El Alfa supremo y la Omega

Capítulo 45: Espectáculo inesperado.

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El chofer dejó a Milagro y a sus padres frente a la majestuosa entrada de la residencia de la manada Ángela. La noche abrazaba el lugar con una suave brisa cargada del dulce aroma de las flores que adornaban los jardines. Un aura de serenidad y elegancia emanaba de la construcción iluminada, donde destellos de luz artificial se filtraban por los ventanales. Siguiendo la tradición en honor al color predilecto de la Luna Ángela, una marea de invitados vestidos de impecable blanco llenaba los jardines y los salones.

Milagro descendió del vehículo, sintiendo el suave roce de la seda blanca de su vestido largo contra sus piernas. La elegante caída de la tela resaltaba su figura esbelta, y la única joya que portaba, una delicada cadena de perlas que había pertenecido a su abuela, brillaba tenuemente a la luz de la luna creciente.

Junto a sus padres, el alfa Federico y su esposa Maria, Milagro se adentró en la celebración. Un murmullo respetuoso acompañó su entrada mientras saludaban con cortesía a los miembros de la manada, sus ojos buscando a la radiante anfitriona de la noche. No tardaron en encontrar a la Luna Ángela en el centro de un grupo distinguido, su sonrisa cálida iluminando su rostro. A su lado, erguidos y orgullosos, se encontraban el alfa Héctor y su primogénito, Daniel.

Sus padres fueron los primeros en felicitarla, luego fue el turno de ella.

—Feliz cumpleaños, Luna —saludó Milagro con una reverencia suave antes de fundirse en un abrazo sincero con la matriarca.

Con una delicadeza estudiada, Milagro extrajo de su pequeño bolso un paquete envuelto en papel de seda blanco y se lo ofreció a la Luna.

—Le traje este pequeño obsequio. Espero que le guste.

—Ay, mi niña, no debiste molestarte —respondió la Luna Ángela con una sonrisa enternecedora, aceptando el regalo con gratitud.

—Madre —interrumpió Daniel, atrayendo la atención hacia sí—, Milagro tuvo la amabilidad de ayudarme a escoger tu collar.

—¡Oh, qué detalle tan lindo, Mili! —exclamó la Luna Ángela, sus ojos brillando al mostrarles a todos su hermoso obsequio adornando su cuello—. Muchísimas gracias, querida. Es precioso.

Milagro dirigió una mirada fugaz y fría a Daniel, un recordatorio silencioso de la tensa conversación que habían tenido horas antes.

—Nuestros hijos han crecido tan rápido, Alfa —comentó el beta Federico, observando a los jóvenes con una sonrisa nostálgica.

—Así es, Federico, el tiempo vuela —asintió el alfa Héctor—. Deberías seguir pasando más tiempo con Milagro, Daniel. Ella es una excelente compañía, una joven perspicaz y encantadora.

—Es cierto, hijo —añadió la Luna Ángela con dulzura—. Al lado de Milagro, estoy segura de que podrías fortalecer muchas de tus cualidades, tanto en astucia como en fortaleza.

Milagro se sentía cada vez más incómoda con el rumbo de la conversación. ¿Por qué insistían en emparejarlos? Daniel, por su parte, parecía complacido con los comentarios de sus padres, pero ella solo anhelaba una vía de escape.

En ese preciso instante, sus ojos divisaron a Adela, que acababa de llegar a la fiesta. Su amiga, vestida también de un elegante blanco, le hizo una discreta señal con la mano. Milagro respondió con una mirada de súplica silenciosa.

Con su habitual desenvoltura, Adela se acercó al grupo, saludando efusivamente al alfa y al beta, y abrazando con cariño a la Luna Ángela y a Maria, pero ignorando a Daniel.

—Con su permiso, —dijo Adela con una sonrisa radiante—. Me llevo a mi amiga un momento. Tenemos asuntos urgentes de chicas de qué hablar.

Una sonrisa de alivio floreció en el rostro de Milagro al ver a su amiga convertida en su inesperada salvadora. Pero justo cuando se disponían a despedirse, una figura femenina hizo una entrada impactante en el salón. Vestida con un impresionante vestido de un azul vibrante que contrastaba con el mar de blanco, la mujer irradiaba una elegancia casi divina. Se acercó a la Luna Ángela con una familiaridad sorprendente y la abrazó con una confianza que dejó a Milagro perpleja.

Pero lo que realmente la dejó sin aliento fue la manera en que esta misteriosa mujer saludó al alfa Héctor por su nombre de pila, y a los padres de ella con una calidez y cercanía que sugerían una relación estrecha. Milagro no podía creer la desenvoltura y la intimidad que emanaba de esta desconocida, como si perteneciera a ese círculo de poder y afecto desde siempre. La pregunta silenciosa flotaba en el aire: ¿quién era esta mujer y cuál era su lugar en la vida de la manada estrella?

—¡Jennifer! No puedo creer que hayas venido —exclamó el alfa Héctor con una alegría genuina en su voz, extendiendo los brazos para recibir a la recién llegada.

—¿Y perderme el cumpleaños de mi mejor amiga? ¡Jamás! —respondió Jennifer con una sonrisa radiante que iluminó aún más el salón, contagiando su felicidad a todos los presentes.

Daniel también se acercó para saludarla con afecto, demostrando la cercanía que compartían. Federico, el padre de Milagro, la saludó con un beso en la mejilla, un gesto que denotaba una relación familiar y respetuosa. En ese instante, los ojos penetrantes de Jennifer se posaron en Milagro, estudiando su presencia con una intensidad palpable.

—Héctor —preguntó Jennifer, su voz melodiosa aunque con un matiz de curiosidad intrigante—, ¿quién es esta niña? Un aura hermosa la rodea... una luz tan peculiar.

—Jennifer, ella es mi niña, mi única hija, Milagro. Recuerdas tú estuviste presente en su parto… —Dijo Maria.

—¡Ah, sí, claro! —exclamó Jennifer, sus ojos ahora fijos en Milagro con una expresión que la joven no pudo descifrar del todo—. Eres la loba blanca... Un placer conocerte, querida —dijo la bruja, aunque su mirada contenía algo más que simple cortesía, un brillo frío que erizó la piel de Milagro.

—Soy Jennifer, la bruja más poderosa de este planeta —continuó, dirigiéndose nuevamente a la Luna Ángela con una sonrisa cálida—. Y he venido para darte mi bendición en este día especial.




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