El Alfa supremo y la Omega

Capítulo 23: El jardín de las verdades.

El día de la fiesta había llegado, los padres de Milagro estaban emocionados por llevar a su hija a la casa del Alfa. Ella, en cambio, no compartía el mismo entusiasmo. Aquel lugar, imponente y lleno de lujos, no era precisamente el escenario donde se sintiera cómoda. Al entrar, sus ojos recorrieron el gran salón decorado con luces doradas y arreglos florales impecables. Todo brillaba como si estuvieran dentro de un sueño… o de una vitrina costosa, frágil y distante.

La incomodidad comenzó a apretar su pecho en cuanto notó que todos los invitados eran miembros de alto rango dentro de la manada. Betas, Deltas, algunos Omegas, y muchos hijos de empresarios aliados al Alfa. Era evidente que se trataba de la élite, la cima dorada de la manada. Milagro no se sentía parte de ese mundo, y esa exclusividad disfrazada de elegancia la hacía sentir aún más fuera de lugar.

Se sentó sola en una de las mesas más alejadas del centro del salón. Su amiga Adela no había podido acompañarla. A pesar de tener dinero, los padres de Adela jamás participaban en ese tipo de eventos. Decían que las reuniones del Alfa eran más bien espectáculos de poder que celebraciones sinceras. Y quizás tenían razón. Adela no fue invitada, y Milagro se preguntaba si ella realmente había sido incluida o si solo estaba allí por insistencia de sus padres.

Desde su rincón, observó cómo Daniel saludaba con elegancia a cada invitado, recibiendo regalos caros y sonrisas falsas. Era su cumpleaños, y él parecía disfrutarlo como si de verdad todos lo adoraran. Milagro simplemente no lograba comprender ese mundo de apariencias y máscaras perfectas.

Milagro estaba a punto de levantarse cuando sintió que alguien se sentaba a su lado. Giró el rostro con cautela y se encontró con la mirada amable, aunque imponente, de la doctora Lirio. Era una Beta de alto rango, reconocida en la manada por su inteligencia, elegancia y por pertenecer a una de las familias más influyentes. Lirio fue una de las pocas mujeres que se ganó el respeto de todos sin necesidad de alardes, solo con su presencia y su temple natural.

—Me alegra encontrarte aquí —dijo con una sonrisa serena—. Cuéntame, ¿cómo seguiste? ¿Por qué fuiste a buscarme al consultorio?

Milagro dudó un instante, pero luego bajó la mirada y respondió en voz baja:

—Escuché aullar a mi loba... dentro de mí. Fue solo por una fracción de segundo... pero lo sentí. Fue tan real que me asustó.

Lirio asintió con lentitud, como si ya lo hubiera anticipado.

—Entonces es probable que la poción esté surtiendo efecto. No olvides que las medicinas son creadas por una de las brujas más poderosas de la manada. Es lógico que empiece a ayudarte, aunque sea de forma tenue.

Milagro apretó sus manos sobre el regazo. El recuerdo aún le provocaba un nudo en el pecho.

—Pero... sentí mucho dolor en ese instante. Fue como si algo en mi corazón se rompiera.

—Es porque tu loba está tratando de compartir su dolor contigo. Así es como intenta regresar. Debes resistirlo, soportarlo. Solo así podrá encontrarte de nuevo —explicó Lirio con suavidad, aunque sin rodeos, como quien sabe que no hay consuelo dulce para algunas verdades.

Milagro asintió en silencio. La doctora le colocó una mano breve sobre el hombro.

—Relájate y trata de disfrutar la fiesta. Si llegara a surgir cualquier inconveniente, no dudes en buscarme.

Lirio ya estaba por levantarse cuando Milagro la detuvo con urgencia, tomándola del brazo.

—Por favor, no le cuente a nadie... sobre mi loba. Te lo ruego.

La Beta la miró con un dejo de compasión en los ojos, pero su respuesta fue firme.

—Si tu padre o el Alfa Héctor o el futuro Alfa, Daniel, me lo pregunta... no puedo mentirle. Ellos deben saber todo lo que sucede dentro de la manada.

Milagro se levantó de golpe, con la rabia ardiendo en su mirada.

—¡Si lo haces estarías faltando a tu juramento! —exclamó con la voz tensa—. ¡Debes respetar la privacidad de tus pacientes!

Lirio abrió la boca para responder, pero Milagro no le dio oportunidad. Se alejó de la mesa con pasos apresurados, sintiendo la presión en el pecho volverse insoportable. Salió al patio, buscando un respiro entre el aire fresco de la noche y el murmullo lejano de la fiesta que seguía su curso como si nada hubiera pasado.

El aire del jardín era más fresco que el del salón, y Milagro agradeció poder respirar con libertad por unos segundos. Caminó hasta una de las esquinas del patio, deseando que nadie más estuviera allí. Pero no tuvo suerte.

Una silueta se recortaba bajo la luz de la luna. Ángel, apoyado contra una de las columnas del porche, fumaba con expresión pensativa. Al verla, entrecerró los ojos, dejó escapar una última bocanada y aplastó el cigarrillo contra el mármol con desgano. Luego comenzó a acercarse, despacio, con esa actitud despreocupada que tanto la irritaba.

—Muñeca, me alegra verte. ¿Cómo has estado? —dijo con una sonrisa ladeada—. ¿Todavía sigues molesta conmigo?

Milagro giró el rostro, con el ceño fruncido.

—Vete, estúpido. No te quiero ver ni en pintura —espetó con voz tensa.

Pero en cuanto él estuvo lo suficientemente cerca, su cuerpo reaccionó antes que su mente. El aullido volvió. Su loba, encerrada dentro de ella, gritó con una fuerza brutal, haciendo que un agudo dolor le atravesara el pecho. Se llevó una mano al corazón, intentando mantenerse en pie, intentando resistir el fuego que se encendía sin permiso.

Ángel frunció el ceño, preocupado, y alzó una mano para tocarle el hombro.

—¿Sucede algo, Milagro? —preguntó con voz más baja, tomándola suavemente de los hombros.

—No —respondió ella con dificultad, negando con la cabeza. Luego, con un empujón leve pero decidido, se apartó de él—. ¡Aléjate! ¿No entiendes que no quiero ser tu amiga? ¡No quiero que me hables, no quiero que me trates!

Él la miró, con una mezcla de herida y arrogancia que le era tan familiar.




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