El Alfa supremo y la Omega

Capítulo 75: La Verdad Desgarradora.

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Estefanía corrió tan rápido como sus piernas le permitieron, el dolor del rechazo resonando en cada fibra de su ser. No se dirigió a su habitación, no… su corazón latía con tanta fuerza, una mezcla de culpa y terror, que solo pudo pensar en una persona: Adela. Con los ojos anegados en lágrimas y el alma desgarrada por el acto que acababa de cometer, llegó frente a su puerta y comenzó a golpearla con desesperación, sus nudillos repicando en la madera.

—¡Adela! ¡Por favor, abre! —gritaba, su voz entrecortada por los sollozos, apenas un quejido.

Manuel, el esposo de Adela, fue quien abrió, su rostro fruncido por la preocupación. Al verla en ese estado deplorable, no dudó en hacerla pasar. Ella apenas cruzó el umbral cuando se desplomó entre sollozos en los brazos de Adela, quien corría a su encuentro, los ojos llenos de alarma.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Manuel, desconcertado por el torbellino de emociones.

—Lo hice… —murmuró Estefanía con dificultad, su voz apenas audible entre el llanto—. Acabo de rechazar a mi mate…

Manuel frunció el ceño, sin entender, la confusión grabada en su rostro.

—¿Qué estás diciendo, Estefanía? ¿De quién habla?

Adela, con el rostro pálido y los labios temblorosos por la verdad que ya intuía, comprendió de inmediato. La abrazó con fuerza, buscando consolarla mientras explicaba a su esposo, su voz un murmullo de horror:

—Daniel… Daniel es su mate.

—¡¿Qué?! —exclamó Manuel, la sorpresa transformándose en furia. Sus puños se apretaron—. ¿Estás hablando en serio? ¿Cómo se te ocurre rechazar a un Alfa? ¡Sabes que podría morir por tu culpa! ¡Su lobo no lo soportará!

Estefanía apenas podía hablar, el temblor la invadía. Temblando, entre hipidos, murmuró la razón de su agonía:

—Ángel… Ángel me dijo que lo hiciera.

Manuel la miró horrorizada, una expresión de incredulidad en su rostro, furioso, negó con la cabeza, sus ojos encendidos.

—Ese hombre está loco… Solo por su maldita venganza es capaz de hacer esto. ¡Es capaz de hacer sufrir a su propia familia!

Adela asintió, con lágrimas en los ojos, la tristeza abrumándola.

—Ángel ha perdido la cabeza —susurró, su voz cargada de pesar.

Ambos la ayudaron a acostarse en una cama dentro de la habitación, una cama de refugio. La arropaban con mantas suaves, le hablaban con dulzura, intentando que se calmara, pero Estefanía seguía sollozando. Su cuerpo temblaba de forma casi convulsiva, como si cada parte de su ser rechazara el acto terrible que acababa de cometer, la traición a su propio destino.

*********

Ángel estaba en su habitación, solo, una figura oscura recostada contra la ventana. Fumaba un cigarro, el humo serpenteando hacia el cielo nocturno, mientras observaba por la ventana el revuelo que había provocado en la casa, el caos que había sembrado. Una sonrisa amarga y oscura se dibujó en sus labios, una mueca de satisfacción perversa.

—Esto solo es el principio… tú debes sufrir lo que ella sufrió —murmuró con frialdad, su voz un susurro cargado de rencor.

Unos golpes suaves se escucharon en su puerta, interrumpiendo el silencio de sus pensamientos. Ángel no se movió, sus ojos fijos en la oscuridad exterior.

—No me interesa —susurró para sí mismo, ignorando a quien estuviera del otro lado.

Pero la persona no se rindió. Era Milagro. Había subido con el corazón ardiendo de coraje, una nueva determinación. Estaba decidida a hacerlo entrar en razón, a confrontarlo. Sabía que Ángel estaba detrás de todo, que su mano cruel había movido los hilos. Sabía que él había obligado a Estefanía a rechazar a Daniel.

Sin dudarlo, sacó la llave de su bolsillo —era su habitación, después de todo, el lugar que por tres años llegó a ser su refugio— la giró con decisión. Entró, cerró la puerta tras de sí con firmeza, el sonido resonando en el silencio.

Ángel, sin mirarla, exhaló el humo del cigarro, una nube gris en el aire, y mantuvo su vista fija en la ventana, una pared invisible entre ellos.

—¿Tú qué haces aquí? —preguntó con voz cortante y desinteresada, un tono que la heló—. Si no quieres que cometa una torpeza muy grande ¡vete! ¡Ahora!

Su tono era cruel, seco, brutal, cada palabra una puñalada. Pero Milagro no se movió. Permanecía firme en el umbral, su pecho subiendo y bajando con fuerza, una respiración agitada. No había miedo en su mirada. No esta vez. Dentro de ella, una nueva valentía comenzaba a despertar… una fuerza que nacía desde lo más profundo de su ser, de la desesperación.

Milagro no se inmutó ante sus palabras crueles. Cerró la puerta con firmeza y avanzó hacia él, con la mirada encendida de furia y dolor, una llama que ardía en sus ojos.

—¿Por qué haces todo esto, Ángel? —le preguntó con voz firme, aunque temblorosa por dentro, apenas conteniendo el torbellino de emociones—. ¿Por qué obligaste a Estefanía a rechazar a Daniel? ¿Por qué tanta crueldad?

Ángel soltó una carcajada amarga, resonante en el silencio de la habitación, apagando el cigarro en el alféizar de la ventana, una ceniza en el pasado.

—¿Por qué? —repitió, girando lentamente hacia ella, sus ojos fríos como un abismo—. Por venganza. Jamás se me olvidó el dolor que tú sentiste cuando Daniel te rechazó. Aún puedo ver tus ojos ese día... esa mirada rota, vacía, esa alma destrozada. Él también debía sentir lo mismo. Él también debía sufrir.

Milagro lo miró, incrédula, el horror invadiéndola.

—¿Y crees que es igual? ¿Qué es lo mismo? —replicó, conteniendo las lágrimas, la voz cargada de indignación—. ¡No, Ángel! ¡No lo es! Porque quien lo ha rechazado esta vez es más fuerte que él. Mucho más fuerte. ¡Y no es una cualquiera… es una bruja poderosa! ¡Una bruja que puede matarlo!

El rostro de Ángel se tensó un momento, la máscara de frialdad se resquebrajó, pero luego volvió a sonreír, una sonrisa oscura y vacía, como si nada.




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