Más de una semana se había escurrido entre los dedos desde la tensa confrontación con su padre. En ese lapso, Milagro se había sumergido con una disciplina casi feroz en sus entrenamientos y estudios, desplegando una tenacidad insospechada por muchos. Su naciente amistad con Ángel florecía con la calidez de los días soleados, mientras que el lazo con Daniel permanecía anclado a la frialdad del compromiso... y a la latente esperanza de sentir nuevamente el espíritu de su loba danzar en su interior.
Aquella noche, un aire festivo envolvía a la manada, preparándose para una celebración que prometía extenderse hasta el amanecer. Sin embargo, Milagro, con el cuerpo aún dolorido por las extenuantes jornadas y la mente clamando por un respiro, había decidido quedarse en la quietud de su hogar. Sus padres, testigos silenciosos de su reciente esfuerzo, no habían ofrecido resistencia; al contrario, le habían sugerido un merecido descanso.
Acurrucada bajo las sábanas en la penumbra de su habitación, la luz mortecina de la pantalla de su teléfono iluminaba sus ojos absortos en una serie de terror, cuando el aparato vibró entre sus manos, anunciando una llamada. Sin molestarse en identificar al remitente, contestó con una languidez en la voz propia del cansancio:
—¿Sí? ¿Quién habla?
—¿Acaso después de tanto tiempo mi número sigue siendo un misterio para ti? —bromeó una voz familiar al otro lado de la línea, teñida de un tono burlón que le era característico.
Una sonrisa involuntaria curvó los labios de Milagro al instante.
—Claro que lo tengo guardado, Ángel. Pero estaba enfrascada en una maratón de monstruos y sobresaltos, y no alcancé a ver quién llamaba.
—Estoy abajo, justo en la puerta de tu casa. Necesito hablar contigo... o mejor dicho, pedirte un favor que consideraría una verdadera hazaña si aceptaras.
Antes de que Ángel pudiera añadir más intriga a su misteriosa petición, Milagro colgó con una decisión repentina. Se impulsó fuera de la cama con un resorte y bajó las escaleras a toda prisa, el corazón latiéndole con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
Abrió la puerta sin concederse un segundo de vacilación, y allí estaba él, iluminado por la suave luz del porche, esperándola con una sonrisa traviesa que parecía conspirar con la noche y una bolsa de papel elegante colgando de su mano.
—Pasa, Ángel —invitó ella, su propia sonrisa reflejando la alegría inesperada de su presencia.
Ángel cruzó el umbral, y sus ojos vagaron por un instante, deteniéndose fugazmente en la piel desnuda de sus piernas. Milagro vestía unos shorts cómodos, y aunque él no pronunció palabra, la fugaz sorpresa en su expresión la delató. Ella, consciente de su mirada, restó importancia al detalle con un ligero movimiento de cabeza.
—Siéntate, no te quedes ahí plantado como una estatua contemplando el paisaje de mis extremidades inferiores.
Ángel obedeció con una sonrisa divertida, acomodándose en el sofá frente a ella. Milagro notó el distintivo logo dorado de Madame Giselle en la bolsa que reposaba a su lado, una boutique conocida en la ciudad por sus vestidos de ensueño y precios exorbitantes.
—Milagro… Hoy se celebra una fiesta importante en casa de uno de mis amigos, y me han insistido en que lleve compañía. Presentarme solo sería un suicidio social, no me dejarían cruzar el umbral. Así que… vine directamente a buscarte. ¿Podrías hacerme el honor de acompañarme?
—¿Estás completamente loco, Ángel? Sabes perfectamente que las fiestas no son precisamente mi idea de una noche divertida —respondió ella con una naturalidad que no dejaba lugar a dudas sobre su aversión a tales eventos.
—¡Vamos, Milagro! —insistió Ángel con un tono que mezclaba súplica y un brillo travieso en los ojos—. Será diferente, te lo prometo. Además... —hizo una pausa estratégica, como si revelara un secreto crucial—... tu encantadora amiga Adela estará allí.
Milagro frunció ligeramente el ceño, una punzada de sorpresa despertando su interés a pesar de su firme negativa inicial. —¿Adela va a ir? ¿Y eso a qué se debe? No me ha dicho absolutamente nada.
—Bueno... mi leal compañero, Manuel, también hará acto de presencia. Él fue quien tuvo el buen tino de invitarla, y para mi sorpresa, ella aceptó con entusiasmo.
—Vaya, qué mala amiga es conmigo —murmuró Milagro, cruzándose de brazos con un deje de reproche juguetón—. Igual, la idea de socializar entre tanto licántropo festivo no me seduce en absoluto esta noche. ¿Por qué no invitas a una de tus admiradoras habituales? Seguro que alguna estaría encantada de acompañarte.
Ángel sonrió con una picardía que le iluminó el rostro.
—Sabes perfectamente que desde que me distes el consejo de esperar, no tengo a ninguna damisela dispuesta a compartir una velada conmigo. Así que, en cierto modo, deberías sentirte responsable y recompensarme por mi ejemplar obediencia, ¿no crees?
—¡Eres un completo sinvergüenza! —Una carcajada genuina escapó de los labios de Milagro, contagiada por su descaro.
—Vamos,muñeca... —dijo él, acercándose con una agilidad felina y arrodillándose a su lado, su mirada implorante—. Acompáñame solo por esta vez. Prometo portarme como un caballero... bueno, dentro de mis posibilidades.
—¿Y si mis padres regresan antes de lo previsto? Ni te imaginas cómo se ponen con mis salidas nocturnas —preguntó Milagro, la duda aún palpable en su voz.
Ángel se encogió de hombros con una despreocupación calculada, mirándola con una sonrisa ladeada que denotaba su confianza.
—Bueno, si insistes en quedarte, entonces me sacrificaré y me quedaré contigo toda la noche. Me acomodaré aquí mismo, en este cómodo sofá, y disfrutaremos juntos de tu intrigante serie de terror. Y si tu padre decide hacer una aparición estelar... bueno, improvisaremos una escena dramática cuando me descubra en tu guarida, ¿te parece un plan emocionante?
—¿Así que este es tu elaborado plan? ¿Chantajearme con tu adorable presencia? —Milagro lo miró con los ojos entrecerrados, analizando su táctica.