El algoritmo del amor

Capítulo 10 – "Consejos que nadie pidió"

Era sábado en la tarde y Ana estaba en el sofá de su sala con las amigas, tomando gaseosa y comiendo papas fritas. La tele estaba prendida pero nadie le ponía atención; estaban más entretenidas en hablar de los desastres amorosos recientes.

—Yo no entiendo porque uno siempre termina cayendo en el mismo tipo de man— decía Laura, con la boca llena de papas. —Altos, creídos, que parecen príncipes y terminan siendo sapos.

Ana se rió. —Amiga, eso es un clásico, yo digo que deberían dar clases en el colegio de “cómo no caer en lo mismo”.

—Ojalá, —agregó Sofi—. Yo sería la primera en matricularme.

La conversación seguía ligera hasta que Christofer escribió en el celular de Ana:
"¿Qué haces? Te extraño un poco."

Ana lo leyó, se quedó en silencio unos segundos y luego mostró la pantalla a las demás. Todas empezaron a gritar como si hubieran visto un famoso en la calle.

—¡Ay no, que ternuraaa! —dijo Camila. —Ese hombre sí que sabe poner el dedo en la llaga.

—Pero… ¿lo extrañas tú? —preguntó Laura, con voz seria, como si fuera psicóloga.

Ana se encogió de hombros. —No sé… a veces sí, a veces me da como rabia. Es como raro.

—Eso es normal, —respondió Sofi—. El corazón humano es bien tonto, quiere y odia al mismo tiempo.

Se rieron otra vez. Había algo liberador en poder hablar sin filtros, sin miedo a sonar exageradas. Entre consejo y consejo, salían también confesiones pequeñas: quién tenía un crush secreto, quién se había arrepentido de mandar un mensaje borracha, quién había llorado por un "visto".

Mientras tanto, Christofer estaba con sus amigos jugando fútbol en la cancha del barrio. También hablaba de Ana entre jugada y jugada.

—Parce, yo siento que ella me gusta en serio, —le dijo a Julián, su mejor amigo—. Pero no quiero cagarla otra vez con un plan raro.

—Pues entonces sé normal, —respondió Julián—. No hagas tanto show, no mandes mensajes raros, solo sé tú.

Christofer lo pensó mientras miraba el balón. ¿Y si ser yo no es suficiente? Esa duda le pesaba, aunque no lo admitiera.

La noche llegó y Ana respondió al mensaje:
"Yo también un poquito… pero no lo digas mucho o se te sube el ego."

Él leyó y sonrió como idiota frente a los amigos.

—¡Gol! —gritó en la cancha, aunque no hubiera metido ninguno.

Los amigos lo miraron raro, pero él estaba en otra parte, pensando en ella.




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