Christopher no entendía cómo había terminado viviendo en ese edificio.
Él, que siempre había buscado la calma, el orden y la rutina, ahora tenía que lidiar con paredes delgadas, vecinos escandalosos y fiestas improvisadas los viernes por la noche.
Y, por si fuera poco, la peor vecina de todas vivía justo en el apartamento de al lado: Ana.
No era que la odiara. Bueno, tal vez un poquito.
Ella siempre estaba rodeada de amigas, reía demasiado fuerte y escuchaba música como si su sala fuera una discoteca personal. Para un tipo como él, que valoraba el silencio casi tanto como el café de la mañana, eso era simplemente una tortura.
Aun así, había algo curioso en ella.
Ana parecía tener una luz distinta, como si la vida siempre se empeñara en regalarle momentos caóticos y ella supiera cómo reírse de todo. Christopher, en cambio, vivía en modo automático: trabajar, pagar cuentas, ir al gimnasio, dormir. Repetir.
Su celular vibró sobre la mesa. Una notificación nueva.
—Otra vez esos anuncios… —murmuró.
Era una publicidad de HeartCode, la famosa app de la que había escuchado en el trabajo.
“Descubre quién es tu alma gemela. La ciencia y el amor unidos en un solo algoritmo.”
Christopher bufó.
—Sí, claro. Como si un montón de códigos supieran más que yo.
Se levantó de la silla y se preparó un café. El amargo aroma llenó su cocina, dándole un respiro. Le gustaba la rutina de los pequeños rituales: medir el agua, escuchar la cafetera, servirse la taza exacta. Ahí estaba su paz.
Pero la paz duró poco.
Un estallido de risas se escuchó desde el otro lado de la pared. Ana y sus amigas. Otra vez.
Christopher rodó los ojos.
Pensó en golpear la pared, como había hecho antes, pero se contuvo. No quería volver a pasar por la incomodidad de que ella le sonriera con descaro, como si lo disfrutara.
Se sentó frente a su computadora. Abrió un archivo de trabajo, intentó concentrarse. Pero la risa de Ana atravesaba todo.
Y por más que quisiera ignorarla… había algo en esa voz que lo mantenía despierto, como una chispa que no podía apagar.
Al final, cedió a la curiosidad.
Buscó en internet: “HeartCode app”.
Leyó reseñas, comentarios, memes. Todos hablaban de cómo predecía parejas con exactitud “inquietante”.
—Basura —se dijo a sí mismo. Aunque, por alguna razón, no cerró la página.
Terminó descargando la app, más por aburrimiento que por fe.
Respondió las preguntas básicas, aceptó los permisos que le pedían (demasiados, para su gusto), y dejó que analizara sus redes.
Un mensaje apareció en la pantalla:
“Analizando tus datos. Buscando tu compatibilidad perfecta…”
Christopher bebió un sorbo de café. Se sentía ridículo, un adulto serio probando la misma tontería que sus compañeros de oficina.
El resultado tardó apenas unos segundos.
Cuando apareció, casi escupió la bebida.
“Tu alma gemela está más cerca de lo que imaginas. Nombre: Ana.”
Se quedó helado.
El corazón le dio un brinco incómodo, como si alguien hubiera golpeado su pecho.
—No… no puede ser —murmuró.
Ana.
La vecina ruidosa. La que le sacaba de quicio. La que vivía riéndose con sus amigas hasta la madrugada.
El algoritmo aseguraba que era su alma gemela.
Christopher cerró la aplicación de inmediato, como si el simple hecho de verla fuera peligroso. Se pasó una mano por el cabello y respiró hondo.
—Debe ser un error. Un maldito error —repitió en voz baja.
Pero, aunque intentó convencerse, las letras seguían brillando en su memoria.
Ana.
Y, por primera vez en mucho tiempo, Christopher sintió que su rutina estaba a punto de derrumbarse.
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Editado: 28.10.2025