Sophia.
La paz de la biblioteca fue un paréntesis demasiado breve en mi nueva realidad. Los días siguientes se convirtieron en un ejercicio de resistencia. Aprendí a moverme por la escuela como una sombra, eligiendo rutas alternativas, llegando justo cuando sonaba el timbre y saliendo antes de que terminara la clase. Evitaba la cafetería, comiendo un sándwich rápido en algún banco escondido del patio. Freya era mi único faro en medio de esa niebla de miradas y murmullos.
Pero la luna llena se acercaba, y con ella, una inquietud imposible de ignorar. Era un llamado que resonaba en lo más profundo de mi ser, un instinto ancestral que mi loba, usualmente tan sumisa, no podía silenciar. La Cacería de la Luna Llena era un ritual sagrado, el único momento donde las cadenas de la jerarquía parecían desvanecerse bajo la luz plateada. Para los omegas, era un soplo de libertad, una noche para ser simplemente lobos, no sirvientes.
—Tienes que ir. — me insistió Freya, caminando a mi lado hacia casa. —No dejes que él te robe esto también, Sophia. El bosque bajo la luna llena, es lo más cercano a la paz que tenemos.
Sabía que tenía razón. Dejar que Liam me arrebatara este pequeño consuelo sería admitir una derrota aún mayor. Así que, con el corazón latiéndome con fuerza, decidí que iría.
***
La noche de la luna llena, el aire estaba frío y vibrante. Una energía eléctrica recorría la manada, palpable incluso dentro de mi casa. Me vestí con ropa cómoda y vieja, la que usaría para transformarme. Al salir, el resplandor plateado de la luna era casi cegador, bañando todo en una luz surrealista.
El claro sagrado ya estaba lleno de vida cuando llegué. La escena era a la vez caótica y hermosa. Lobos de todos los tamaños y colores se movían con una energía contenida, sus aullidos de anticipación formando una sinfonía primal. Por un momento, el peso en mi pecho se alivió. Esto era lo que significaba pertenecer a una manada, más allá de títulos y rangos.
Encontré a Freya cerca del borde del claro. En su forma de loba, era esbelta y ágil, con un pelaje rubio dorado que brillaba bajo la luna. Me saludó con un suave gruñido. Me desvestí rápidamente, escondiendo mi ropa entre las raíces de un roble antiguo, y cerré los ojos, concentrándome en la luna.
La transformación de un omega es un fluir, un cambio de piel más suave que el de un alfa. Sentí el estiramiento familiar de mis huesos, el surgir de mi pelaje rojizo, el mundo ampliándose a través de los sentidos agudizados de mi loba. En segundos, estaba en cuatro patas, olfateando el aire cargado de aromas a tierra húmeda, pino y manada. Mi loba, normalmente tímida, dio un paso al frente, ansiosa por unirse a la carrera.
Fue entonces cuando todo se silenció.
Una presencia masiva emergió de la arboleda. Liam.
En su forma de lobo, era una visión que quitaba el aliento. Enorme, con un pelaje negro como la brecha que parecía absorber la luz de la luna. Sus músculos se tensaban bajo la piel con cada movimiento poderoso. Sus ojos rojos, los mismos que me habían despreciado en el pasillo, barrieron el claro con una autoridad absoluta que hizo que hasta los lobos más valientes bajaran ligeramente la cabeza.
Y entonces, su mirada se clavó en mí.
El lazo entre nosotros se tensó de forma brutal, como un cable de acero tirando de mis entrañas. Mi loba se estremeció, no por miedo, sino por una atracción visceral e innegable hacia su alma gemela, por más que la mente de ese hombre la rechazara. Él gruñó, un sonido bajo y gutural que resonó en mi pecho como un tambor de guerra. Era una advertencia clara: Aléjate. No perteneces aquí.
Pero antes de que pudiera reaccionar o retroceder, otra figura se interpuso. Era Ethan, el beta de Liam, en su forma de lobo castaño. Se colocó ligeramente entre nosotros y lanzó un gruñido de saludo amistoso hacia Freya y hacia mí. No era un desafío abierto a Liam, sino un gesto de inclusión, un recordatorio sutil de que la cacería era para todos.
La reacción de Liam fue inmediata. Un rugido más profundo y colérico escapó de sus fauces, dirigido directamente a su beta. Ethan aguantó la mirada un instante antes de bajar la cabeza, cediendo a la autoridad de su alfa, pero la semilla del apoyo estaba plantada.
Entonces, Liam lanzó un aullido desgarrador que cortó la noche. Era la señal.
La manada estalló en movimiento. Una marea de músculos y pelaje se lanzó hacia la espesura. Freya me miró, sus ojos verdes brillando, y salió disparada. Con el corazón aún encogido por la mirada de Liam, seguí su estela.
Correr bajo la luna llena era una liberación. El viento silbaba en mis orejas, la tierra cedía bajo mis patas, cada respiro era puro y salvaje. Por unos minutos, solo existía la carrera, la manada moviéndose como un solo ser. Mi loba corría con una alegría que yo, Sophia, había olvidado.
Hasta que sentí la presencia masiva a mi lado.
Giré la cabeza y lo vi. Liam corría con una potencia y una gracia aterradoras, superando a todos con facilidad. Sus ojos no miraban el camino; estaban fijos en mí. No era una mirada de curiosidad. Era una persecución.
El miedo me heló la sangre. ¿Qué quería? ¿Acorralarme? ¿Demostrar su dominio delante de todos? Mi loba, en un giro inesperado, no se encogió. Sintió el desafío y, con un valor que me sorprendió, apretó el paso, desafiándolo.
Él respondió al instante, igualando mi velocidad. Nos convertimos en un torbellino de rojo y negro, esquivando árboles, dejando atrás al resto. Era una danza peligrosa, un duelo silencioso donde yo era la presa claramente superada.
De repente, me cortó el paso, obligándome a detenerme en un claro pequeño y aislado. Se plantó frente a mí, su cuerpo negro bloqueando la luna. Respirábamos con dificultad, el vapor saliendo de nuestros hocicos en nubes fantasmales. Gruñó, mostrando sus colmillos imponentes. Era un sonido de dominancia pura, una orden para que me sometiera.