El Alfa supremo y la Omega

Capítulo 55: La Decisión Inesperada.

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El grito de su madre la sacudió, arrancándola de golpe de la profundidad del sueño.

—¡Milagro!

Sus ojos se abrieron al instante, el corazón martilleándole en el pecho. Por un segundo, el terror helado de que algo le hubiera pasado a Daniel la atenazó. Se impulsó de la cama con una urgencia febril, el recuerdo nítido del lobo aún palpitando en su mente, y descendió los escalones corriendo, casi cayendo.

—¡¿Qué pasó, mamá?! —preguntó, la voz entrecortada por la agitación, al ver a su madre con el teléfono pegado a la oreja, el rostro transfigurado por una mezcla de emoción y nerviosismo.

María levantó una mano, pidiéndole silencio, mientras decía al teléfono, su voz temblorosa por la emoción:

—Sí… sí, ya salimos para allá, gracias.

Colgó. Luego, miró a su hija, sus ojos brillando por las lágrimas contenidas y una sonrisa radiante que no pudo reprimir.

—Hija… ¡Daniel ha despertado!

Milagro exhaló un suspiro de alivio que le expandió el pecho, una sonrisa tan amplia que sintió el estirón en sus mejillas. Su madre se acercó para abrazarla, pero justo antes de estrecharla, se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos, como si hubiera visto un fantasma.

—¿Hija… qué te sucedió? —murmuró, sus manos temblorosas rozando el rostro de Milagro—. Estás… ¡estás completamente curada!

Milagro, la confusión grabada en su expresión, llevó sus dedos a la piel de su rostro. Luego, miró sus brazos. Nada. Ni un solo rasguño, ni el menor moretón, ni siquiera los puntos de sutura en su mano seguían allí. Su cuerpo entero estaba impecable, como si la brutal agresión jamás hubiera ocurrido, como si el dolor fuera solo un mal sueño.

—Estoy mejor que nunca, mamá —susurró, el asombro en su propia voz—. Saber que Daniel está bien… es una alegría inmensa. No habría podido soportar la culpa de su muerte, no después de que él me salvara la vida.

María la envolvió en un abrazo apretado, mientras sus ojos recorrían una y otra vez el cuerpo sin una sola marca de su hija, intentando descifrar el inexplicable suceso.

—Hija… cámbiate y mírate bien en el espejo. No sé cómo sucedió… no sé si fue un milagro, como tu propio nombre… pero estás completamente curada —susurró su madre, aún con la incredulidad tiñendo sus palabras.

Milagro subió de nuevo las escaleras, esta vez con una lentitud cargada de expectación, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Frente al espejo, el aliento se le escapó al ver la confirmación de las palabras de su madre. Su piel estaba inmaculada, su cuerpo fuerte, sin una sola marca del horror que había vivido. No había rastro de heridas, golpes o cicatrices.

"¿Y si fue el lobo... en serio? ¿Y si no fue solo un sueño?", la pregunta resonó en su mente con un escalofrío.

"¿Será que mi lobo… obtuvo un poder después del rechazo?", se preguntó, mientras terminaba de vestirse, la imagen de aquella figura majestuosa que la había sanado en la oscuridad de un bosque irreal anclada en sus pensamientos.

Ya en el auto, camino al hospital, sus padres la observaban de reojo, sus rostros una mezcla de asombro y admiración. El doctor había pronosticado una recuperación lenta, meses para borrar las huellas del accidente. Pero allí estaba ella… radiante, fuerte, completamente sana.

Y mientras el auto se detenía frente a la imponente fachada del hospital, la mente de Milagro giraba en torno a una sola cosa: el lobo. El mismo que la había curado, el mismo que la había protegido en aquel sueño tan vívido. "¿Habrá sido él? ¿Ángel...?", la duda se transformaba en una extraña certeza.

Al cruzar la entrada del hospital, lo primero que sus ojos captaron fue a Manuel. Sus padres avanzaron, pero ella se detuvo, sintiendo la necesidad de saludarlo.

—Hola, Manuel.

—Milagro… ¿cómo te sientes? —le preguntó, su sonrisa serena y sin una pizca de sorpresa al verla completamente recuperada. Él, como fiel Beta de Ángel, conocía bien el poder de su Alfa y sabía que no la dejaría sufrir, menos después de lo ocurrido.

—Mejor que nunca —respondió ella con una sinceridad que le brotaba del alma—. ¿Ángel ha venido a ver a su hermano?

—No, viene más tarde, pero me pidió que viniera a averiguar cómo seguía —contestó Manuel—. Se preocupa… aunque le cuesta horrores demostrar sus sentimientos.

—Ah, ok… bueno, debo irme. Necesito verlo.

—Adiós, Milagro. Cuídate mucho, por favor.

Para su sorpresa, Manuel se inclinó ligeramente ante ella antes de alejarse. Ese gesto la dejó completamente desconcertada. "¿Por qué se inclinaría ante mí?", pensó, mientras lo observaba desaparecer por el pasillo.

Al llegar frente a varias habitaciones, Milagro vio a sus padres conversando con la Luna Ángela. Sin un segundo de duda, corrió hacia ella y la abrazó con fuerza, el alivio y la emoción desbordándose.

—Milagro, mi hijo ha estado preguntando por ti. Pasa, esta es su habitación —le dijo la Luna con una sonrisa cálida, invitándola a seguir.

Antes de que Milagro entrara, sus padres se despidieron de ella.

—Iremos a la manada. Prepararemos el desayuno y regresaremos a buscarlo —dijo su madre, con la voz suave.

—Está bien —respondió Milagro, mientras los observaba alejarse por el pasillo.

La Luna, aún con la mirada de asombro fija en la joven, no pudo evitar compartir su desconcierto con los padres de Milagro mientras caminaban juntos hacia el vehículo.

—¿Cómo sucedió eso? ¿Están seguros de que es una Omega?

—Sí —respondió Federico, el padre—. Es una Omega… y no tenemos idea de cómo se curó. Creemos que ocurrió mientras dormía.

—Tu hija es muy fuerte, Federico —comentó la Luna, con un matiz de admiración en su voz.

Los tres subieron al vehículo y partieron hacia la manada.

Mientras tanto, Milagro entró en silencio a la habitación del hospital. Se sentó en un sillón vacío y miró con ternura a Daniel. Él tenía los ojos cerrados, pero no dormía. Había visto a Milagro entrar cuando cerró la puerta, pero decidió fingir que seguía dormido. Quería ver qué haría ella, qué sentiría al verlo… y pensaba en cómo podría lograr que ella lo aceptara nuevamente.




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