El Alfa Y La Omega

Capítulo 12 - Jaula Dorada

Sophia.

Los rayos tibios del sol de la mañana que se proyecta a través de la ventana son lo que me despiertan, miro la habitación en la que me encuentro, donde pedí a la diosa luna que a levantarme todo fuera un simple sueño. Pero no es así. La mansión del alfa Marcus con la vista al bosque es lo que mis ojos ven, suspiro pensando en mi hogar. El desayuno que mi madre prepara para que comamos y luego ir a nuestras labor, mi padre y mis hermanos alistándose para ir alrededor de la frontera, y yo yendo a la escuela junto a Freya.

Me incorporo en la cama, el colchón mullido bajo mi cuerpo aún ajeno a esta opulencia que me rodea. El aroma a madera antigua y flores silvestres impregna el aire, tan diferente al humo de la chimenea y el pan recién horneado de mi casa. Me froto los ojos, tratando de ahuyentar las lágrimas que amenazan con brotar. No puedo quedarme aquí, prisionera en esta jaula dorada, por más que Liam insista en que es por mi "protección". Mi familia me necesita, yo los necesito a ellos.

Con un suspiro tembloroso, me levanto de la cama, el vestido de lino arrugado pegándose a mi piel como una segunda capa de confusión. La habitación del ala este es un santuario forzado, las cortinas pesadas filtran la luz del sol en rayos dorados que bailan sobre el suelo de madera pulida, y el fuego de anoche ha dejado un rescoldo tibio que aún calienta el aire. Pero nada de eso disipa el frío que se ha instalado en mis huesos. Liam.

Su nombre es un eco constante en mi mente, un recordatorio de la noche anterior, de su confesión ronca y de esa llave que ahora cuelga de mi cuello en una cadena improvisada, fría contra mi clavícula.

Me acerco al armario, abriéndolo con cautela. La ropa está allí, impecable, pero elijo lo más simple, un pantalón de algodón gris y una blusa blanca que no huele tanto a él. Me cambio rápidamente, evitando el espejo para no ver el reflejo de una omega atrapada. Mi loba se revuelve, inquieta, susurrando que él está cerca, que su aroma impregna toda la mansión. Lo ignoro. O lo intento.

Salgo de la habitación, la llave girando en la cerradura con un clic que suena a libertad falsa. El pasillo está en silencio, salvo por el distante murmullo de voces en la planta baja. Mis pies descalzos pisan la alfombra mullida, amortiguando mis pasos mientras bajo las escaleras curvas. El aroma a café recién hecho y panceta frita me golpea, un recordatorio cruel de los desayunos en casa. Mi estómago ruge, traidor, pero aprieto los dientes y sigo adelante.

El gran comedor está casi vacío. Solo Liam está allí, de pie junto a la ventana que da al bosque, una taza en la mano. Su espalda ancha se tensa cuando me oye entrar, lo sé por el leve cambio en su postura, por cómo su aroma se intensifica, pino y tormenta. No se gira de inmediato. En cambio, toma un sorbo de su café, como si necesitara tiempo para armarse de valor.

—Buenos días. — dice finalmente, su voz grave y controlada, volviéndose hacia mí. Sus ojos grises me recorren, evaluando, pero hay algo nuevo en ellos, cautela, quizás arrepentimiento. Lleva una camisa negra arremangada, revelando los antebrazos marcados por cicatrices, y pantalones oscuros que acentúan su figura imponente.

—No son buenos. — respondo, cruzando los brazos sobre mi pecho para crear una barrera. —Quiero ver a mi familia. Hoy. No más excusas, Liam. Anoche dijiste que no me detendrías si intentaba irme, pero sé que no es tan simple. Así que hazlo simple, llévame con ellos.

Él deja la taza sobre la mesa con un toque suave, acercándose un paso. No invado su espacio, me mantengo firme, aunque mi corazón late desbocado.

—Sophia, no es seguro. — empieza, pero levanto una mano para cortarlo.

—No. No más "no es seguro". Mis padres saben que estoy aquí. Tú lo dijiste. Si es ley de manada, entonces usa tu autoridad de futuro alfa para arreglarlo. Una visita. Bajo vigilancia, con guardias, lo que sea. Pero necesito verlos. Necesito saber que están bien, que no los perdí por completo por esto. — señalo entre nosotros, el vínculo invisible que nos ata como una cadena.

Liam suspira, pasándose una mano por el cabello oscuro. Veo el conflicto en su rostro, el alfa que quiere controlarlo todo y el compañero que sabe que me está rompiendo. Mi loba aúlla internamente, queriendo consolarlo, pero la aplasto. No es por él. Es por mí.

—Está bien. — cede al fin, su voz baja. —Pero no sola. Yo iré contigo. Y solo por unas horas.

—Y otra cosa más, quiero volver a estudiar. — pido de último y sus ojos grises me observan tan profundo y yo no bajo mi mirada.

—Estudiarás, te llevaré todo los días, estarás bajo mi vista. Sin objeciones. — ordena e intentó replicar por estar bajo su mirada todo el tiempo. Pero él me detiene. —Dije sin objeciones Sophia. Ahora siéntate y desayuna.

Me quedo aún de pie observándolo en silencio mientras él come con toda la tranquila, solo suelto un leve resoplo y me siento a su lado, el único lugar que tiene un plato con un rico desayuno que huele bastante te bien. Como lento sin mostrar las ganas que tenia de comer, por la mañanas el hambre en mi es como a un león hambriento que solo quiere capturar una presa y devorarla sin dejar nada a alguien más. Sintiendo los ojos grises penetrante de Liam bebo un poco de jugo.

Liam finalmente habla, voz baja.

—¿Te gusta? — pregunta cuando traga lo que tenia dentro de su boca. No respondo de inmediato. Mastico. Trago. Me limpio la boca con la servilleta.

—Esto es diferente y delicioso. — digo, sin mirarlo. —En casa, mi madre hace arepas con queso y huevos revueltos. Con café negro fuerte para mi padre, y batido llenos de proteínas para los gemelos. — miro el plato observando huevos pochados perfectos, con la yema cremosa que se derrama sobre un salmón ahumado rosado y brillante, como si acabara de salir del mar.

Liam observa mi plato, luego el suyo, y asiente apenas, como si mis palabras fueran un golpe que no esperaba pero que acepta. El silencio se extiende un segundo más, denso, hasta que deja el tenedor contra el plato de porcelana.




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