**********
Con el paso de los años, la Manada Renacimiento floreció como un bosque robusto y vibrante, lleno de armonía y esperanza. Bajo la sabia y amorosa guía de Milagro y Ángel, y la dedicada labor de Daniel y Estefanía en su propio territorio, el legado de paz y unidad se arraigó profundamente en cada corazón, en cada rincón de la tierra que llamaban hogar.
Las antiguas divisiones se disolvieron, y la unión entre las manadas se fortaleció, tejiendo una red de hermandad.
Los niños de esta nueva era crecían libres, sus risas resonando entre los árboles, aprendiendo desde pequeños a respetar y proteger la naturaleza, a vivir en comunidad y a honrar las enseñanzas de amor, confianza y lealtad que sus padres les transmitían. El bosque se convirtió en un refugio sagrado, un santuario donde la felicidad era el pilar que sostenía a todos.
Una tarde dorada, mientras el sol comenzaba a despedirse tras las montañas, pintando el cielo con tonos de ámbar y carmesí, la hija de Daniel y Estefanía —una niña de mirada profunda y enigmática, con el cabello oscuro como la noche— caminaba con paso ligero por un sendero serpenteante entre los árboles.
A su lado, el hijo de Ángel y Milagro, Arturo
un joven sereno, fuerte y de mirada amable, avanzaba con ella. Ambos habían crecido juntos, inseparables, compartiendo juegos, sueños y el amor silencioso que crecía entre ellos sin prisa, pero con una certeza ineludible, un lazo ancestral que comenzaba a manifestarse.
Al llegar a un claro bañado por la última luz cálida del atardecer, la niña se detuvo. Con una sonrisa que iluminaba su rostro, irradiando una sabiduría precoz, miró a los ojos del joven y dijo, su voz suave pero firme:
—Eres mi mate. ¿Cierto?
El joven, sintiendo el tirón inconfundible de su lobo interior, tomó su mano con ternura, sus dedos entrelazándose con naturalidad, y respondió con voz suave, sus ojos fijos en los de ella:
—Todavía no estoy completamente seguro de si serás mi compañera. Pero es lo que más deseo con todo mi corazón.
Desde lejos, oculta entre las sombras de los árboles, Samanta los veía sonriendo. Para sí, murmuró con una voz cargada de la sabiduría de los siglos: "El futuro no es lo que parece. Las cosas pueden cambiar en cualquier momento, incluso para los destinados. El destino es un lienzo en blanco hasta que se pinta."
Desde la distancia, Milagro, con lágrimas de alegría brillando en sus ojos, susurró a Ángel, apoyando su cabeza en su hombro:
—Mira, nuestro legado vive en ellos. Nuestra esperanza florece.
Ángel la abrazó con fuerza, sintiendo el calor de su amor, y respondió con una voz llena de promesas:
—El amor que sembramos crecerá siempre, más allá de nosotros. Es el regalo más grande.
Dejaron de observar a los jóvenes, confiando en el camino que ahora se abría ante ellos, y caminaron lentamente rumbo a su palacio, que se alzaba majestuoso en lo alto de un gran risco con vista al mar.
El sol terminaba de ocultarse, cediendo su lugar a la noche, y las primeras estrellas comenzaron a brillar en el cielo, como diamantes dispersos en un velo oscuro. La pareja se giró hacia el inmenso océano, donde las olas rompían suavemente en la orilla, susurrando secretos milenarios. Milagro tomó la mano de Ángel, sus dedos entrelazados, y dijo con una voz llena de una paz profunda:
—El mar es infinito, como nuestro amor, Ángel.
Él le sonrió, un brillo de satisfacción en sus ojos, y la abrazó por la cintura, atrayéndola más cerca.
—Allí encontraremos nuevos sueños, nuevas promesas. Juntos, siempre, en cada ola, en cada amanecer.
Así, mientras las sombras de la noche abrazaban el bosque y el mar, y la luna ascendía como una guardiana silenciosa, la manada se preparaba para un nuevo capítulo, un futuro forjado en la paz. Cada paso, cada latido, cada abrazo, eran un homenaje a la fuerza del amor incondicional y a la promesa de un futuro lleno de luz.
Y en esa paz, en ese amor sincero que se había extendido por cada rincón de sus vidas, la manada de los lobos y los humanos vivió y creció, siempre unida, siempre fuerte, para que nunca más volviera a haber guerras ni rencores.
Solo la certeza de que el amor verdadero siempre triunfa... o así perduró por años, hasta que una pequeña humana, ajena a todo, llegó para cambiarlo todo.
Nota de la Autora:
Querido lectores, gracias por acompañarme en este viaje lleno de emociones, desafíos y, sobre todo, mucho amor. Esta historia es un reflejo de lo que creo: que el amor verdadero, la comprensión y el perdón son las fuerzas más poderosas que existen en el mundo. Son la magia más real.
A través de Milagro, Ángel, Daniel, Estefanía y todos los que firmaron esta historia, he querido mostrar cómo, incluso en medio de la oscuridad y el dolor, siempre hay esperanza y luz. Que los lazos que nos unen —sean de sangre, de alma o de corazón— son el fundamento para construir un futuro mejor, una vida plena.
Espero que esta novela te haya tocado el corazón y que recuerdes siempre que, sin importar las dificultades, el amor sincero es capaz de transformar vidas, sanar heridas y crear un mundo donde todos podamos vivir en paz.
Quiero contarles que habrá una continuación, y acabo de tomar esa decisión, ¡qué susto, pero estoy emocionada! Me encantaría que el hijo de Ángel y Milagro, nuestro joven Alfa, continúe su historia, y que su destino se entrelace con el de esa "pequeña humana" que llegará a cambiarlo todo.
El nombre de la continuación de esta historia es Destinos Cruzados. El lobo y la humana.
También espero que me apoyen en mis otras dos obras terminadas: "El hada y el dios del fuego" y "Buscando mi madre", así como en mis próximas novelas. No dejen de seguirme y de darle "me gusta" para no perderse nada.