Ana no era de esas chicas que creen en las apps milagrosas. Tenía instalada Instagram, TikTok y WhatsApp, y con eso le bastaba para sobrevivir a la jungla digital. A veces se reía de los anuncios que aparecían en su feed: “Descubre a tu pareja ideal en tres pasos”, “El test definitivo para saber si es tu alma gemela”.
Pero esa noche no estaba sola.
Eran las ocho, viernes, y su sala estaba invadida por las voces de sus amigas, bolsas de papas, vasos con gaseosa y las inevitables carcajadas que llenaban cada silencio.
—Te juro que esta vez sí es diferente —dijo Mariana, mientras revisaba su celular con brillo en los ojos. —Carlos es atento, me escribe en la mañana, me manda flores virtuales… creo que al fin encontré alguien que vale la pena.
—¿Flores virtuales? —rió Julieta, levantando la ceja—. Eso ni se riegan ni huelen. Yo pasé tres años creyendo que mi ex era romántico porque me enviaba gifs con corazones, y en la vida real ni me preguntaba cómo estaba.
Todas se rieron.
Ana incluida. Aunque detrás de su risa había un leve cansancio. A veces pensaba que todas ellas giraban en círculos distintos del amor: unas encontraban ilusiones nuevas, otras se quedaban atrapadas en lo tóxico, y otras simplemente aprendían a estar solas.
Ella, en cambio, se mantenía en un punto muerto.
Había tenido citas, sí, pero ninguna historia que valiera la pena contar.
—Bueno, bueno, ya basta de filosofar —interrumpió Camila, que siempre llevaba las riendas del grupo—. ¿Se enteraron de la app nueva? La del HeartCode.
—¿Qué es eso? —preguntó Ana, tomando un sorbo de su bebida.
—Una inteligencia artificial que analiza tus redes sociales, tus búsquedas, hasta la música que escuchas, y te dice quién es tu alma gemela.
—¿Y tú le crees? —preguntó Julieta con ironía.
—¡Claro que sí! —Camila soltó una carcajada—. Aunque sea por diversión, imagínate que nos toque un famoso, o un vecino guapo, o…
—O tu ex tóxico —añadió Mariana, encogiéndose de hombros.
Todas soltaron una carcajada más fuerte que la anterior.
Ana negó con la cabeza. —Ni locas me van a convencer de descargar eso.
—Vamos, Ana —insistió Camila, acercándole el celular—. Hazlo por nosotras, por el grupo. Que cada una lo pruebe y así vemos qué tan cierto es.
Ana dudó. Ella no era fanática de ese tipo de juegos, pero la mirada insistente de sus amigas era imposible de resistir. Además, en el fondo, una parte de ella sentía curiosidad.
—Está bien —suspiró—. Pero si sale alguien ridículo, les echo la culpa a ustedes.
—¡Aceptado! —dijeron todas al mismo tiempo.
El ambiente se llenó de emoción. Cada una comenzó a descargar la app, entre gritos, comentarios y comparaciones de quién tenía mejor internet. Ana dejó el celular sobre la mesa mientras la barra de descarga avanzaba lentamente.
Mientras esperaba, se permitió mirar a su alrededor.
Mariana sonreía como si estuviera a punto de comprometerse con el amor verdadero. Julieta fingía indiferencia, pero no dejaba de morderse el labio, como si temiera el resultado. Y Camila… bueno, Camila solo quería ver el caos.
En medio de ese ruido, Ana pensó en su vida.
En cómo había dejado pasar historias que pudieron ser, en cómo había tolerado alguna relación que solo le drenó energía, en cómo todavía no sabía si quería algo estable o si prefería seguir disfrutando de la tranquilidad de estar sola.
Quizá, después de todo, un poco de azar digital no le haría daño.
El celular vibró con una notificación.
“Bienvenida a HeartCode. Analizando tu perfil…”
Ana tragó saliva.
No iba a mentir: sentía una mezcla rara entre nervios y risa.
—A ver, muéstranos —dijo Camila, tratando de arrebatarle el celular.
—¡Espera! —Ana lo protegió con ambas manos—. Primero lo leo yo.
La pantalla mostró una barra de carga que parecía eterna. Entonces, en letras brillantes, apareció el resultado:
“Tu alma gemela está más cerca de lo que crees. Nombre: Christopher.”
Ana parpadeó.
El aire se le quedó atascado en la garganta.
Ese nombre lo conocía demasiado bien.
—¿Quién es? —preguntó Mariana, ansiosa.
Ana no respondió de inmediato.
Porque en su mente apareció la imagen clara de su vecino: Christopher, el hombre más serio, arrogante y quejumbroso de la tierra. El que había reportado dos veces su música alta, el que se quejaba por las bolsas de basura mal puestas, el que apenas le dirigía un “buenos días” con cara de pocos amigos.
El mismísimo Christopher.
Y el algoritmo lo acababa de coronar como su “alma gemela”.
—Debe ser un error —murmuró Ana, con las mejillas encendidas.
Y, por primera vez en mucho tiempo, no supo si quería reírse o salir corriendo.
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Editado: 17.09.2025