo con desdén.

De repente, Héctor agarró a Ángel por el cuello con furia, apretando con fuerza.

—¡Ya, Héctor, déjalo! —intervino Ángela, su voz temblorosa de preocupación.

Pero Héctor, cegado por la ira y su favoritismo hacia Daniel, ignoró las súplicas de su esposa.

—¡Tu hijo jamás dirá nada porque es un cobarde! ¿Acaso no viste cómo estaba Milagro? Su maquillaje corrido, su cabello hecho un desastre… ¿Y aún dudas de mí? ¿Por qué no dudabas de él también? —exclamó Ángel, su voz cargada de indignación, mientras se apartaba de las manos frías de su padre.

El Alfa bufó con desprecio.

—¡Es imposible que Daniel sea el culpable de esto! No le preguntaré, porque lo conozco bien y sé que él asumiría las consecuencias de lo que tú has hecho —dijo, empujándolo con fuerza.

Ángel sintió que la rabia lo consumía.

—¿Alfa, lo que usted quiere que le diga para quedar satisfecho era que yo la lastimé? —preguntó, con la voz cargada de amargura. Su mirada era fría, y sus ojos, oscuros y peligrosos.

—Si usted cree que lo hice… entonces sí —respondió con una calma aterradora.

Héctor, cegado por la furia, lo abofeteó con todas sus fuerzas. El impacto resonó en la habitación.

Pero Ángel no se inmutó. Permaneció erguido, con la mirada fija en su padre. Una mezcla de odio y amargura se reflejaba en sus ojos.

—¡Detente! —gritó la Luna Ángela, su voz quebrada por la angustia.

Los ojos de Ángel se oscurecieron, irradiando una furia helada.

Por primera vez, sus padres temblaron ante su presencia.

Por primera vez, su aura los envolvió en una sensación de miedo y temor.

—Escúcheme bien, Alfa —dijo Ángel, su voz baja y cargada de una amenaza palpable—, no dejaré que vivan en paz junto a su hijo. Le juro que si continúa por este camino, no dudaré en quitarles la vida a ambos.




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