**********
—He visto crecer a su hermano desde que era un cachorro. Es valiente, fuerte… sí, cometió un error. Todos tropezamos en el camino, mi señor. ¿O acaso usted, con toda su magnificencia, jamás ha cometido errores?
Ángel giró lentamente el rostro hacia ella, fulminándola con una mirada que podría haber reducido a cenizas un bosque entero. Pero luego, sin cambiar el tono gélido de su voz, preguntó con una inesperada nota de preocupación:
—¿Y tu hija? ¿Cómo está después de lo ocurrido?
Los ojos de Jennifer brillaron con una calidez maternal al escuchar su pregunta, un atisbo de alivio en su expresión cansada.
—Está bien, mi Alfa. Solo pregunta por usted. Le hace mucha falta… dice que ya ha pasado demasiado tiempo sin verlo. Su ausencia la aflige.
—Quiero que le digas la verdad sobre quién soy. Que entienda que no debe seguir aferrándose a una ilusión, que no debe seguir pensando en mí.
—Ella jamás dejará de pensar en usted, mi señor. Nadie mejor que yo sabe que su corazón le pertenece por completo, que está profundamente enamorada —respondió la bruja con una sinceridad dolorosa.
—Eso no es amor, Jennifer. Es una simple fijación, un capricho juvenil —sentenció Ángel con frialdad—. Ya deja de llorar. Tus lágrimas perturban mi paz.
Jennifer, con los ojos aún humedecidos, se limpió el rostro con un movimiento rápido y torpe. Ángel le ofreció una mano sorprendentemente firme y la ayudó a levantarse del suelo.
—Mi señor… lloro por mi hija. Realmente necesito que se recupere lo más pronto posible, que su espíritu vuelva a florecer.
—Y lo hará, Jennifer. Lo hará. No te preocupes innecesariamente por eso —dijo Ángel con una mirada que, por un instante, se había vuelto más suave, casi comprensiva.
—Gracias por lo que ha hecho por ella, su majestad… Muchas gracias por no dejarla sola en su dolor, por no abandonarla después de lo sucedido… por responder por su error, aunque no fuera su culpa directa —dijo la bruja, inclinándose con una profunda mezcla de respeto y gratitud.
—Deja de ser tan melodramática y guarda silencio, mujer. En este momento, no tengo la paciencia para lidiar con los dramas de ninguna fémina, así que ya cállate de una vez —le cortó Ángel bruscamente, volviendo a su máscara de frialdad.
El silencio se adueñó del pasillo alfombrado, un manto pesado que sofocaba el eco lejano de la fiesta bulliciosa que aún vibraba en los salones inferiores. Transcurrieron algunos segundos tensos, quizás minutos cargados de una expectación invisible, hasta que la voz suave pero profunda de la bruja rompió la quietud.
—Mi señor… me retiro a descansar. Agradezco profundamente su misericordia y su amabilidad inmerecida hacia esta humilde sierva —dijo Jennifer, inclinándose una vez más con una reverencia que denotaba respeto y una sumisión aprendida.
—Está bien. Adiós —respondió Ángel con una frialdad cortante, sin dignarse siquiera a dirigirle una mirada. Sus ojos oscuros permanecían fijos en la penumbra del pasillo—. Yo todavía me quedaré por aquí… hay alguien que ha capturado mi… interés.
—Sí, mi Alfa. Sé perfectamente a quién se refiere su majestad. Por favor… tome una decisión antes de que esa joven vuelva a sufrir y ahora sea a causa de las consecuencias de su indecisión —dijo ella, inclinándose una última vez, una súplica silenciosa en su mirada antes de desaparecer por el extremo del pasillo.
En ese preciso instante, Milagro caminaba con paso ligero hacia el baño, buscando un breve respiro del ambiente cargado de la celebración.
Al pasar por el corredor lateral, sus ojos captaron la escena de la bruja inclinándose ante Ángel, una imagen que se grabó en su mente como una sombra fugaz. Su ceño se frunció ligeramente, sin poder evitar una punzada de incomodidad, un vuelco extraño en su pecho.
Ignoró la escena con una aparente indiferencia, pero por dentro, su corazón comenzaba a palpitar con una cadencia acelerada y sus pensamientos se agitaban como hojas en la tormenta.
Entró al baño, el eco hueco de sus pasos resonando en las paredes de mármol. Se lavó las manos y el rostro con agua fría, buscando una claridad que su mente se negaba a ofrecerle, y luego se detuvo frente al espejo empañado.
Algo en su propio reflejo, una sombra de inquietud en sus ojos, le decía que no todo estaba bien… que había secretos ocultos bajo la superficie brillante de la noche. Al salir del baño, lo vio. Ángel seguía allí, apoyado con una indolencia elegante contra la pared encalada, el humo azulado de su cigarrillo danzando en el aire inmóvil, su silueta oscura recortada contra la inmensidad sombría del bosque que se extendía tras el ventanal.
—Acércate —le dijo con una voz baja y grave, un tono que vibraba con una autoridad magnética, un llamado imposible de ignorar.
Milagro, absorta en sus propios pensamientos, creyó por un instante que aún se dirigía a la bruja, así que lo ignoró y comenzó a alejarse con paso vacilante. Pero entonces escuchó su voz clara y firme, atravesando el silencio:
—Ya vete, Jennifer, ¿qué esperas? —le ordenó a la bruja, sin apartar sus ojos oscuros y penetrantes de la figura de Milagro.
La bruja sostuvo la mirada de la joven por una fracción de segundo, sus ojos oscuros como pozos profundos pareciendo querer transmitirle un mensaje silencioso, una advertencia quizás, pero al final obedeció a su Alfa y se marchó con una resignación silenciosa. Milagro se quedó sola con él, el aire entre ellos cargado de una electricidad palpable.
Sus ojos finalmente se encontraron, un choque silencioso en la penumbra del pasillo. Ella lo miró de arriba abajo, sorprendida por la intensidad magnética de su presencia, la belleza imponente y el aura de peligro que lo envolvía como una sombra.
Pero no se dejó engañar por la fachada. En su mente, la imagen de la bruja inclinándose, las palabras enigmáticas que había escuchado, la sensación opresiva de secretos ocultos… todo pesaba más que la atracción visceral que su presencia ejercía sobre ella.