El Alfa supremo y la Omega

Capítulo 13: La decisión de Milagro.

El bullicio del comedor escolar resonaba como un eco lejano en los oídos de Milagro. El olor agridulce de la comida recalentada se mezclaba con el murmullo de las conversaciones. La bandeja frente a ella permanecía casi intacta; el pollo reseco parecía de cartón y la ensalada, una mezcla mustia de verdes sin atractivo alguno.

Sus ojos, que antes del rechazo brillaban con la vivacidad de dos luceros, ahora estaban nublados por una tristeza opaca, como un velo grisáceo sobre un lago cristalino. Ella luchaba por contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse, sintiendo un picor punzante en los párpados.

Disimuladamente, se limpiaba el rabillo del ojo con el dorso de la mano, la piel áspera dejando una ligera sensación húmeda, intentando que Adela, sentada a su lado, no notara su fragilidad.

Aunque Adela conocía el motivo del rechazo, Milagro sentía que nadie comprendía la magnitud del dolor frío y profundo que invadía su corazón.

Adela, con el ceño ligeramente fruncido, le ofrecía pequeñas sonrisas forzadas, sus labios se estiraban sin llegar a sus ojos. Intentaba animarla con comentarios triviales sobre Daniel y Julia, pero cada palabra resonaba en los oídos de Milagro como el raspar de una lija.

Estaba harta de escuchar hablar a todos sobre lo hermosa pareja que hacían, de ver sus sonrisas brillantes y sus gestos afectuosos que parecían restregarle su soledad.

Milagro apenas registraba las palabras de Adela; su voz llegaba a sus oídos como un zumbido distante. Su mirada, aunque intentaba enfocarse en el rostro amable de su amiga, se desviaba constantemente hacia una mesa cercana.

Allí, Daniel reía despreocupadamente, su cabeza echada hacia atrás, mostrando sus dientes blancos. Junto a él, Julia, su novia, inclinaba la cabeza, su cabello rubio caía sobre su espalda mientras le susurraba algo al oído.

Verlos juntos, con las manos entrelazadas sobre la mesa, los dedos de él acariciando el dorso de la mano de ella, era como una puñalada fría y constante en su pecho, sintiendo el filo helado penetrar una y otra vez.

Al llegar al colegio, ella sintió una energía imparable, creía que era capaz de seguir adelante. Ahora, frente a Daniel, esa fuerza se desvanecío, dejándola sin aliento para enfrentar la realidad.

El rechazo aún dolía, punzante y reciente como una herida abierta, y la rapidez con la que Daniel había comenzado su relación con Julia, como si sus sentimientos no significaran nada, eso encendía una rabia sorda en su interior, un calor amargo que le subía por el cuello.

De repente, una sombra alta, musculosa y alargada se proyectó sobre su mesa, oscureciendo el mantel de plástico con un tono grisáceo.

Milagro levantó la vista, sus ojos aún húmedos se enfocaron en la figura imponente de Ángel. Su presencia siempre generaba un revuelo silencioso en el colegio; las cabezas se giraban sutilmente, las conversaciones bajaban de tono.

Se percibía un aura misteriosa que lo envolvía, como una bruma densa, y su mirada penetrante parecía atravesar las máscaras y llegar hasta lo más profundo del alma.

Ángel la observaba con una intensidad palpable, sus ojos oscuros escrutando cada resquicio de su dolor, como si pudieran sentir el latido irregular de su corazón. Lentamente, con una delicadeza inesperada que contrastaba con su porte fuerte, Ángel extendió una mano de dedos largos y tocó suavemente el hombro de Milagro.

La tela de su vestido se sentía ligeramente áspera bajo su tacto. Ella se sobresaltó ligeramente, un pequeño respingo le recorrió la espalda, sus ojos se encontraron con los de él, oscuros como la noche, pero llenos de una comprensión silenciosa que la desarmaba, su lobo estaba presente.

—Milagro —dijo Ángel, su voz grave apenas audible por encima del murmullo constante del comedor, un tono profundo que vibraba ligeramente en el aire—. ¿Por fin estás lista para vengarte?

La pregunta la golpeó como una descarga eléctrica, sintiendo un escalofrío recorrerle la piel y erizarle los pequeños vellos de los brazos.

Sus ojos se abrieron ligeramente, dilatándose por la sorpresa, y una punzada de curiosidad, afilada como una aguja, luchaba por abrirse paso entre la densa tristeza que la embargaba.

Volvió a mirar a Daniel. Él, en ese instante, levantó la vista y le dedicó una mirada fugaz, sus ojos verdes brillando con una indiferencia fría como el hielo, una desconexión que la hería más que cualquier desprecio explícito.

La rabia, como una lava hirviente y viscosa, comenzó a ascender por su garganta, dejando un sabor amargo en su boca y un nudo opresivo en el pecho.

—Él... —alcanzó a susurrar Milagro, su voz se quebraba ligeramente como cristal astillado al ver a Julia acunar el rostro de Daniel entre sus manos—. Él no dudó... ni un segundo en rechazarme y hacerme sufrir —las palabras le raspaban la garganta, dejando un eco tembloroso en el aire.

Ángel asintió lentamente, sus ojos oscuros fijos en los de ella, transmitiendo una comprensión silenciosa y profunda.

—Y tú no tienes por qué seguir sufriendo por su elección. ¿Quieres mostrarle lo que ha perdido, el valor que desechó? ¿Quieres que se arrepienta de cada palabra hiriente, de cada mirada fría que te lanzó? —le repitió Ángel, su voz grave como el resonar de un trueno lejano, recordando la propuesta que ya le había hecho bajo la sombra de los árboles florecientes del jardín del colegio.

Sus palabras eran un bálsamo amargo que se deslizaba sobre la carne viva de su corazón herido, dejando una sensación agridulce.

La idea de verlo sufrir, aunque solo fuera un instante, de que experimentara una pizca del dolor que ella sentía, la tentaba con una fuerza innegable, como una fruta prohibida de sabor exquisito.

—¿Qué... qué propones? —preguntó Milagro, su voz apenas un hilo de sonido, casi inaudible entre el bullicio, llegando solo a los oídos atentos de Ángel por la cercanía de sus rostros. Sintió el aliento fresco de él rozarle la mejilla.




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