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—Sé que ocultas algo, Ángel… ¿Qué tienes que ver con esa bruja? No es normal la confianza que hay entre ustedes —dijo Milagro con voz temblorosa, aunque firme.
Ángel no respondió. En un movimiento brusco, la sujetó de la muñeca y la arrastró hasta su habitación. Cerró la puerta de un golpe, dejándola encerrada con él. El corazón de Milagro latía con fuerza. El aire se volvió denso, casi irrespirable. El comportamiento de Ángel la aterraba.
—Vaya… me atrapaste —dijo él con una media sonrisa torcida—. Me sorprendes, Milagro. Eres más inteligente de lo que pensé.
—Ángel, escuché lo que decían… —murmuró ella, con la voz entrecortada.
Los ojos de Ángel se oscurecieron de inmediato, como si una sombra se apoderara de su mirada. Milagro retrocedió instintivamente hasta quedar contra la puerta. Él se acercó y la acorraló con el cuerpo, su rostro apenas a centímetros del de ella.
—Dime qué fue lo que escuchaste. ¡Habla de una vez! —rugió, su voz resonando como un trueno en la pequeña habitación.
Milagro rompió en llanto. Jamás lo había visto así, tan agresivo, tan intimidante. Se encogió sobre sí misma mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Ángel la observó un instante más, hasta que algo en su interior pareció quebrarse. Como si despertara de un trance, retrocedió un paso, le limpió las lágrimas con los dedos y murmuró:
—¿Por qué lloras…?
—Porque… porque te pones así. ¿Es tan grave lo que estaban hablando?
Él suspiró con fuerza y desvió la mirada. Su mayor miedo era que ella hubiera escuchado la verdad. No podía permitir que nadie, y mucho menos Milagro, descubriera su secreto. Él no era el vago sin propósito que todos creían, sino el Alfa de una manada. Y eso la ponía a ella en peligro.
A ojos de su padre y de todos los demás, era solo un playboy irresponsable, un joven sin rumbo ni ambiciones. Y así debía seguir siendo. Era más seguro para todos… especialmente para ella.
—¿Qué fue exactamente lo que escuchaste? —insistió, esta vez con voz más controlada.
—Solo… solo que hablaban sobre los sentimientos de alguien hacia ti. Eso fue todo —respondió Milagro con sinceridad.
Ángel la observó con atención, buscando alguna señal de mentira en su rostro. Finalmente, preguntó:
—¿Eso es todo? ¿Lo juras?
Ella asintió, aún secándose las lágrimas.
Ángel suspiró aliviado. Su secreto seguía a salvo.
—Mi muñeca... Me asusté, lo siento. No quería que me vieras así.
Milagro lo miró, todavía desconcertada por el brusco cambio en su comportamiento. Pero algo dentro de ella —un fuego que no comprendía— la impulsó a seguir preguntando.
—¿De quién hablaban, Ángel?
Él la observó, sorprendido. No esperaba que continuara escarbando.
—No entiendo por qué me meto en su vida personal, pero... necesito saberlo —pensó ella, dejándose arrastrar por una fuerza más intensa que su propia voluntad.
Ángel la contempló en silencio, como si intentara leer hasta el rincón más oculto de su alma. Sin apartar la mirada, preguntó con voz baja pero firme:
—¿Para qué quieres saberlo?
Milagro bajó la mirada, sintiendo cómo la pregunta la atravesaba.
—Solo por curiosidad… —susurró.
Ángel se inclinó lentamente hacia su oído. Su aliento le erizó la piel.
—Estábamos hablando de su hija —murmuró con suavidad.
Milagro lo miró, sorprendida, frunciendo el ceño.
—¿La hija de la bruja…?
—Sí, Milagro. La hija de Jennifer está perdidamente enamorada de mí. Por eso se sorprendió tanto al verme aquí, en esta manada. No sabía que mis padres son el Alfa y la Luna —explicó Ángel con calma, como si el peso de la verdad no significara nada para él.
Milagro intentaba procesar aquella información mientras su mente bullía de pensamientos.
—¿La hija de ella también es una bruja poderosa? —preguntó, intrigada.
—Claro que sí —respondió él, con una sonrisa ladeada—. Es tan poderosa como su madre… quizás más.
—¿Dónde está ahora? —insistió Milagro, sintiendo su corazón acelerarse.
—En su aquelarre —contestó él sin vacilar.
—¿Y cómo las conociste?
—Hace años. Somos viejos amigos. A ella le ocurrió algo terrible y yo la ayudé. Después de eso, se enamoró de mí. Supongo que… fue su forma de agradecerme —dijo Ángel, encogiéndose de hombros.
Milagro bajó la mirada, sintiendo una punzada en el pecho.
—¿Y tú? ¿Estás enamorado de ella también?
Ángel la miró con seriedad, sus ojos intensos como fuego.
—No, Mili… Yo no me enamoro de cualquiera. Mi corazón está cautivado por una sola persona. Solo una ha logrado adueñarse de él.
Milagro apretó los labios, molesta.
—No me digas quién es… por favor. No quiero saberlo.
Ángel sonrió levemente y, con suavidad, le acarició el cabello. Sus dedos recorrieron las ondas que caían sobre los hombros de Milagro. Un escalofrío le recorrió la espalda y su respiración se aceleró sin poder evitarlo.
Levantó la mirada. Lo vio de cerca. Demasiado cerca. Era el hombre más atractivo que había visto en su vida. Ahora entendía por qué tantas chicas perdían la razón por él. Pero entonces lo recordó. Lo había visto hoy. No estaba solo.
—Te vi, Ángel… —dijo ella con el ceño fruncido y un tono de reproche en la voz.
—Milagro, estudiamos en la misma escuela. Es normal que me veas a diario —respondió él, sin dejar de acariciarle el cabello.
—No me mientas. Te vi con Julia —añadió, apartándose un poco—. Dime, ¿qué le estabas haciendo?
—¿Y tú? ¿Con quién estabas en el centro comercial? —preguntó Ángel, con la voz tensa.
—Fui con tu hermano… —respondió Milagro, algo confundida—. Fuimos a comprar un regalo para tu madre, Luna Ángela.
Ángel entrecerró los ojos y soltó una risa irónica.
—¿Así que ahora sales con mi hermano?… Perfecto —exclamó con molestia, dándose la vuelta mientras sacaba un cigarro de su chaqueta.