El viento susurra entre los árboles del jardín trasero de la escuela, un lugar apartado donde Ángel acaba de llevar a Milagro.
Después de una semana de encierro, ella finalmente regresa a clases, y él la intercepta con una extraña mezcla de preocupación y diversión
—Bienvenida de vuelta, Milagro—, dice Ángel, su voz suave pero con un toque burlón. Se acerca y deposita un beso fugaz en su mejilla.
Milagro se sonroja, un calor repentino sube por su cuello. Instintivamente, lo empuja, apartándose de él.
—No me toques—, murmura, su voz tensa.
—¿Qué pasa, antisocial? ¿No te gustan los besos? —Ángel levanta una ceja, una sonrisa burlona curva sus labios.
—No me gusta que nadie me toque, excepto mi familia o Adela—, replica Milagro, su mirada desafiante.
—Eres muy anticuada —, se burla Ángel, pero un brillo de curiosidad se asoma en sus ojos.
Milagro suspira, frustrada. Intenta pasar a su lado, pero Ángel se interpone, y entonces recuerda cuando él, la ayudó en el bosque, cuando perdió la consciencia.
—Gracias—, dice, deteniéndose—. Gracias por ayudarme aquel día… cuando me desmayé.
Un silencio incómodo se instala entre ellos. Ángel la observa, su expresión es indescifrable.
—No tienes que agradecerme, me alegro de que no murieras por el dolor que debiste haber sentido—, responde finalmente—. Pero… ¿No quieres vengarte de mi hermanito?
—¿Vengarme? ¿De Daniel? —Indaga Milagro con el ceño fruncido.
—Él te rechazó—, dice Ángel, su voz baja y persuasiva—. Te hizo sentir… menos. No deberías dejar que se salga con la suya.
—No sé de qué estás hablando—, responde Milagro, aunque una punzada de dolor le atraviesa el pecho, seguramente él los escuchó ese día en el bosque.
—Necesitas un cambio de imagen—, continúa Ángel, ignorando su negación—. Que vea lo que perdió.
Milagro se cruza de brazos, su expresión escéptica.
—¿Un cambio de imagen? —Milagro levanta una ceja, cruzando los brazos con incredulidad—. ¿Y tú me vas a ayudar con eso? —Suelta una risa corta y sarcástica, como si la idea fuera absurda.
—Claro que sí—, dice Ángel con una sonrisa amplia—. Primero, esos lentes de culo de botella tienen que irse. Y luego… bueno, te mostraré lo hermosa que puedes ser.
Milagro suelta una carcajada incrédula, llevándose una mano al pecho.
—¿Hermosa? ¿Yo? —pregunta, con los ojos llenos de incredulidad.
—No te hagas la tonta—, responde Ángel, su tono ahora más serio—. Eres más hermosa de lo que crees. Solo necesitas… un empujón.
Milagro niega con la cabeza, sintiendo una mezcla de molestia y confusión. Se da la vuelta, decidida a marcharse.
—No necesito tu ayuda, Ángel. Y no me interesa vengarme de Daniel.
Pero antes de que pueda dar dos pasos, su teléfono vibra en su bolsillo. Es Adela.
—¿Dónde estás?—, pregunta Milagro, su voz un poco más alta de lo normal.
—Estoy en el pasillo principal—, responde Adela—. Unos amigos de Ángel me detuvieron. Lo siento, no pude alcanzarte.
—No te preocupes—, dice Milagro—. Nos vemos en clase.
Cuelga el teléfono y mira a Ángel, que la observa con una expresión indescifrable.
—Tengo que irme, por favor déjame en paz—, dice ella, su voz firme y cargada de urgencia.
Y sin esperar respuesta, se aleja rápidamente, dejando a Ángel solo en el jardín.
El murmullo de la clase de Marketing llena el aula, un zumbido constante interrumpido por el ocasional arrastrar de sillas. Milagro, sentada junto a Adela, lucha por contarle sobre su encuentro con Ángel en el jardín.
Cada vez que abre la boca, el profesor Smith aclara su garganta o algún estudiante hace una pregunta, frustrando su intento de confesión. Adela, con su habitual energía, la mira con curiosidad, sus ojos oscuros brillan con anticipación.
—Vamos, Milly, ¿qué te dijo Ángel para llevarte al jardín, lejos de todos? Me estás matando de la curiosidad.
—Él me dijo… —Milagro suspira frustrada, interrumpiéndose a sí misma.
Justo en ese momento, la puerta del aula se abre de golpe. Daniel entra, su mano entrelazada con la de Julia. Julia, con su cabello rubio y sonrisa radiante, se aferra a su brazo, ajena a la tensión en el aire.
El corazón de Milagro se detiene por un instante. Daniel y Julia se dirigen a sus asientos, pasando justo a su lado y el de Adela. Daniel le lanza una mirada fugaz, una mezcla de indiferencia y lástima. Milagro aparta la mirada, sintiendo un dolor agudo en el pecho.
Adela aprieta suavemente la mano de Milagro, sus ojos llenos de preocupación.
—Milly… —murmura Adela, apretando de nuevo su mano, con una expresión de profunda empatía.
Milagro sacude la cabeza, incapaz de hablar. El profesor Smith continúa explicando los conceptos de segmentación de mercado, su voz monótona llenando el aula. Pero Milagro no escucha nada. Solo puede ver a Daniel y Julia, susurrándose y riendo, ajenos a su dolor.
Las lágrimas le escuecen en los ojos, pero se niega a derramarlas. No le dará a Daniel la satisfacción de verla sufrir.
Se concentra en la pizarra, intentando desesperadamente entender los modelos de comportamiento del consumidor que el profesor Smith describe. Pero su mente está inundada de imágenes de Daniel y Julia, de la sonrisa de Julia, de la mano de Daniel entrelazada con la de él.
Las estrategias de posicionamiento y las campañas publicitarias se desvanecen en su mente, reemplazadas por el recuerdo constante de la pareja.
La clase termina y Milagro se levanta rápidamente, decidida a escapar de la mirada de Daniel. Adela la sigue, con los ojos llenos de angustia.
—¿Milly, estás bien?
Milagro asiente, aunque sabe que es una mentira.
—Sí, estoy bien. Solo… necesito salir de aquí.
Juntas, salen del aula, dejando atrás a Daniel y Julia, aunque con ella, se lleva el dolor punzante en el corazón.
El comedor está lleno de estudiantes, un hervidero de voces y risas. Milagro y Adela se abren paso entre la multitud, buscando un lugar para sentarse. Adela, con su energía habitual, se detiene frente a una mesa vacía.