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El murmullo constante de la clase apenas arañaba la burbuja de ensimismamiento que envolvía a Milagro. La voz del profesor, un eco lejano y monótono, rebotaba en las paredes del aula sin penetrar su atención.
Sus ojos color miel estaban imantados a la ventana, danzando entre las ramas desnudas de los árboles y las pinceladas de cielo azul, mientras su amiga Adela, con la diligencia distraída de quien cumple un ritual conocido, garabateaba notas en su cuaderno. Pero en el rostro de Milagro había un fulgor inusual, una luminosidad que la hacía parecer recién desempacada de un sueño hermoso. Se movía con una energía contenida, como si un manantial oculto en su interior hubiera por fin roto la tierra y comenzara a fluir.
Aprovechando la momentánea tregua que ofrecía la espalda del profesor, absorto en la caligrafía blanca de la pizarra, Adela se inclinó, su aliento apenas un susurro cálido cerca de su oído.
—Mili... a ver, suelta la sopa. ¿A qué se debe ese aura de felicidad que te rodea hoy? Pareces recién besada por el sol.
Milagro giró la cabeza con una lentitud elegante, y una sonrisa genuina, incapaz de ser reprimida, floreció en sus labios.
—Por fin, Adela... por fin sentí la transformación completa. Ahora sí... ahora soy una loba de verdad.
Los ojos de Adela se abrieron en dos círculos perfectos, su bolígrafo quedó suspendido en el aire.
—¡¿En serio?! ¡Ay, amiga, qué emoción! Me alegra muchísimo que al fin lo hayas logrado. Pero... ¡ay, Mili! Si tus padres se enteran, la que te espera es de aúlla y rasguña —advirtió en un murmullo cargado de genuina preocupación, aunque sus ojos chispeaban de curiosidad—. Pero, cuéntamelo todo, ¿cómo está tu loba? ¿Cómo se siente?
—Mi loba... —la voz de Milagro se endulzó con una ternura palpable— está bien, aunque todavía es una cachorra torpe y juguetona. Pero es... es hermosa. Blanca como la primera nevada.
Un recuerdo fugaz, vívido como un relámpago en la noche, cruzó su mente, y sin darse cuenta, un murmullo escapó de sus labios.
—Nunca debió haber hecho eso...
—¿Hacer qué? ¿Qué hizo tu loba? —preguntó Adela al instante, su frente se arrugó en un gesto de creciente intriga.
—¡¿Cómo me escuchaste?! —exclamó Milagro, sobresaltada, llevándose una mano al pecho.
—¡Pues tonta! Lo dijiste en voz alta, estabas como en trance —se burló su amiga con una sonrisa traviesa, sin apartar sus ojos inquisitivos de los de Milagro.
Bajando la voz a un secreto compartido, Milagro continuó su relato.
—Bueno... mientras corría libre por el bosque, mi loba se dirigió directamente hacia donde estaba Ángel. —Una sombra de vacilación cruzó su rostro—. Evito contarle a Adela sobre el rincón secreto de Ángel junto a la laguna. No quería decirle dónde es porque conociendo a su amiga cómo era, si se lo dijera, seguro iría a buscarlo.
Adela la miró con una sonrisa pícara danzando en sus labios, pero asintió con la cabeza, concediéndole el silencio.
—Y no solo eso... mi loba se restregó contra él, como si... como si le gustara su olor, su presencia.
El entrecejo de Adela se frunció, teñido de incredulidad.
—Eso es muy extraño, Mili. Las lobas solo muestran ese tipo de afecto con su pareja, con su lazo predestinado.
—Sí... también me pareció muy raro —asintió Milagro, sus ojos ahora fijos en sus manos entrelazadas sobre el pupitre—. Pero... la dejé ser feliz junto a él. No quise interferir.
—¿Y cómo reaccionó Ángel? ¿Qué hizo? —quiso saber Adela, su curiosidad creciendo a cada palabra.
—Fue... desconcertante. Él y mi loba... interactuaron como si se conocieran de toda la vida. Se comunicaban sin palabras, con miradas, con suaves roces. Me sentí... feliz. Una felicidad extraña, pero profunda.
Adela la observó en silencio durante unos segundos, su mirada analítica. Luego, con un tono acusador pero teñido de diversión, sentenció:
—Mili... no me digas que te estás enamorando de Ángel. ¡Mucho cuidado con ese lobito!
—¡No! Solo somos amigos, nada más —replicó Milagro con una rapidez que delató su nerviosismo, aunque un suave rubor, como el pétalo de una rosa abriéndose, tiñó sus mejillas—. Además... ni siquiera me reconoció en mi forma humana. Él no sabe que soy yo.
En ese preciso instante, la voz del profesor, cargada de impaciencia, resonó con fuerza en el aula.
—¡Señoritas! ¡Ya basta de esa tertulia! A la rectoría las dos si no guardan silencio de inmediato.
Ambas chicas se enderezaron en sus asientos con la velocidad de quien es sorprendido en falta, luchando por contener una risita nerviosa. Pero en el pecho de Milagro, bajo el uniforme escolar, una nueva melodía comenzaba a vibrar con fuerza: el aullido silencioso de su loba recién despertada... y quizás, también, el suave latido de un corazón que comenzaba a sentir.
La cafetería era un hervidero de voces jóvenes, una sinfonía de cucharas tintineando contra platos y risas contagiosas que rebotaban en las paredes. El aroma tentador del café y el pan dulce guiaba a Milagro y Adela a través de la serpenteante fila hacia la barra del desayuno. Adela, con esa chispa de curiosidad que siempre la acompañaba, inclinó la cabeza hacia su amiga y soltó la pregunta en un tono confidencial:
—Oye, Mili... ¿no te parece que Ángel es una persona... peculiar? Su aura, su forma de moverse... todo en él tiene un aire extraño, como si ocultara algo.
Milagro se giró, sus labios curvándose en una sonrisa suave y enigmática.
—No es extraño, Adela, simplemente... diferente. Creo que se ha construido una fachada, una imagen quizás negativa, con algún propósito que desconocemos. Pero en el fondo... no creo que sea un mal chico.
El entrecejo de Adela se plegó en una arruga de duda.
—Tú crees conocerlo bien, Milagro. Pero detente un segundo y pregúntate: ¿por qué ese comportamiento esquivo? ¿Por qué esa tensión palpable con sus padres? ¿Y esa... conexión tan particular que parece haber entre ustedes? ¿Nunca te has planteado esas preguntas con seriedad?