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Durante las semanas siguientes, Milagro se concentró por completo en sus estudios y en el entrenamiento. Aprendía con rapidez, y muy pronto dominó cada técnica que le enseñaba Daniel, al punto de que ya no necesitaba asistir más. Aun así, su mente seguía atrapada en los recuerdos de Ángel. Bastaba con pensar en él para que una oleada de emociones la desbordara.
"¿Estás dispuesta a entregarme el corazón?"
Esas palabras la perseguían noche y día, como un eco que se negaba a desaparecer. No sabía con quién hablar sobre lo que sentía. Se tragaba sus emociones, en silencio. Sabía que si se lo confesaba a Adela, esta le advertiría de inmediato que se alejara de él. Para su mejor amiga, Ángel no era más que un playboy.
Durante todo ese tiempo, Ángel se mostraba distante, callado. Apenas hablaba con ella o con alguien más en la escuela. Iba, cumplía con sus clases y se marchaba en cuanto sonaba la campana. En cambio, Daniel seguía entrenando con ella todos los días, insistiendo en que le diera una oportunidad. Pero Milagro lo rechazaba cada vez, sin dudar.
Ese día marcaba el fin de su entrenamiento en la manada. Estaba emocionada. Por fin se liberaría de esa rutina, y ya no tendría que pasar tiempo con Daniel. Si había obedecido a sus padres hasta ahora, era solo por respeto. Ahora podía valerse por sí misma, defenderse sola.
Mientras salía de clases, Adela se le acercó con una sonrisa burlona.
—Oye, tu amante te espera —dijo en tono juguetón.
Milagro frunció el ceño, sin entender. Pero en cuanto salió del edificio, lo vio: Daniel estaba afuera, esperándola en su auto negro. Ella supo al instante que venía a llevarla al último día de entrenamiento.
Sin decir una palabra, se subió al coche.
—¿Cómo estás? —le preguntó Daniel con una sonrisa amable.
—Bien —respondió brevemente.
—Hoy te gradúas. Es tu último día como mi aprendiz —añadió con tono cálido.
—Estoy feliz… —mintió. En realidad, lo único que quería era acabar con todo eso cuanto antes.
Entonces, ella se giró hacia él, molesta.
—¿Y esa sonrisa? Bórrala de inmediato —le dijo con tono seco.
Daniel soltó una pequeña risa.
—Tranquila, no es por ti. Solo estoy feliz porque ya casi es hora. Me queda medio año para asumir mi lugar como Alfa. Muy pronto iniciaré mi vida como siempre la soñé: siendo un líder fuerte que proteja a su manada.
Milagro lo miró un instante antes de responder:
—Tranquilo, vas a ser el mejor Alfa. Siempre pones a la manada primero.
Volvió a concentrarse en su teléfono.
—¿Qué esperas? Arranca. Quiero terminar esto temprano, tengo cosas que hacer —añadió con seriedad.
Daniel arrancó el motor con una sonrisa. El viaje transcurrió en silencio hasta que recibió una llamada. Contestó usando sus auriculares.
Era Carlos, el futuro Beta de la manada.
—¿Dónde estás? —le preguntó con voz urgente.
—¿Qué pasa, Carlos? ¿Por qué me llamas? Estoy camino al entrenamiento.
—Me informaron que el Beta de la manada Trueno está en nuestro territorio… y no está solo. Viene con varios guerreros. Parece que quieren atacarte —advirtió Carlos con tono alarmado.
—¿Qué? Eso no tiene sentido… ¿por qué querrían atacarme sin provocación?
—Envíame tu ubicación ahora. Iré con los guerreros. Eres nuestro futuro Alfa. No podemos permitir que te pase nada.
Milagro, que escuchaba parte de la conversación, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su corazón se aceleró.
¿En serio piensan matarlo? ¿Por qué? ¿Qué ha hecho Daniel?
Una nube de temor se instaló en su pecho.
De pronto, dos autos aparecieron por detrás, acercándose rápidamente. Uno de ellos embistió violentamente la parte trasera del coche. Milagro gritó. Su cuerpo fue lanzado hacia adelante, casi golpeándose la cabeza contra el cristal, pero se sostuvo con fuerza del cinturón, temblando.
—¡Están aquí! —gritó Daniel, colgando la llamada de inmediato.
Tomó el volante con firmeza, los nudillos blancos por la presión, intentando controlar el vehículo mientras los autos enemigos los rodeaban como lobos hambrientos. El motor rugía, los frenos chillaban, y el miedo era un nudo apretado en el pecho de ambos.
—¡Agárrate fuerte! —gritó Daniel, girando bruscamente para esquivar otro impacto.
Milagro obedeció sin pensarlo. Su respiración era errática, las manos le sudaban y el corazón le latía con furia en el pecho. Nunca en su vida había estado tan cerca de la muerte.
El destino les había preparado algo más que un simple “último entrenamiento”. Ahora, luchaban por sobrevivir.
Daniel quería detenerse, salir del auto y enfrentarlos, pero pensó en Milagro. ¿Y si no podía defenderse? ¿Y si todo lo que le había enseñado no servía de nada? Dudaba, no de sus habilidades… sino de su fortaleza en un ataque real.
—No te preocupes, Milagro. No te va a pasar nada, te lo prometo —le dijo, con la mirada fija en el retrovisor. Los autos seguían golpeando el suyo, intentando empujarlo hacia el precipicio.
—Por esto tenía miedo de convertirte en mi luna… Ahora lo entiendes —murmuró Daniel con amargura.
Milagro alzó la mirada, impactada. ¿Por qué le decía eso ahora? ¿Por qué mentía? No fue por esto… Fue por su manada, porque la consideraba poca cosa, porque no la amaba… —pensaba ella, mordiéndose los labios.
Entonces, uno de los autos enemigos los embistió con fuerza por detrás.
Todo ocurrió en un instante.
El auto de Daniel perdió el control, las ruedas chirriaron y se deslizaron… luego vino el caos. El vehículo comenzó a girar violentamente por la carretera, dando vueltas como un trompo descontrolado. Daniel soltó un gruñido, abrazó a Milagro con fuerza, cubriéndola con su cuerpo, protegiéndola con todo lo que tenía.
Milagro gritaba aterrorizada, su cuerpo temblaba. Daniel, con el brazo herido, trataba de amortiguar cada golpe para que ella no chocara contra los vidrios. El mundo giraba a su alrededor en una espiral de destrucción.