El lunes empezó con el pie izquierdo.
Ana ya iba tarde, y lo peor era que lo sabía desde el momento en que abrió los ojos y vio el reloj marcando las 7:45.
El despertador había sonado tres veces, pero ella lo había ignorado heroicamente bajo las cobijas, convencida de que podía dormir “cinco minutos más”.
Cinco minutos que, como siempre, se convirtieron en treinta.
Salió corriendo, con el cabello todavía húmedo, una media sin pareja y la camisa mal abotonada. En el bus, un niño le derramó jugo en la falda, el conductor frenó tan fuerte que casi le cae el bolso encima a un señor dormido, y para rematar, al bajar, su termo de café decidió suicidarse en plena calle.
Cuando por fin llegó a la oficina, con la respiración entrecortada y el corazón en huelga, Laura —su compañera y cómplice en todas las locuras— la recibió con una sonrisa mal disimulada.
—Buen día, jefa del desastre —dijo, levantando una ceja.
—No me hables, —gruñó Ana, dejando caer la cartera sobre el escritorio—. Perdí el bus, el chofer casi me cierra la puerta, y además mi termo murió por causas misteriosas.
Laura trató de no reír, pero fracasó.
—Tranquila, a todos nos pasa… bueno, casi a todos —le dijo, mientras le pasaba una servilleta.
—Gracias, pero necesito más que una servilleta… necesito reencarnar —respondió Ana, mirando el charquito de café seco en su falda.
A media mañana, cuando el ritmo del trabajo ya la tenía medio dormida frente al computador, el celular vibró.
Era Christofer.
Christofer: “Buenos días, dormilona. Soñé contigo.”
Ana: “¿Ah sí? ¿Y qué soñaste?”
Christofer: “Que me perdonabas por ser tan torpe. Y que nos reíamos de todo.”
Ana: “Sueño raro. Pero me gusta.”
Ana sonrió sin poder evitarlo. Esa sonrisa tonta que una intenta esconder, pero se escapa igual.
Laura la miró desde su escritorio.
—¿Y esa cara? ¿Te ganaste la lotería o estás viendo memes de gatos?
—Nada… cosas del trabajo —mintió, bajando rápido el brillo del celular.
Pero no era el trabajo. Era esa sensación de cosquilleo leve, mezcla de curiosidad y nostalgia. Esa que llega cuando alguien que te hizo daño intenta volver, no con excusas, sino con gestos suaves.
El resto del día transcurrió lento, entre reuniones aburridas y un correo de su jefe que decía “URGENTE” en mayúsculas (y no lo era).
A la hora del almuerzo, Ana se sentó sola en la cafetería del edificio. Las amigas habían salido a comer afuera, pero ella quería un rato para pensar.
Entonces, otra notificación.
Christofer: “Podemos vernos esta semana, sin drama, sin presión. Prometo no revisar el celular.”
Ana lo leyó varias veces.
No era una gran declaración, pero sonaba diferente. No había excusas, ni bromas tontas. Solo un intento sincero.
Ana: “Si prometes no hacer desastre, tal vez.”
Christofer: “Sin promesas imposibles, solo intento.”
Sonrió. Él sabía exactamente qué palabras usar. No las perfectas, pero sí las humanas.
En ese momento, entró un audio de Sofi al grupo de WhatsApp:
—Amiga, si te invita, ¡ve! No le des tantas vueltas. Nadie se muere por una cita más, y si sale mal, al menos tienes tema para el fin de semana.
Laura respondió enseguida con emojis de risa.
—Confirmo, una cita más o una herida más, todo suma al currículo emocional.
Ana soltó una carcajada. Aquellas amigas eran su cable a tierra. Las que la ayudaban a no dramatizar tanto y a reírse del caos.
Aun así, no respondió al grupo. Se quedó mirando la pantalla, debatiéndose entre el orgullo y la curiosidad.
Finalmente escribió, más para sí misma que para él:
“Ok… una cita más no mata a nadie.”
Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Christofer estaba en casa, tirado en la cama, mirando el techo y pensando en mil formas de no arruinarlo otra vez.
Julián, su mejor amigo, entró con una bolsa de empanadas y lo miró con cara de burla.
—¿Otra vez revisando el celular cada dos minutos?
—No… bueno, sí. Estoy esperando que responda.
—¿Quién?
—Ana.
—¿La del jugo en la camisa blanca?
—Sí, esa misma.
—Bro, si te gusta, invítala a algo simple. No hagas el show que hiciste la vez pasada.
—Lo sé —dijo Christofer, suspirando—. Quiero que salga bien, sin tanta presión, sin intentar ser alguien que no soy.
Julián lo miró y sonrió.
—Entonces sé tú. Y si eso no funciona, pues… al menos sabrás que no fue por fingir.
Christofer se quedó pensativo.
Esa frase lo acompañó toda la tarde mientras buscaba en internet lugares tranquilos, con buena música y poca gente. Quería algo real, sin apariencias.
Pero lo que no sabía era que Ana, del otro lado, hacía exactamente lo mismo: buscando en Google “mejores lugares para una cita sin parecer desesperada”.
Ambos planeaban lo mismo, sin saberlo.
Y en medio de esa sincronía torpe y perfecta, el destino —ese bromista profesional— sonreía otra vez, preparando el siguiente enredo.
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Editado: 13.10.2025