El Alfa supremo y la Omega

Capítulo 49: Deseos que Queman.

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—Milagro intentó evitar cualquier contacto con está manada. Yo no pertenezco a este lugar —dijo él, con la mirada baja, sin ofrecer más detalles sobre su vida personal ni sobre la otra parte de sí mismo, esa que ocultaba con tanto recelo: su vida como Alfa.

Milagro sintió un vacío al escucharlo. Aquella respuesta tan fría no coincidía con la calidez que a veces veía en sus ojos. Algo dentro de su pecho le gritaba que Ángel no estaba siendo del todo honesto.

—Ángel, si necesitas hablar con alguien… cuentas conmigo —dijo al fin, con una voz suave, sincera. Lo miró fijamente, como si intentara atravesar sus muros con la mirada.

Él la observó con desconcierto.
—¿En serio cuento contigo? Explícame, Milagro… ¿Qué te hizo cambiar de opinión? Hace unos días me dijiste que evitará todo contacto contigo. Y ahora vienes y me dices que no, que te busque, que confíe en ti... ¿Por qué?

Milagro se quedó sin palabras. Tenía su mano entrelazada con la de él, pero al escucharlo, la soltó de inmediato, confundida por sus propios sentimientos.

Su mente le decía que debía alejarse, que no podía enredarse con él... pero su cuerpo y su corazón lo deseaba con una intensidad que no podía explicar. ¿Por qué anhelaba tanto su cercanía? ¿Por qué sentía esa necesidad de que él confiara en ella?

Parpadeó varias veces, como queriendo borrar la confusión que sentía. Luego, suspiró con fuerza.
—Creo que… debería irme —murmuró, mientras daba un paso para alejarse.

Pero Ángel no se lo permitió. Antes de que pudiera escapar, la rodeó por detrás con sus brazos y la atrajo hacia su pecho.

—Jamás te obligaría a volver a verme —le susurró al oído, su aliento cálido estremeciéndola—, pero esta vez fuiste tú quien vino a mí. Tú me has buscado… y esta vez, Milagro, no te alejarás de mí. Esta vez no me iré.

Milagro volteó con el corazón latiendo frenéticamente.
—¿Qué… qué estás diciendo?

—Digo que me gustas. Eso es todo. Me encantas. Pero debes alejarte de mi hermano. No quiero verte cerca de él nunca más. ¿Entendiste?

Mientras hablaba, los dedos de Ángel se deslizaron lentamente por su cuello, apartando con ternura los mechones de cabello. Milagro cerró los ojos, estremeciéndose ante su contacto.

Su cuerpo se estremecía, sus emociones eran un torbellino. Todo en ella gritaba que huyera… pero sus piernas no respondían. Quería quedarse. Quería perderse en él.

Apoyaron sus frentes una contra otra. Sus respiraciones se mezclaban, cálidas, erráticas.
—Tengo miedo, Milagro —confesó Ángel en voz baja—. Miedo de que huyas cuando descubras lo que realmente siento por ti… y lo que estoy dispuesto a hacer por tenerte.

—¿Qué? —susurró ella, sin comprender del todo. Pero cayó en silencio al sentir los labios de Ángel rozando su cuello.

Una oleada de fuego la recorrió de pies a cabeza. Era como si estuviera hechizada, poseída por él. No podía moverse. No quería.

Sus labios eran suaves, cálidos, peligrosamente tentadores.
Quería rendirse. Entregarle no solo su cuello, sino su alma entera.

Los brazos de Ángel la rodearon con más fuerza, atrayéndola completamente hacia él.
Su nariz acarició la piel sensible de su cuello, y Milagro apenas logró ahogar un gemido.

Tenía los ojos cerrados, sumida en esa sensación embriagadora… sin saber que él la observaba en silencio, con los suyos bien abiertos. Estudiaba cada reacción, cada temblor, cada suspiro.

Y mientras ella se abandonaba al momento… Ángel se repetía en su interior que esta vez no dejaría que nadie se interpusiera entre ellos. Ni su hermano. Ni su manada. Ni su pasado.

Esto que sentía era nuevo para Milagro. Jamás, ni siquiera con Daniel, había experimentado algo así. Nunca permitió que nadie la tocara, mucho menos besarla o abrazarla. Siempre estuvo enamorada en silencio, resignada a vivir con un amor no correspondido. Pero ahora… ahora su cuerpo respondía por sí solo. Lo que estaba viviendo con Ángel no era solo físico, era algo más profundo, algo que se sentía divino, como si flotara entre las nubes, como si por fin alguien tocara su alma.

—Ángel, lo que estamos haciendo… no está bien —dijo ella con voz temblorosa, apartándolo con suavidad.

Intentó salir de entre sus brazos, pero él no se lo permitió. La tenía acorralada entre su pecho y la puerta, y aunque ella quería resistirse, su cuerpo clamaba por más, por más de él, de su calor, de su voz, de sus caricias.

—Lo que hacemos no está mal —le susurró Ángel con firmeza—. Ya no eres una niña, Milagro. Eres toda una mujer… una mujer hermosa —agregó mirándola directo a los ojos, tan intensos que parecía leer su alma.

—Sí, Ángel… no soy una niña, pero tampoco soy como esas mujeres a las que estás acostumbrado. No soy una más del montón —respondió ella con dignidad, aunque su voz temblaba de emociones contradictorias.

Ángel sonrió suavemente.

—Tú no eres como las demás, Milagro. Eres especial. Quiero entrenarte… para que seas mi guardiana secreta.

—¿Guardiana? No entiendo a qué te refieres, pero igual… no quiero convertirme en una más —susurró ella, aún confundida pero curiosa.

—Nunca serás una del montón, Milagro. Nunca. Eso puedes grabártelo en el alma —le aseguró, colocando su mano sobre el pecho de ella. El corazón de Milagro latía desbocado, y sus ojos comenzaron a brillar al sentir esas palabras.

—Y no olvides algo —continuó Ángel—. Por ti he estado sin chicas por más de un mes. ¿O se te olvidó que tú me pediste que me mantuviera solo?

—Sí, Ángel, pero… te lo pedí por tu futura pareja, no por mí —murmuró ella, evitando mirarlo a los ojos.

—¿Y si te dijera que quiero que tú seas esa pareja? Quiero ser el dueño de tu corazón —sus palabras salieron tan claras, tan firmes, que Milagro sintió que el mundo se detenía por un instante.

Se agachó y rozó su nariz con la de ella. Milagro se quedó sin aire, el pecho le dolía de tanto que palpitaba. No esperaba que él se atreviera a pedirle eso. No otra vez. No después de haber sufrido por amar a alguien como Daniel.




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