Sophia.
El clic de la puerta cerrase detrás de mi resonó en el pasillo despejado y iluminado por la luces de la lámparas que cuelgan en la paredes, mi loba dentro de mi aúlle de felicidad al estar bajo el mando de su compañero pero yo lo único que quiero es irme de esta casa. No quiero ser su prisionera, ni quiero estar cerca de él. La idea de rechazarlo lo descarte por la única manera que yo podría morir y una voz que no es mi loba que resuena dentro de mi, me lo prohíbe.
En el silencio pasillo aparece una omega de la edad de mi madre quien se presenta como Toña, me pide que la siga para llevarme a la habitación que Liam me asignó, la señora camina a mi lado con pasos medidos, como si midiera cada centímetro del suelo para no perturbar el silencio. No habla, solo me guía, y yo agradezco esa discreción. Mis pies descalzos rozan la alfombra gruesa, suave como piel de lobo. El aroma de la casa me envuelve con el olor a madera vieja, humo de leña, y debajo de todo, él. Su olor está en todas partes, impregnado en las paredes, en el aire, en mi propia piel. Me repugna y me atrae al mismo tiempo.
—¿Falta mucho? — pregunto, mi voz más ronca de lo que esperaba.
—Solo al final del corredor, señorita. — responde Toña sin mirarme. —La habitación está preparada. El alfa dio órdenes precisas.
El alfa. Siempre el alfa. Como si su palabra fuera ley, como si yo no tuviera voz. Aprieto los puños hasta que las uñas se clavan en las palmas. La voz interna vuelve, más clara esta vez, un susurro que no es mío ni de mi loba.
No te vayas. Aún no.
Me detengo en seco. Toña se gira, preocupada.
—¿Se siente bien? — pregunta observándome preocupada y yo asiento con mi cabeza fingiendo una sonrisa para no preocuparla más.
—Solo que pensé que mis familia se va a preocupar por mi si no me ven en casa. — miento aunque es la realidad en una parte, Liam me trajo en contra de mi voluntad en vista de unos omega a que se que ellos le dirán a mis padres que paso.
—El alfa quizás hablará con sus padres. — dice Toña con calma, como si eso fuera suficiente para calmar la tormenta en mi pecho. —Recuerda que lo que ellos ordenan nosotros los omegas debemos hacerle caso.
Sus palabras son un recordatorio de la jerarquía que siempre he conocido, pero que ahora se siente como una cadena alrededor de mi cuello. Asiento, aunque por dentro quiero gritar. Mis padres. Mi madre probablemente ya está preparando la cena, esperando que llegue con el olor a bosque en la ropa y una sonrisa cansada. Mi padre, revisando la puerta cada cinco minutos, como siempre hace cuando salgo.
¿Qué les dirá Liam?
¿Qué estoy "a salvo"?
¿Qué soy su responsabilidad ahora?
La idea me revuelve el estómago.
Seguimos caminando. El pasillo parece interminable, cada paso un eco de mi propia impotencia. Paso frente a un tapiz grande que cuelga de la pared: una escena de una cacería bajo la luna llena, lobos corriendo en formación perfecta, liderados por uno más grande, más oscuro. El alfa. Siempre el alfa. Me detengo un segundo, mirando los ojos del lobo líder. Son dorados, como los de Liam. Sacudo la cabeza y sigo adelante.
Toña abre una puerta al final del corredor, y el aire cambia. Es más cálido, más suave. La habitación es enorme, más grande que el salón de mi casa. Una cama king size domina el centro, cubierta con sábanas blancas impecables y almohadas que parecen nubes. Hay una chimenea pequeña ya encendida, el fuego crepitando suavemente, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra. Una mesa junto a la ventana tiene una bandeja con té humeante, pan recién horneado, miel y frutas. El aroma me golpea como un recuerdo de hogar, y por un instante, me permito debilitarme. Solo un instante.
—Todo esto es para usted. — dice Toña, su voz suave. —El alfa se aseguró de que tuviera todo lo necesario. Ropa en el armario, libros en la estantería, incluso un baño privado con agua caliente siempre lista.
Miro el armario. Está entreabierto, y veo ropa doblada con precisión: camisas de algodón suave, pantalones de lino, un vestido azul que parece hecho a medida. Todo huele a él. Todo. Me acerco y toco una de las camisas. La tela es fina, pero el olor es Liam. Pino, humo, algo salvaje. Retiro la mano como si me hubiera quemado.
Toña me entrega la llave. Es de bronce, pesada, con un lobo grabado en el mango.
—Solo usted la tiene. — dice. —El alfa fue claro, nadie entra sin su permiso. Ni siquiera él.
Tomo la llave. Nuestros dedos se rozan. Los suyos están cálidos, los míos fríos como el hielo. La miro a los ojos por primera vez. Hay algo en ellos, una comprensión que no esperaba. Como si supiera lo que es estar atrapada.
—Gracias. — murmuro, y cierro la puerta yo misma.
El clic.
Silencio.
Me apoyo contra la madera, cierro los ojos. Mi loba se revuelca, feliz de estar "protegida". Yo quiero gritar. Quiero golpear la puerta hasta que mis manos sangren. Quiero correr hasta que mis pulmones ardan. Pero no puedo. No todavía.
Abro los ojos y miro alrededor. La habitación es hermosa, sí, pero es una jaula dorada. Me acerco a la ventana. El bosque está ahí, oscuro, infinito. La luna llena cuelga en el cielo como un ojo plateado, observándome. Podría abrirla. Podría saltar. El ala este está en el primer piso; la caída no me mataría. Podría correr hasta mi casa, hasta mis padres, hasta la libertad.
Pero no lo hago.
Porque sé lo que pasaría. Liam no mintió. El vínculo me mataría antes de llegar a la puerta principal. Mareo. Sangre. El suelo. Y una parte de mí, traidora, no quiere irse. Mi loba aúlla por él, por el alfa que la reclamó en silencio, por el compañero que la Diosa Luna eligió.
Me siento en la cama. La bandeja está intacta. No tengo hambre. Tengo miedo. Miedo de lo que significa estar aquí. Miedo de lo que significa no querer irme del todo.
Toco la llave en mi mano. Es fría, sólida. Un símbolo de control que él me da, pero que no cambia el hecho de que estoy aquí por él. Por el vínculo. Por la muerte que acecha si me voy.