El algoritmo del amor

Capítulo 3 – Notificaciones y presentimientos

Ana se despertó ese sábado con la típica pereza que dan las mañanas frías. El celular estaba vibrando sin descanso en la mesa de noche. Cuando por fin lo tomó, vio una avalancha de mensajes en el grupo de WhatsApp de sus amigas:

Lucía: Chicas, salí con el man que conocí en el algoritmo. No era tan feo como en las fotos.
Valentina: ¿Y qué tal?
Lucía: Pues… no hablamos casi nada. Todo el tiempo revisaba el celular. Creo que sigo atrayendo los mismos tóxicos de siempre 😒
Carolina: Yo en cambio estoy feliz. El mio es chef. Me cocinó pasta casera y me dijo que no cree en el “destino” pero que conmigo haría una excepción.

Ana leyó todo en silencio, con una media sonrisa. Le gustaba que sus amigas tuvieran sus propias historias, aunque a veces pareciera que todas estaban atrapadas en un bucle: algunas rompiendo con relaciones toxicas, otras volviendo a caer en lo mismo.

Mientras tanto, ella apenas estaba empezando a usar la famosa app.

Abrió la pantalla y se encontró con una notificación que le heló un poco la sangre:

"Tu compatibilidad más alta está más cerca de lo que imaginas."

El nombre apareció debajo: Christopher H.

Ana pestañeó varias veces. Ese apellido le sonaba demasiado familiar… y cuando vio la foto casi se atraganta con el café.

Era su vecino. Ese mismo vecino con el que discutía cada vez que se cruzaban en el pasillo por cosas absurdas: que si dejaba la basura en la puerta, que si ponía música a volumen alto, que si ocupaba su parqueadero.

—No, no puede ser —murmuró en voz baja—. ¿El algoritmo está loco o qué?

Apretó el celular contra el pecho como si eso detuviera la sensación rara que la recorría. No sabía si reírse, llorar o desinstalar la aplicación de inmediato.

La vida, sin embargo, parecía empeñada en darle señales.

En ese instante, un golpe seco en la puerta la hizo saltar. Cuando abrió, ahí estaba él: Christopher, con el ceño fruncido y una bolsa de mercado en la mano.

—Ana, creo que este paquete es tuyo. El del supermercado se equivocó y lo dejaron en mi apartamento. —La miró con una media sonrisa, la misma que a ella siempre le había parecido arrogante.

Ana sintió un escalofrío extraño. Recordó la notificación en su pantalla y pensó:

"Si el destino tiene humor, definitivamente es muy cruel."




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