Milagro abrió la puerta de su casa con el corazón aún agitado. Su madre no estaba, así que se encerró con cuidado en su habitación, como si temiera que el peso de todo lo vivido la siguiera hasta allí. Se recostó unos segundos contra la puerta, soltando un suspiro largo, como si quisiera vaciarse de pensamientos. Pero no lo logró.
Dejó el bolso sobre la cama y se quedó en silencio. La bruja, Daniel, Ángel… su loba.
Demasiado para un solo día.
Sacudió la cabeza y se obligó a enfocarse. Adela la necesitaba. Su mejor amiga estaba enferma y ya había prometido ir a cuidarla un rato. No podía fallarle.
Fue directo al baño. Se desnudó despacio, como quien intenta quitarse también las emociones pegadas a la piel. Se metió bajo la ducha y dejó que el agua tibia le recorriera el cuerpo, como si pudiera limpiar también la confusión de su mente.
Se quedó así varios minutos, inmóvil, con la frente apoyada en la pared de azulejos.
¿Y si todo lo que dijo la bruja era verdad?
Cerró los ojos. Se obligó a no pensar más. No ahora.
Cuando salió, envolvió su cuerpo en una toalla y fue directo a su clóset. Escogió un conjunto cómodo: jeans ajustados, una blusa blanca suave y una chaqueta ligera. Se trenzó el cabello, dejó su rostro limpio, sin maquillaje, apenas un toque de brillo en los labios. Mirándose al espejo, se dijo a sí misma:
—Hoy solo soy una amiga que va a visitar a otra.
Tomó su bolso, verificó su celular y la pequeña bolsa con remedios naturales que había preparado para Adela. Su abuela solía hacer infusiones especiales para aliviar malestares de estómago o garganta. Recordó una receta y decidió intentar ayudar.
Bajó las escaleras con más ligereza que antes. El aire fresco del mediodía le acarició el rostro al salir.
El camino a casa de Adela era corto, pero sentía que este trayecto era más que una simple visita. Sentía que algo estaba por comenzar.
Milagro llegó justo cuando el sol estaba más fuerte que nunca. Tocó la puerta suavemente, y fue la madre de su amiga quien la recibió con una sonrisa cálida, aunque un poco cansada.
—Buenas tardes, señora —dijo Milagro con una pequeña sonrisa, levantando la bolsita que traía en las manos—. Traje jugo natural, es de mango, como les gusta. También compré unas galletas.
—Ay, qué linda, mi amor, muchas gracias —respondió la señora mientras tomaba uno de los envases—. Eres un sol —añadió con un guiño—. Anda, sube tranquila. Adela está en su habitación.
Milagro asintió y subió las escaleras en silencio, con la bolsa de medicina en mano. Tocó suavemente la puerta antes de entrar.
—¡Milagro! —exclamó Adela desde la cama al verla entrar—. ¿Tan temprano por aquí?
Se incorporó en la cama y la abrazó con fuerza. Milagro sintió por un momento un pequeño alivio en el pecho. Siempre era así con Adela: su abrazo la hacía sentir un poco más en casa.
—Te ves rara, ¿qué te pasa? —preguntó Adela, notando el brillo extraño en sus ojos.
—No, tranquila, nada —respondió Milagro con una sonrisa forzada—. Solo vine a hacerte compañía. Te traje esto, es una mezcla que preparé para ayudarte con la fiebre. Tómala, te hará bien.
Adela la tomó agradecida, pero no dejaba de mirarla con atención. Milagro se sentó en la silla junto a la cama, cruzó las piernas y comenzó a mover una de ellas nerviosamente. También empezó a morderse una uña sin darse cuenta.
—Amiga... —dijo Adela, dejando el remedio en la mesita de noche—. Dime la verdad. Estás rara, como asustada. ¿Qué tienes?
Milagro bajó la mirada. Dudó unos segundos.
—Si te contara... —susurró, apenas audible—. Mientras venía en el bus conocí a una bruja… y me dijo algo que no puedo dejar de pensar.
—¿Una bruja? —repitió Adela, abriendo los ojos con sorpresa.
—Sí… Me dijo que mi loba va a regresar por completo solo cuando pase más tiempo con mi pareja. Que el vínculo sigue.
Adela se incorporó de inmediato, sentándose en la cama, alarmada.
—¿¡Qué!? ¿Te dijo que todavía tienes el vínculo con Daniel?
Milagro asintió, sintiendo que la garganta se le cerraba.
—Eso parece. Ella lo vio… y me dijo que tenía que estar con él para recuperar a mi loba. Hoy, cuando estuve cerca de él, mi loba reaccionó. Me habló por primera vez en mucho tiempo… pero después desapareció de nuevo. Desde ese momento no la he sentido.
—Amiga —dijo Adela, tomándole las manos—. Entonces es cierto. Puede que tú y Daniel sigan siendo pareja. Tal vez nunca se rompió del todo el lazo.
Milagro apretó los labios con fuerza. Sintió las lágrimas queriendo salir, pero las contuvo.
—No quiero estar cerca de él —confesó—. Lo odio. Me hizo tanto daño… No quiero sentir nada por él. Pero si eso es lo único que puede devolverme a mi loba, no sé qué hacer. No sé qué elegir.
Adela la abrazó con ternura.
—Tú vas a encontrar la forma. Tal vez el vínculo está ahí, sí, pero eso no quiere decir que tu destino esté sellado. No del todo. Hay algo más... tal vez aún no lo ves, pero tu loba te lo hará saber bien cuando estés lista.
Milagro cerró los ojos, respirando hondo. Sabía que nada volvería a ser igual.
—Hay algo más, Adela… —dijo Milagro en voz baja, como si temiera que alguien más la escuchara.
Adela frunció el ceño y se inclinó hacia ella.
—¿Cómo así? ¿No me lo has contado todo?
Milagro negó con la cabeza.
—No, amiga… Hoy, en el colegio, Daniel volvió a pedirme perdón. Ayer, en la fiesta, también lo hizo. Y lo peor es que… siento que está siendo sincero. Lo veo en sus ojos. Pero dentro de mí… hay tanta rabia. Siento rechazo, repulsión, y no quiero perdonarlo.—Ay, amiga… —susurró Adela, su voz cargada de preocupación.
—Estoy tan confundida —continuó Milagro, abrazándose las piernas con fuerza—. Quiero recuperar a mi loba, sé que debo pasar tiempo con Daniel para lograrlo, pero también… también estoy sintiendo algo por Ángel.
Adela abrió los ojos como platos, incrédula.